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Canino


🌟🌟🌟🌟

Yo le digo, caballero,
que los niños ya quieren jugar...

… cantaba Carlos Santana en Let the children play. Y si con ese ritmo sandunguero, y esa manera de acariciar la guitarra, no se refería al despertar sexual de los adolescentes, la insinuación e ben trovata y me viene de perlas para la ocasión. 

Incluso fuera del mundo y de la civilización, los chavales aprenden a distinguir una zona erógena de la que no lo es, y le sacan buen provecho en resignada soledad, o en gozosa compañía. En El Lago Azul, Brooke Shields y su amiguito naufragaban en la isla desierta y a los pocos años, llegada la pubertad, ya estaban dándose candela entre los cocoteros, y entre las olas del mar, guiados por el instinto. A mi perrito Eddie, que sabe bien lo que hace cuando corretea por el mundo, jamás he tenido que ponerle un vídeo de perros chingando como los que pone David Broncano en La Resistencia. Lo que natura ya da de por sí, Salamanca no tiene que prestarlo.



    Yorgos Lanthimos, sin embargo, en su experimento fílmico titulado Canino, viene a decir que si criamos a tres hermanos aislados del mundo y de la tele, en un chalet con piscina del Peloponeso, y les dejamos experimentar por su cuenta los resortes eróticos del cuerpo, sólo el hermano varón sentirá algo parecido al deseo sexual cuando le salgan pelos en los testículos, mientras que ellas, sus dos hermanas, virginales de obra y de palabra, vivirán en la inopia de la fuente placentera que guardan entre las piernas. Una conclusión cuestionable, inverosímil, que en estos tiempos modernos ya sólo pueden defender los carpetovetónicos de la moral y las costumbres. Los que creen que la sexualidad de las mujeres es el unicornio de la fisiología. Gentes que allá en Grecia, ante la falta de vestigios históricos de los carpetanos y los vetones, que solo aquí prosperaron, habrá que llamar, por ejemplo, doricojónicocorintios.




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Alps

🌟🌟🌟

La costumbre de suplantar con un actor a quien acaba de fallecer va camino de convertirse en todo un subgénero de las películas. Y quién sabe si de la vida real, dentro de unos años... La primera vez que vimos algo así fue en Familia, aquella película en la que Juan Luis Galiardo contrataba a  un batallón de actores -cuñado incluido- para no celebrar en solitario su cumpleaños de cincuentón. Lo que no quedaba muy claro, o yo no recuerdomuy bien, si el tío andaba de rodríguez y se daba un capricho estrafalario, o si era un divorciado melancólico que echaba de menos los viejos tiempos de las discusiones y los gritos. Es difícil de recordar: el recuerdo de Elena Anaya, inaugural y primigenia, difumina cualquier acercamiento a Familia que se haga con la ayuda simple de la memoria. 

Giorgos Lanthimos, el director griego de aquella astracanada hipnotizante que fue Canino, retoma este subgénero de las sustituciones en Alps. Alps es el nombre de una secta de jamados que se dedican a suplantar por horas a los recientemente fallecidos. Gracias a una enfermera que trabaja en el hospital, contactan con los familiares desolados para ofrecerles sus servicios y aliviarles la pena. Estos actores y actrices, que cobran por horas de servicio, son como profesores de apoyo que se visten con las ropas del muerto, y recrean escenas y diálogos de la antigua vida cotidiana. Si toca conversación a la hora del desayuno, pues conversación; y si hay que echar un polvete como los de antaño, pues se echa. 

Contada así, parecería que Alps es una tragicomedia de gran sustancia y profunda reflexión antropológica. Ocurre, sin embargo, que uno tarda muchos minutos en comprender esta trama fundamental, y cuando llega a la orilla, y planta los pies en tierra firme, nuevos terremotos de giros extraños y conversaciones fallidas te devuelven al mareo de un espectador sin biodramina. Hace años, en el esplendor herbáceo de mi juventud, yo disfrutaba mucho con estas películas herméticas y bizarras, que se iban mostrando pieza a pieza, como los puzzles de los concursos. Pero uno va perdiendo las neuronas, las paciencias, las atenciones indispensables, y todo lo que no sea un guión de sopitas y buen vino se atraganta en el intelecto y ya produce malas digestiones. 




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