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Dersú Uzala

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El amigo y yo, cada vez que nos reencontramos tras largo tiempo sin vernos, nos gritamos “Dersuuuuú”, y “Capitaaaán”, como Dersú Uzala y el capitán Arseniev en la película. La gente, claro, nos mira como si fuéramos gilipollas, y hasta que no nos acomodamos en la terraza y pedimos las cervezas de rigor, reinstaurándose la normalidad, flota como un miedo indefinido en el ambiente, por si fuéramos unos pirados, o unos artistas que andan de paso.

¿Qué quién de los dos es Dersú y quién el capitán? Pues la verdad es que no está nada claro. El primero que grita la tontería de “Dersuuuú” se adjudica el papel de capitán y ya está. No suele haber discusiones en esto. Aunque es verdad que aquí el hombre sabio, el criado en la naturaleza, el que es capaz de nombrar las hierbas del camino con su latinajo correspondiente, y de distinguir una culebrilla de agua de una víbora peligrosa, es el amigo, y no yo, que me crie entre asfaltos y cementos, y parques municipales donde sólo crecían islotes de hierbajos para jugar a la pelota.

El amigo y yo hemos cimentado nuestra amistad, precisamente, gracias a películas como Dersú Uzala, que en sesenta kilómetros a la redonda no ha debido de ver nadie en muchos años. Y por eso, cuando nos juntamos, tomamos conciencia de ser un poco únicos, un poco especialitos, y al mismo tiempo respiramos la tranquilidad de no sabernos lobos solitarios. Ayer, tras el saludo tontaina, ambos acordamos que la moraleja de Dersú Uzala es que el hombre no es nada ante el poderío y la inmensidad de la naturaleza. Dersu y el capitán son la antítesis varonil, pero juiciosa, de ese mentecato que a todas horas repite “usted no sabe con quién está hablando”. Habría que ver a ese gilipollas del Mercedes y las gafas de sol perdido en la taiga siberiana, sin cobertura en su puto telefonaco. Lo triste es que casi cincuenta años después se han invertido las tornas: a fuerza de quemar goma, y de producir plásticos, ahora es la naturaleza la que no es nada ante el empuje y la omnipresencia del hombre.



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