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Testament

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Entiendo, y me asusta, el nihilismo desesperante de Jean-Michel, el testamentario de “Testament”. Me faltan veinte años para igualarle la edad pero voy transitando su mismo camino. La culpa es de la estación de los amores, que viene y va, como cantaba Franco Battiato, pero cada vez tarda más en volver, y también de los achaques, que arañan la puerta, y del calendario, que ya es un otoño perenne de hojas que se caen.

Pero sobre todo es culpa de la izquierda, que ya no existe, y que nos cuesta aceptar que se esfumó. Y da lo mismo que vivas en el Quebec que en el Noroeste de la Península. Aquel alemán que arrancó la primera piedra del muro de Berlín derrumbó todo el edificio. Y no solo eso: lo trituró, lo barrió, lo convirtió en la Zona Cero del capitalismo victorioso. Carthago delenda est. Una torre universal de latas de conservas se vino abajo por quitar una sola de su base. Está claro que había algo que estaba mal diseñado desde el principio. Una grieta en el sistema como aquel agurejico fatal de la Estrella de la Muerte.

En 1989, cuando yo tenía 17 años y Jean-Michel 39, descubrimos dos cosas que nos pusieron las congojas de corbata: que más allá del Muro los sueños eran pesadillas y que más acá del Muro nos iban a dar bien por el culo. La primera línea de defensa, que eran los obreros armados con hoces y martillos, fueron barridos por el hipo huracano de Pepe Pótamo y quedamos inermes ante los amos. Cautivo y desarmado el sueño de una sociedad ya no comunista, sino simplemente escandinava, con reparto de riqueza y un Estado protector, los izquierdistas menos convencidos se pasaron al enemigo y los otros, seducidos por la publicidad, se convirtieron en “progres”. ¿Qué es un progre?: pues básicamente alguien que quiere follar con las progres. ¿Y qué es, entonces, una progre? Pues pasen y vean “Testament”. Ahí lo explican bastante bien. Desde luego, nada que ver con la izquierda combativa de nuestros mayores.

Cuenta la leyenda que Ione Belarra, en un descanso de su infatigable batalla contra los machistas, los micromachistas y los artículos determinados, se metió una vez con el dueño de Mercadona y colorín colorado este cuento se ha acabado. 



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El declive del imperio americano

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Cuentan las crónicas que el declive del Imperio Romano comenzó con el desenfreno sexual, y la disgregación de la familia. Con la cuchipanda bajó la natalidad, y las legiones, despobladas de canteranos, ficharon mercenarios que ya no combatían con el mismo ardor. El símil futbolístico me viene al pelo. También hay crónicas que afirman justo lo contrario: que fue el declive, preexistente, el que alejó a los romanos de los dioses, y les incitó al placer de fornicar antes de que los bárbaros irrumpieran por las fronteras. Quién sabe... Hace mucho tiempo de todo aquello, y puede que en realidad fueran las dos cosas entrelazadas.

Denys Arcand, en “El declive del Imperio Americano”, quiere hacer un paralelismo entre la caída de los romanos y la caída de los norteamericanos, y pone en escena a cuatro burgueses y cuatro burguesas del Canadá que se pasan la película acostándose entre sí, o deseándose entre bambalinas. Hablando de fantasías sexuales con los amigos y con las amigas. Soñando con los nuevos polvos que vendrán y añorando los viejos polvos que ya fueron. La película de Arcand no va de geopolítica, como se ve. Es puro sexo verbal.

Hay un personaje que sostiene que el mundo occidental está a punto de derrumbarse en 1986, una afirmación muy osada, casi de futurólogo, justo cuando Gordon Gekko se forraba en Wall Street, los rusos hacían cola en las panaderías y la familia Bin Laden era amiga íntima de los tejanos del petróleo. Si hubo un momento de gloria americana, económica y militar, fue justamente ése, 1986, cuando Ronald Reagan era el Trajano de los suyos, un sociópata en la cumbre de su imperio.

Denys Arcand se refiere, digo yo, a que los viejos valores ya estaban en derrumbe, y que los occidentales, liberados de la religión y la tradición, ya no encontraban cortapisa ninguna al vicio de amancebarse. Que luego te dejen o no ya es harina de otro costal. Los hombres de la película, por ejemplo, aunque se ganan bien la vida y saben cocinar empanadillas, son poco atractivos, y bastante fraudulentos, pero tienen una labia, y un repertorio, que ya quisiera uno para sí.






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