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La mujer de la montaña

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Hace años, cuando casi nadie era capaz de situarla en un mapa, yo decía que Islandia era el país ideal para retirarse del mundanal ruido para una larga temporada, o para siempre. Me miraban raro, los conocidos, y me preguntaban qué se me había perdido en un lugar sin playas ni monumentos, sin más gastronomía que la carne de reno a las finas hierbas de la tundra. Yo me había enamorado de Islandia leyendo las crónicas que durante un verano escribió John Carlin para el diario El País, hablando de un paraíso social donde el Estado casi garantizaba la felicidad, la gente se calentaba con el agua caliente que salía gratis de la tierra, y los matrimonios se disolvían alegremente entre gentes follarinas que no se guardaban ningún rencor.
   
    A pesar de que las crónicas de John Carlin llegaban al corazón del lector socialista y aventurero, Islandia siguió siendo una isla ignota que sólo salía en la prensa cuando su primera ministra -de apellido irrecordable e intranscribible- sentaba cátedra sobre cómo las mujeres, investidas del cargo, pueden mandar exactamente igual que los hombres. Que es una  perogrullada como un volcán islandés de grande, pero que conviene recordar de vez en cuando. Y, de pronto, la selección de fútbol de Islandia se clasifica para disputar la Eurocopa 2016, miles de aficionados vikingos se plantan en el continente para celebrar el orgullo de su estirpe, y las gentes futboleras y no futboleras se enamoran de esos maromos enormes y educadísimos, y de esas princesas rubísimas y sonrientes. Islandia se pone de moda, se establece el puente aéreo Albacete- Reikiavik, y casi sin darnos cuenta, en la filmografía marginal de los gafapastas, empiezan a colarse películas que narran cómo es la vida en esa isla tan fría como civilizada, como una Atlántida moderna algo más septentrional que la antigua.



    Uno, de momento, de las películas islandesas sólo ha obtenido ronquidos y entusiasmos muy tibios. La mujer de la montaña prometía mucho al principio: una ecologista guerrera se dedica a sabotear la industria patria para desincentivar las inversiones de las empresas chinas que amenazan con desembarcar, y que lo pondrían todo perdido, con lo mucho que trabajan, y lo poco que limpian, estos umpalumpas de los ojos rasgados. La película empieza siendo algo así como Tomb Raider dando tumbos entre las montañas y los géiseres, y resulta entretenida y curiosa. Pero luego, poco a poco, no sé cómo, la atención se me va distrayendo, pienso en las otras películas que tengo guardadas, y echo de menos saber más cosas de Islandia porque no salimos de los páramos donde los postes eléctricos son los únicos árboles capaces de prosperar.



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