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Star 80

🌟🌟🌟


Si Paul Snider volviera de entre los muertos no tendría más argumentos que exponer que la mató porque era suya. Un razonamiento de australopiteco venido a menos. Y que me perdonen los australopitecos  “O mía, o de nadie, sí, ¿qué pasa?”, nos diría Paul Snider mientras se repeina otra vez la coronilla y se ajusta la huevada. El raciocinio cebollino. La cejijuntez de la mirada. La culminación asesina del machomán de las galaxias.

Y el machomán de las galaxias, para nuestro sonrojo evolutivo, es una especie que nunca está en vías de extinción, como demuestra que este crimen de “Star 80” lo vemos casi a diario en los telediarios del siglo XXI. Y da igual la clase alta que la clase baja; las mansiones de Hollywood que los pisos de extrarradio. Da lo mismo oriundos que emigrantes; gente resalada que gente retorcida. Inteligentes que bobos. Es igual. Los machomanes son como los estúpidos que describió Carlo Cipolla en su libro celebérrimo: una plaga bíblica y universal.

Sí, queridos amigos de “El hombre y la tierra”: el chuloputas se reproduce sin parar porque siempre encuentra quien escucha sus gilipolleces genéticas, y sus galanterías engominadas. Y es un poco incomprensible en ocasiones. A veces estos tipos son silenciosos, escurridizos, y no se les ve venir hasta el final. Son guapos, educados, intachables... Pero estos ejemplares de los que hablamos, como el tal Paul Snider de la película -y ay, también, de la vida real,  lucen plumas multicolores, y se gallean como bípedos implumes. Se les ve venir a la legua. La misma Dorothy Stratten quedó deslumbrada por la “sofisticación” de este imbécil palmario que la sedujo mientras pisaba el acelerador de su buga.  Pobre mujer... La inexperiencia de la vida. Y el amor, que es ciego.



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Manhattan

🌟🌟🌟🌟🌟

Si Manhattan es el homenaje de Woody Allen a la ciudad –más bien al barrio- en el que vive, ¿cómo sería el homenaje de un cineasta leonés, también neurótico y gafapasta, a su Invernalia natal, tan pequeñita y escondida en el mapa? Para empezar, León saldría mal retratada en blanco y negro, porque yo me la imagino más bien sepia, arrugada, desleída... La música de Gershwin no pegaría ni con cola en ese trasfondo de imágenes decadentes, con la catedral milenaria al fondo. Quedaría mejor un cuarteto de cuerda, o una jota de la tierra, que también las hay, interpretada en tono melancólico por un grupo folk con pandereta y castañuelas. 

Los viandantes que en la película de Woody Allen recorren Manhattan buscando el amor, los museos, las cafeterías de moda, serían aquí, en León City, sosegados ancianos que a la caída del sol toman las avenidas arboladas, asaltan los bancos de sentarse, alimentan con migas de pan a las palomas... Nuestros jubilados y jubiladas necesitan tres pasos para recorrer el mismo espacio que un anciano de Nueva York avanza con uno solo. Ellos son descendientes de los bárbaros, de los vikingos, de los celtas del norte, y por su sangre corre sangre guerrera y salvaje. La de aquí sería una película con un ritmo muy diferente, lentísimo, como de cine iraní. 

La Tracy de León City no sería una chica tan hermosa como Mariel Hemingway. También las hay guapas, por supuesto, en estas tierras de la meseta superior, pero viven escondidas, en los barrios residenciales de lujo, en las piscinas privadísimas del verano. En las plantas de moda de El Corte Inglés, sobre todo, a donde llegan en helicóptero, o por la puerta de atrás. Son inalcanzables, las chicas guapas de León. Siempre lo fueron. 

Tracy: Tengo que tomar el avión...
Isaac: Ah, vamos, vamos... No puedes irte, Tracy.
Tracy: ¿Por qué no hiciste esta aparición la semana pasada? Seis meses no es tanto. Y no todo el mundo se corrompe. [Isaac  suspira, descreído] Has de tener un poco de fe en las personas.





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