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Belfast

🌟🌟🌟


Diez diferencias entre la infancia de Kenneth Branagh y la infancia de Álvaro Rodríguez:

1 En León no convivíamos católicos y protestantes, sino católicos y gente que protestaba contra el catolicismo. Parece lo mismo, pero no es igual. Para empezar, los que protestábamos lo hacíamos en voz baja. Corrían los años 80 y no estaba el horno para bollos. Yo estaba en la EGB y el hijo de Dios nos vigilaba desde el crucifijo.

2 Mi abuelo nunca me explicó los secretos básicos de la vida: el escaqueo laboral, y la seducción de las mujeres. Mi abuelo, cuando íbamos a visitarle, hacía un saludo raro con el mentón y se enfrascaba de nuevo en su solitario de la baraja. Eran solitarios, claro.

3 Mi abuela tampoco era como el personaje de Judi Dench en la película. Mi abuela decía que ella ya había criado a sus hijas, y que los nietos no éramos más que una molestia de la biología.

4 Nunca me enamoré de una niña del colegio porque, entre otras cosas, no había niñas en mi colegio. Éramos discípulos del beato Marcelino Champagnat, que rogaba por nosotros. Él nos quería así: atentos a la lección, sin distracciones femeninas. Él nos convirtió en unos monstruos de timidez y desvarío.

5 León no será como Belfast, pero al menos teníamos parques de hierba para jugar a la pelota.

6 Mi madre no era una exmodelo de Victoria’s Secret. Mi padre tampoco era el tío guaperas al que todas la mujeres sonreían.

7 Yo tampoco era un rubiajo encantador como el pequeño Kenny. Yo era más bien remoreno, de pelo castaño y mirada tristona. Así me quedé.

8 Mi hermana tampoco era como este hermano de Kenny en la película..

9 En mi barrio no había Unionistas del Ulster apatrullando la ciudad, pero sí un loco llamado Ramón que a veces te perseguía sin motivo para darte un par de hostias. Era un esquizofrénico perdido, no un luchador de la patria. Ramón era un macarra sin nada de glamour.

10 A mi padre también le ofrecieron un trabajo mejor en otra ciudad. Más dinero, y mejores perspectivas. Pero mi padre no quiso mudarse. Él, como la madre de Kenneth Branagh, vivía aferrado a su barrio y a su gente. Así que nunca salimos de Belfast.



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Cincuenta sombras de Grey

🌟

He aguantado cuatro años sin verla. Pero ya no podía más… La curiosidad mató al gato, y también al cinéfilo, que son animales comunes de la noche. Alguien me advirtió en su día que podía convertirme en estatua de sal si desviaba la mirada hacia Cincuenta sombras de Grey, de lo mala y ridícula que era. Que los críticos profesionales la veían porque no tenían otro remedio, encerrados en las salas de proyección como reclusos, pero que los cinéfilos de segunda categoría, que sólo emborronan blogs por amor al arte, se habían declarado en huelga de ojos cerrados y de penes caídos. Un boicot en toda regla. Pero yo sé que la gente miente. Que en los blogs y en los bares se dicen cosas para quedar bien delante del prójimo -y sobre todo de la prójima-, pero que luego, en la intimidad de los hogares, con el portátil sobre las piernas o el mando de Movistar + sobre la rodilla, nadie resiste la tentación de fisgonear en la “sala de juegos” del señor Grey, a ver qué guarrerías atadas con cuerdas -como las morcillas de mi pueblo- le hace este yupi dislocado a la pobre Anastasia de los ojos azules como Blancanieves. 



    Yo soy como todo el mundo, más o menos, y los apocalípticos consejos de no ver Cincuenta sombras de Grey, lejos de quitarme las ganas, azuzaban mi curiosidad y espoleaban mi deseo. Porque, además, yo había visto a Dakota Johnson en los avances que ahora ya se llaman teasers, y a mí, Dakota Johnson, tengo que confesarlo, es una señorita que me seduce mucho los instintos, y cada vez que se muerde los labios me pasa exactamente lo mismo que le sucede al señor Grey, que se le va la imaginación a lugares más íntimos y oscuros donde el público ya no interfiere ni molesta…

    Yo no había visto la película porque nunca encontré a nadie que quisiera acompañarme en la aventura, a mi lado, en el intrépido sofá de mis vuelos sin motor. Y a mí me apetecía verla con alguien por si había que partirse el culo, con las gilipolleces, o partirse el nabo, con los erotismos, según lo que Grey y Anastasia nos fueran ofreciendo en su performance del Barroco. Pero nunca se dio el caso, y sigue sin darse, así que ayer por la tarde, incomodado por los fríos de noviembre,  me puse el salacot, agarré el machete y me adentré en la jungla impenetrable sin mirar atrás… Y al final del camino, nada. La nada más frustrante. Yo venía al blog a redactar una humorada, o una sexualidad, algo entre picante y divertido, pero la película es tan tonta, tan vacua, que he navegado por ella sin encontrar nada que excitara mi pluma. Ni mi inteligencia, ni mi hombría decepcionada…



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