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Casual

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Una vez disueltos los matrimonios indisolubles, los divorciados y las divorciadas salen de caza para recomponer su amor maltrecho, y reverdecer los laureles de sus genitales. Los cuarenta años, además, gracias al running, y al yogur desnatado, y a la morcilla de Burgos hecha con tofu, son como los treinta que cumplieron nuestros padres. Nadie está muy desahuciado cuando se mira ante el espejo. Quien más quien menos tiene un pase, o un disimulo, o un buen consejo del estilista. La buena alimentación ha retrasado la fecha de caducidad de nuestras carnes, y los cuerpos, más sanos que antes, más esbeltos y depilados, todavía son capaces de mantener una erección potable, o lubricar vastas áreas del interior. La salud acompaña en términos generales, y por delante, hasta la decrepitud, hasta que se extinga el deseo sexual y lleguen las sopitas y el buen vino, aún quedan veinte años de aventuras y de oportunidades. Y quién sabe si otra vez el amor verdadero, el segundo, o el tercero, según el currículum de cada cual.

    Pero ya no se liga como antes. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, y gracias a ellas ya nadie sale realmente a ligar, a ver qué depara la suerte, y la noche. Gracias a las apps que buscan afinidades y unen los corazones, ya todo el mundo sale más o menos ligado de casa, y en las cafeterías, o en los restaurantes, sólo se comprueba que fulano o mengana no nos había engañado: que no se había quitado diez años de encima en la foto promocional, y que mantiene el mismo discurso  que cuando nos engatusaba en aquel chat que echaba humo a todas horas.

    Dicho todo esto, el punto de partida de Casual era cojonudo. Valerie es una psiquiatra de prestigio que regresa al mercado tras cumplir el luto sentimental de su divorcio. Aunque no va a necesitar mucha ayuda para seducir a cuantos hombres desee -porque ella es una mujer de buen ver, culta y predispuesta- tiene la suerte añadida de tener un hermano que ha hecho fortuna diseñando, precisamente, la app que ella utiliza para tender su tela de araña. Valerie lo tiene todo a su favor, y sin embargo no termina de desenvolverse con soltura en el neo-mundo del ligoteo. Quizá porque tampoco tiene muy claro lo que quiere, y camina dando palos de ciego, un poco al tuntún, sin decidirse todavía por el amor casual del simple folleteo, o por el amor que pone un poco más de compromiso en el asador.

    La sinopsis de Casual es prometedora, y ciertamente, en los dos primeros episodios, se cumplen las expectativas. Pero a partir de ahí, lo que iba para sitcom recomendable se convierte en algo que ya no es ni comedia mi drama, que no es chicha ni limoná. Una cosa rara que termina derivando en un culebrón familiar de tres generaciones que sólo piensan en follar. Una modernez insulsa, pretenciosa; y al mismo tiempo, un vodevil de aquellos que recorrían los pueblos de antaño. Cuando Casual quiere ser profunda y trascendente,  aburre a las ovejas. Nunca fue más profunda que al principio, cuando volaba como un pajarillo travieso. Definitivamente, al menos en las obras de ficción, no hay nada más serio que el humor.





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