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El caso del Sambre

🌟🌟🌟🌟

Al finalizar cada episodio se nos recuerda que la serie, además de ser un “true crime” con licencias narrativas, es un homenaje a todas las mujeres violadas a orillas del río Sambre, a lo largo de tres décadas de vergonzosa impunidad. Nada que objetar. Habría que ser otro sociópata con gorro para no empatizar.

El problema, como siempre, está en la cara B del disco: la causa general contra los hombres. Ahí es donde yo siempre patino y, en parte, me desentiendo. Y no es que yo, en la vida civil, hable precisamente bien de los hombres: soy uno más de la cuadrilla y me conozco el percal. Llevar unos huevos colgando no ayuda precisamente a elevarse en cuerpo y en espíritu.

Pero joder... 

Hay que esperar al episodio 4 para que aparezca el primer personaje masculino que aporta algo positivo a la sociedad: es el geomático (sic) que ayuda a su listísima discípula a encontrar el punto geográfico donde podría vivir el violador. Hasta entonces, “El caso del Sambre” responde punto por punto a la visión apocalíptica que tienen las podemitas sobre el mundo. Es decir, que salvo mi padre, mi hermano (y no siempre), mi pareja (cuando la hay) y los presentadores y entrevistados que aparecen en Canal Red, todos los hombres son unos cerdos machistas que se dedican a violar o se empeñan en reírle la gracia al violador y a ampararle en sus delitos. 

Hasta ese cuarto episodio, las orillas del Sambre eran el desierto misándrico casi sacado de "Mad Max" donde las podemitas predican su evangelio. A saber: que en el mundo sólo existen tres clases de personas: las mujeres agredidas, las mujeres que se preocupan por ayudarlas y los hombres -con las excepciones antes mencionadas- que pasan de todo, se rascan los huevos, beben cerveza y compadrean en bares donde ponen furvo a todas horas.

A última hora alguien decidió romper este desequilibrio genérico y en el episodio 5 metieron un comisario competente y un policía medio arrepentido. Irene Montero ya había apagado la tele cuando yo empecé a ver la luz a través de la oscuridad: sí, existen algunos hombres buenos, como en aquella película de Jack Nicholson y Tom Cruise. 



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Escondidos en Brujas

🌟🌟🌟🌟

Al genio de la lámpara maravillosa yo le pediría tres deseos: dinero para dejar de trabajar, tiempo para dedicar a la lectura, y presteza en la lengua para desarmar a mis interlocutores. Soltar, en el momento preciso, esa ocurrencia cojonuda, venida al pelo, que siempre nos asalta diez minutos después, o a la mañana siguiente, o en la puta vida. Esa lucidez súbita que era mejor no haber encendido, pues pocas cosas dan más rabia que la inteligencia retardada, que la brillantez innecesaria.



    Yo, en definitiva, le pediría al genio improbable renacer de mis cenizas y regresar a la vida convertido en un personaje de película. El guión hecho carne de algún demiurgo muy creativo. Ser, en todo caso -ya que no creo en las divinidades, ni en las de Bagdad ni en las de Roma- un personaje escrito por, poner un ejemplo, Martin McDonagh. Un tipo que naciera de la transustanciación de sus guiones impecables. Papel hecho carne, y palabras hechas pensamiento. Un personaje de película, stricto sensu. Perdido en Brujas, o en cualquier otro lugar con encanto. Eso da igual. Tener gracia cuando hay que tenerla: ni la humorada del cafre ni la tontería del sinsustancia. Presentarse ante una mujer hermosa con la excusa perfecta, el rollo preparado, la réplica seductora. Hablarle al amigo con palabras muy escogidas que al mismo tiempo le respeten y le hagan despertar de su letargo, o de su equivocación. Ser exquisito con esas cosas. Decirle al jefe que sí, que lo que él mande, más todavía si es un hampón como el que interpreta Ralph Fiennes en la película, que ni parpadea cuando le subleva la furia vengativa. Pero acatar sus mandatos con un verbo que preserve nuestra dignidad, y nuestra nobleza. No es nada fácil. Maldecir la miseria de vivir cuando toca, con palabras destempladas y tristes. Cagarse en la mala suerte, y en el infortunio prescrito, y en el aburrimiento de permanecer escondidos en Brujas, si ésa fuera la condena. Pero también, si la suerte cambiara, si el viento nos favoreciese, cantarle a la alegría de vivir con un discurso que nos anime en el esfuerzo.


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