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Toy Story 3

🌟🌟🌟🌟🌟

De todos los juguetes que tuve en la infancia sólo conservo, en una caja de zapatos, aquellos soldaditos de plástico que fabricaba Montaplex. La última vez que los llamé a filas comparecieron unas 1500 unidades, pertenecientes a los países que combatieron en la II Guerra Mundial. Hay incluso soldados de la División Azul ateridos de frío. Uno de ellos es Berlanga y otro Luis Ciges. Pero también hay vikingos, y vaqueros, y guerreros medievales, y romanos con unos escudos que se caían todo el rato, y unos escoceses con sombreros de granaderos que no tengo ni puta idea de a qué guerra pertenecían.

Mis soldaditos fueron una vez enemigos encarnizados. Murieron y fueron heridos decenas de veces en las batallas que yo montaba en el cuarto de juegos, asaltando un Exin Castillos que a veces se desmenuzaba en un entramado de barricadas. Mis soldaditos, en aquellos encuentros sangrientos,se dispararon de todo y se dijeron de todo, pero ahora, ya firmado el armisticio de mi edad adulta, son amigos del alma como los juguetes de "Toy Story 3", y montan cuchipandas cuando yo me quedo sobado en la madrugada. En esa caja de zapatos hay una concordia de al menos treinta países que antes se odiaban. Una ONU en miniatura. Un ejemplo de paz para el resto del mundo. 

Con los demás juguetes ya no recuerdo lo que hice. Y mira que había juguetes queridos: mi único y carísimo Geyperman, y los dos Madelman, y los clics de Famóbil, y los Airgamboys, y el tren a pilas que era el pariente pobre del Ibertren...  Y las decenas de tanques cutrosos que acompañaban a los soldaditos de Montaplex en las batallas decisivas. Algunos se los regalé a no sé quién; otros los destrocé de puro jugar; y otros los perdí cuando los saqué a la calle para jugar con los amigos. También sé que algunos me los robaron en esas expediciones extramuros.

Otros los guardé para que mi futuro hijo jugara con ellos, pero mi hijo, cuando llegó el momento, no les hizo ni puto caso y terminaron otra vez en la caja de la esperanza. Luego hubo un divorcio, dos mudanzas, varios giros del destino, y la caja ya no sé dónde terminó. Espero que no acabara en una guardería de niños maltratadores, como esta Sunnyside de la película .





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Coco

🌟🌟

Hubo un tiempo en que Pixar fue una verdadera religión en este salón. Mi hijo y yo éramos Pixaritas, o Pixarianos, de la rama provinciana, y hacíamos proselitismo entre nuestras amistades, las pequeñucas y las adultas, como mormones que llevaran el pin de un flexo en la solapa. Éramos tan coñazos como ellos, cuando veíamos el último estreno y salíamos a predicar el evangelio en los patios del colegio, y en los bares de la pedanía. Aquí, entre estas cuatro paredes, que antes eran nido y ahora se han quedado en nido vacío, se levantó una iglesia muy modesta, pero robusta, que adoraba al dios con forma de lámpara. Sus películas estaban en el altar más accesible de la estantería, y casi no había ni que estirar la mano desde el sofá para elegir la película que veríamos por quinta, o por sexta vez, después de haberla visto en el cine, y de haberla revisto en el Canal +, como feligreses obsesionados con las sagradas escrituras. 

    Durante unos cuantos años de creatividad desbordada, un conjunto de genios dieron con la fórmula exacta que juntaba al padre y al hijo en las butacas del cine, y en el sofá del hogar, sin que el padre rechistara jamás, ni mirara el reloj, a veces incluso más divertido que el propio chaval, que no se coscaba de un doble sentido o de una sexualidad implícita. Una vez, recuerdo, vino a juntarse con nosotros el Espíritu Santo, que andaba de peregrinación a Santiago para completar la Santísima Trinidad de los espectadores, y se sumó a la fiesta aprovechando un hueco muy estrecho que quedaba en nuestro sofá, él que es ingrávido, y tan poquita cosa, y apenas necesita espacio material para comulgar con las películas.

    Ahora mi hijo tiene diecinueve años, vive en otra ciudad, y la iglesia de Pixar ha sido desmontada para dejar las paredes mondas y lirondas, a la espera de un nuevo dios al que adorar. Las películas las tiene él, en alguna caja, o en alguna estantería poco visitada, y he sentido una punzada de melancolía al recordar todo esto, hoy que anunciaban Coco en el Movistar + y yo andaba tan disperso como un mono aburrido. Me he puesto muy tonto, nostálgico, medio lloroso, y he visto Coco hasta donde he podido aguantar, porque aquí ya no hay magia, y ya no hay retoño, y la película, además, más allá de los oropeles y los barroquismos, es una película infantil, plana, tontorrona, ya sin guiños para el adulto, a no ser la osamenta parlanchina de Frida Kahlo, la pobre, que la sacan en cualquier película que trate de México o de mexicanos, que qué topicazo, joder, y qué hartica, la pobre, debe de andar, dondequiera que esté.




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