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Diego Maradona

🌟🌟🌟🌟

Todos los futboleros sabemos que existe una manera eficaz de parar a Leo Messi: arrearle las mismas patadas que recibía su compatriota Diego Armando Maradona hace treinta y cinco años, por los campos embarrados y sin reformar. Pero nadie se atreve a decirlo porque el fútbol, afortunadamente, ya no es el mismo de antes, y quien abogue por semejante cosa será marginado con justicia de la grada del estadio, o de la barra del bar donde ahora la gente bebe como antes, pero más civilizadamente, con las palabras fair play grabadas a fuego en las meninges, gracias al himno tan pegadizo de la Champions. De la barbarie de aquellos defensas bigotudos con cara de pistoleros del Oeste, que iban rejoneando a Maradona hasta que el último sin tarjeta amarilla le daba la estocada final, hemos pasado a estos centrales posmodernos que miden uno noventa, son guapos del carallo y se anticipan al corte sin tener que partir tibias con los tacos.



    Messi, el puto Leo Messi, la pesadilla del madridismo que nunca termina, ha tenido la suerte de corretear en terrenos de juegos que ya son como alfombras, rodeado de dandys que a lo sumo le hacen una carga ilegal o le agarran tímidamente de la camiseta. Messi gambetea y mete sus goles pegados al palo perseguido por cien cámaras de alta definición que dejarían en evidencia a cualquier defensa que le soltara una hostia sin más, como hacían con el Diego, el Dios, que tenía las piernas llenas de cardenales como un Cristo que jugara de segunda punta en el Spartak de Nazaret.

    Messi, el puto Leo Messi de los cojones, es sin duda el mejor jugador del mundo, y posiblemente el mejor jugador de la historia. Pero yo me niego a reconocer esto último. Mi orgullo vikingo me lo impide, y, además, tengo este sólido argumento de las patadas asesinas que nunca va a recibir. Pienso en ese Leo Messi imaginario de hace treinta y cinco años -reducido al 40% de su capacidad en la Serie A de los camorristas y los navajeros- mientras veo este documental de la HBO sobre la trágica figura de Maradona en su etapa napolitana. El dios zurdo que hacía milagros con la pelota los domingos y fiestas de guardar, pero que luego, entre semana, se convertía en un humano sospechoso que iba de putas, tenía hijos ilegítimos y se metía rayas de cocaína que luego estornudaba con mucho esfuerzo en el gimnasio.



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Senna

🌟🌟🌟

Hay algo que no funciona en el documental Senna, hagiografía, más que biografía, del campeón brasileño que murió en el circuito de Imola hace ahora veinte años. El director de la función nos recalca una y otra vez que Ayrton Senna era un hombre modélico, cristiano, portentoso piloto que no ganó más carreras porque una conspiración ideada por los franceses, y ejecutada por su agente secreto Alain Prost, se lo impidió en los circuitos y en los despachos. Uno llega a los últimos minutos cansado de tanta santidad... Cuando no son los franceses que chanchullan en la FIA, son los ingenieros de Williams que inventan coches que se conducen solos. Y cuando no, son los directores de carrera, o las condiciones ambientales, o la impericia de los ayudantes.  Sólo falta un rayo de luz posado sobre el McLaren para que comprendamos que Senna era el favorito de las dioses. Eso, y unos cuernos disimulados entre la pelambrera rizosa de Alain Prost, que aquí ejerce de malo maloso de la película, como un Pierre Nodoyuna de carne y hueso con algo más de habilidad y de suerte.

            Pero llegan los últimos minutos del documental y a uno se le encoge el alma, y se le aprieta el estómago. Las imágenes de archivo nos muestran a Ayrton Senna en la parrilla de salida del Gran Premio de San Marino, minutos antes de estrellarse contra el muro y partirse la crisma sin remedio. Senna, ya montado en el monoplaza, habla con los ingenieros. Corrigen esto y aquello para que todo salga bien en la carrera. Se le ve concentrado y algo triste. Luego vemos su bólido desde la cámara subjetiva, ya lanzado en la carrera: curvas y rectas tomadas justo por la trazada, a toda velocidad. Y de pronto un chasquido, y la nada. Lo siguiente son las imágenes de la confusión captadas desde el helicóptero: asistentes y médicos apretujados alrededor del cuerpo inerte. Ya no importa que Senna nos estuviera cayendo mejor o peor. Que el director del documental sea un incompetente al que los tiros le iban saliendo por la culata. Todos nos sobrecogemos en la muerte inesperada. Senna llevaba más papeletas que nadie, pero en este sorteo todos llevamos lotería. Un bien día vas en el coche y… O vas caminando tranquilamente por la calle y... O conversas con los amigos en la terraza. O ves tu película favorita en el sofá. Está la vida y a continuación el fundido en negro, sin apenas transición, sin tiempo para la despedida, porque después de ese fundido ya no viene ninguna escena.





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