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El sargento de hierro

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El cine fascista no es solo “Raza” o “El triunfo de la voluntad”. “El sargento de hierro” también es cine fascista aunque a ratos resulte muy entretenido. La glorificación de las fuerzas armadas siempre desprende un patrioterismo beligerante, y Clint Eastwood, al que admiramos por otras películas y lloraremos mucho el día que se vaya, siempre ha sido un beligerante de tres al cuarto. Un fascistilla. Un votante republicano de los bandera en el balcón y pin en la solapa.

Recuerdo que de chavales alquilamos “El sargento de hierro” en el videoclub y nos partimos el culo de la risa. Cada vez que el sargento Clint -doblado por Constantino Romero en los VHS- se cagaba en la madre de un marine o echaba cuentas de los polvos echados en Saigón, nosotros, adolescentes perdidos, celebrábamos aquel aquelarre de palabrotas como si nos hubiera tocado la lotería. En la película luego había instrucción en el campamento, hostias como panes y batallas de marines en el fango, y eso para nosotros ya era el divertimento mayúsculo y un dinero bien invertido. 

Mis amigos, además, eran unos pre-fachas del copón. No eran muy conscientes todavía, y si les preguntabas te decían que no, pero habían mamado en sus hogares que el ejército americano era el Bien personificado y que esos marines estúpidos eran unos valientes que defendían a la gente decente del comunismo. Solo yo -que por entonces ya trabajaba de incógnito para el KGB- tuve que disimular mi fastidio cuando ese pelotón de indeseables invadía la isla de Granada y culminaba con éxito su formación militar, para mayor gloria castrense del sargento Clint.

“El sargento de hierro” es una idiotez, una mamarrachada. El sargento Clint será más alto y más guapo, pero tiene las mismas neuronas que el sargento Arensivia de las “Historias de la puta mili”. La película de Eastwood es eso: un cómic de “El Jueves", pero sin gracia. Creo que dejé de verla hacia la mitad. Como estaba de visita en León, me fui al salón a ver qué veía mi madre en su televisor. En La 2 estaban dando -el yin y el yang, supongo- “Senderos de gloria”. El antídoto perfecto para estas sandeces militaristas. 





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