Mostrando entradas con la etiqueta Levan Akin. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Levan Akin. Mostrar todas las entradas

Sólo nos queda bailar

🌟🌟🌟

Sólo nos queda bailar… El título era irresistible, porque quizá ya sea lo último que nos quede: ponernos a bailar -a vivir, a disfrutar, a lanzarse al cuello de la vida- y que venga el fin del mundo cuando quiera, travestido de virus, de piedra galáctica, de basurero que nos ahogue.

    A los que no sabemos bailar -ni siquiera poner un pie delante del otro sin trastabillarnos - nos vale con un bailar metafórico, vicario incluso, porque ver bailar también es una forma de bailar, y el espíritu clava los pasos y los movimientos cuando se pone a su aire, sin necesitar el concurso de los músculos. La de veces que habré bailado yo en mi sofá, viendo a Fred Astaire, a Gene Kelly, a Zorba el griego en su playa de Grecia, tan grácil como ellos, tan alegre, tan reconciliado con la vida, sin mover el culo un solo centímetro. Los torpes, para sentir el vértigo y el  regocijo, no necesitamos lanzarnos al baile físico de estos georgianos en la película, por ejemplo, que se antoja una aspiración imposible con esas cabriolas, y esos brincos, y ese apoyar los pies sobre los juanetes, habida cuenta de que uno, el día de su boda, ni siquiera se atrevió con el vals de los simples, que consiste en tomar la mano y el talle de la persona amada y ponerse a girar.



    Luego, en realidad, el baile, en Sólo nos queda bailar, sólo es el telón de fondo de la homosexualidad perseguida de sus protagonistas. No prohibida por la ley -porque Georgia presume de ser un país moderno- pero sí censurada por las gentes, apedreada por los colegas, condenada por los curas ortodoxos que desde que cayó la Unión Soviética todavía no han conocido sociedad civil que los haga callar. No como aquí, que ya braman en sordina, y en iglesias particulares, cada vez más acostumbrados a que incluso su propia grey haga oídos sordos a semejantes prejuicios medievales. En Georgia, los besos entre dos hombres -o entre dos mujeres- siguen vigilados por la estupidez de la gente, y por el triángulo divino que todo lo observa, que se mudó hace años de la Península Ibérica a las estribaciones del Cáucaso.  
Leer más...