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Bodegón con fantasmas

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El fantasma más interesante de la película apenas sale unos segundos. Es un ectoplasma desperdiciado. Los demás no tienen gracia o se dedican a dar po’l culo con afanes tontorrones: escapar del limbo, o rematar una manualidad que dejaron sin terminar. O anhelos muy del mainstream, muy del agrado de los suscriptores urbanos, como el de ese señor que siempre se sintió mujer bajo la boina y ahora se aparece ante su hija para que le cambie el nombre de la lápida y le ponga Bernarda en vez de Romualdo.

El fantasma que yo digo es un paisano que se ha levantado de su tumba para decirle a su hijo que el vecino de finca está moviendo las lindes y comiéndole el terreno. Me troncho con él. Es igualito que el 90% de mis vecinos de La Pedanía. Hay mil motivos para pasear el ectoplasma por el mundo, desde los más sublimes hasta los más retorcidos, pero este hombre del agro eligió el que aquí hace furor desde tiempos inmemoriales. 

Hay quien resucitaría un día al año sólo para navegar en la Flotilla de la Libertad y echar una mano -aunque sea incorpórea- a los refugiados de la barbarie. Yo, en cambio, haría un poco lo que dejó escrito Luis Buñuel en sus memorias: me levantaría la noche en que se proclama el campeón de la Champions para satisfacer mi curiosidad y ya de paso echar una ojeada a los periódicos. No me interesaría por mis allegados -que a fin de cuentas irían muriendo y desapareciendo- sino por la marcha general del mundo.

Pero aquí, en La Pedanía, aislados de los demás valles noticiables, la gente está a lo suyo incluso cuando se muere: al viñedo, a la huerta, al campo de las vacas. Más allá todo es ruido o son cosas de Madrid. Cuando están vivos les coges un higo de la higuera al pasar por el camino y te asesinan con la mirada aunque haya otros doscientos estampados contra el suelo. Lo suyo es lo suyo y lo defienden con uñas y dientes, cuando los tienen. Y cuando no, se levantan a supervisar las haciendas bajo una sábana a la que practican dos agujeros.




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