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4 meses, 3 semanas, 2 días

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4 semanas, 3 meses y 2 días es el tiempo que Gabita lleva embarazada sin que nadie lo sepa. Sólo su amiga más íntima, Otilia, con la que comparte habitación en la residencia de estudiantes, está en el conocimiento. Porque en la última Rumanía de Ceaucescu, mientras el Steaua de Bucarest ganaba la Copa de Europa (gracias, Duckadam) y ponía un poco de alegría en las calles, el aborto era un crimen perseguido con largas penas de cárcel, penado para cualquier mujer con menos de cuatro hijos o menor de 45 años.

    Lo más curioso de todo es que al principio de su mandarinato, Ceaucescu creía en el control de la natalidad para que su país saliera de las cenizas de la guerra y del atraso económico. La Rumanía de entonces practicaba abortos en los hospitales del estado y favorecía el uso de métodos anticonceptivos para que la mujer se incorporara al mundo del trabajo. Una escandinavia soñada a orillas del Mar Negro... Pero la economía no iba, se estancaba, y Ceaucescu, que debió de escuchar a otro astrólogo, o ponerse debajo de otra teja que caía, porque su comunismo tenía los mismos principios ideológicos que los del chiste de Groucho Marx, decidió cambiar su política de natalidad a mediados de los años 60, a ver si llenando Rumanía de chavales, y de chavalas, los campos producían más patatas, y las fábricas vomitaban más coches de aquellos monolíticos y acerudos.

    Lo que vino a continuación, como en cualquier país que se entrega a la dictadura de las cigüeñas, fue el abandono de niños, el aumento de su mortandad y la proliferación de abortos ilegales que muchas veces abortaban a la madre. La ironía es que esta generación de babyboomers involuntarios, que vinieron al mundo por culpa de un vodka de garrafón, o por un condón del mercado negro que reventó, fue la misma que veinte años más tarde, al poco de terminar los sucesos narrados en esta película, salió a las calles para poner el régimen patas arriba y al matrimonio Ceaucescu patas abajo. En agradecimiento de esa vida gris y pobretona que el anciano venerable les había obligado a vivir. 



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