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Dobles vidas

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Las películas francesas -las fetén, las de toda la vida- son así, como Dobles vidas: personajes que hablan y hablan sobre lo divino del amor, y lo humano de la infidelidad. Sus películas son una exégesis continua sobre el tema. Una enciclopedia audiovisual que va acumulando artículos y sabidurías. Y también, claro, algunos desvaríos... Los cineastas actuales han adaptado los diálogos a los tiempos que corren, haciéndolos más explícitos y menos espirituales, pero siguen haciendo, en esencia, la misma película de siempre. Una variación de la misma melodía. El amor que nos trae y nos maltrae es el mismo que vivieron los hermanos Lumière, y aún antes, mucho antes, los hermanos Australopitecus, y su única modernidad es que ahora la poesía se lee en el teléfono móvil, y que jugar en Tinder acorta los tiempos de espera, y las distancias de la geografía.



    En Dobles vidas sigue habiendo parejas francesas que desayunan, que discuten, que se van a trabajar dando un portazo. Que comen, que se reconcilian, que salen a pasear, que se cogen de la mano y al mismo tiempo se acechan cada gesto y cada suspiro. Que cenan una tabla de quesos y una botella de vino y luego hacen el amor apasionadamente, a la francesa, para luego abandonarse en cada borde de la cama, recelando, anhelando, contradiciéndose en sus palabras y en sus caricias. Que sueñan con mantener el amor caliente y al mismo tiempo fantasean con enfriarlo en el lecho de otro amante.  Alguno dirá que no sólo los franceses hacen películas así, verborreicas y sentimentales, y es cierto. Pero sólo ellos son capaces de hablar con esa pedantería, con ese desparpajo tan poco coloquial, doctorando, sin ningún miedo a caer en el ridículo. Es la marca de la casa. El sello de autor. La Denominación de Origen.

    Olivier Assayas ha querido hacer una película a lo Eric Rohmer, en los tiempos del Kindle, pero no le ha salido redonda ni mucho menos. En general, a este hombre -y mira que lo lamento- no le sale nada que me resulte medianamente ovalado, salvo aquel retrato despiadado de Ilich Ramírez, el terrorista. Los personajes de Dobles vidas me resultan cargantes Unos amorales nada simpáticos; unos adúlteros nada justificables. Ni los entiendo ni me los creo. Cháchara improductiva. Nulas enseñanzas. Bostezos en la medianoche. 


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