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Yo, yo mismo e Irene

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“Yo, yo mismo e Irene” ha sido la entrada más leída durante diez años en este blog carente de lectores. Desde que publiqué la versión original, allá por 2015, rápidamente escaló posiciones y se convirtió en la niña mimada de las estadísticas. Hoy que he vuelto a ver la película he releído su contenido y he quedado... horrorizado. Antes de borrar el texto para siempre y de sustituirlo por esta confesión con penitencia incluida, he comprendido al fin mi destierro a los mundos muy fríos y poco transitados. El sospechoso y sempiterno silencio de los visitantes.

Ahora sé que el navegante que caía aquí por casualidad buscaba la entrada más vista para hacerse una idea general y salía espantado al constatar la nula profundidad de mis análisis y la verborrea supuestamente chistosa que en realidad no es más que adolescencia retardada. Un poco lo mismo que hago ahora, la verdad, pero por entonces mucho peor escrito, más descarado para mal, grosero y directo como una película de los hermanos Farrelly. Una película,  por ejemplo, como “Yo, yo mismo e Irene”, que he vuelto a disfrutar en la intimidad más profunda de mi soledad para que nadie se entere de las imperfecciones más imperfectas de mi alma. 

Leyendo aquella entrada que parecía mi estandarte y sin embargo era mi perdición, he recordado que fue justo entonces cuando presenté en sociedad a Max, mi antropoide interior, ese australopiteco que vive instalado en mis tripas como Leon vive instalado en la casa de Larry David en “Curb your enthusiasm”. Max, como Leon, como el Hank que se apodera de la personalidad de Charlie,  sólo vive pendiente de la belleza de las mujeres y fantasea mundos imaginarios donde las conquista.  

En esa entrada inaugural, Max vivía enamorado hasta los sobacos de  Renée Zellweger y yo, para tenerle contento y que no diera mucho la barrila, le dediqué a su musa más de media entrada alabando su cabello de trigo y sus pómulos de lapona. Un poco como sigo haciendo ahora, a veces, pero a lo burro, a lo Farrelly, sin tacto ni delicadeza, para que se rían cuatro gatos -o ni eso- y se espanten todas las mujeres que buscan la sensibilidad. Ay. 




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Jerry Maguire

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Allison Smith en “El ala oeste de la Casa Blanca”; Janine Turner en “Doctor en Alaska”; Cobie Smulders en “Cómo conocí a vuestra madre”; Pamela Adlon en “Californication”; Natascha McElhone en “Californication”; Natascha McElhone en todo lo que haga.

Maureen O’Hara en “El hombre tranquilo”; Gene Tierney en “Laura”; Lauren Bacall en “Tener y no tener“; Leslie Caron en “Un americano en París”; Jennifer O’Neill en “Verano del 42”; Julie Christie en “Doctor Zhivago”; Paulette Goddard en “Tiempos modernos”; Robin Wright en “Forrest Gump”.

Jessica Lange en “Tootsie”; Sharon Stone en “Las minas del rey Salomón”; Kathleen Turner en “Fuego en el cuerpo”; Kristen Stewart en “Hacia rutas salvajes”; Reese Witherspoon en “En la cuerda floja”; Natalie Portman en su galaxia; Rooney Mara en “Carol”; Catherine Keener en “Being John Makovich”; Marie-Josée Croze en “La escafandra y la mariposa”; Marie-Josée Croze en “Munich”; Marie-Josée Croze en cualquier película.

Charlize Theron.

Audrey Hepburn.

Sissy Spacek en “The river”; Michelle Pfeiffer en “Las amistades peligrosas”.

Juliette Binoche en “La insoportable levedad del ser”; Julie Delpy en “Antes de amanecer”; Jean Seberg en “Al final de la escapada”; Anna Galiena en “El marido de la peluquera”; Audrey Tautou en “Amélie”; Emmanuelle Béart en “Nelly y el señor Arnaud”; Emmanuelle Béart en “La bella mentirosa”; Emnanuelle...

Mélanie Laurent en “Beginners”.

Anne Hathaway en “La boda de Rachel”; Andrea Suárez en “Bombón, el perro”; Emily Blunt en “La pesca del salmón en Yemen”; Catherine Zeta Jones en “Chicago”; Sarah Polley en “Mi vida sin mí”; Naomi Watts en “Mulholland Drive”; Jessica Rabbit en “¿Quién engañó a Roger Rabitt?”; Emma Stone donde quiera que salga; Jessica Chastain en “El árbol de la vida”; Jessica Chastain subida en cualquier árbol.

María de Medeiros en “Huevos de oro”; Penélope Cruz en “La niña de tus ojos”; Ariadna Gil en “Amo tu cama rica”; Pilar López de Ayala en “En la ciudad de Silvia”; Paz Vega en “Lucía y el sexo”; Leonor Watling en “Son de mar”; Leonor Watling cuando canta...

Bárbara Lennie.

Nastassja...

Se me quedan mil en el tintero...

... Renée Zellweger en “Jerry Maguire”.




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Chicago

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De joven no me gustaban las películas musicales porque paraban la acción, e interrumpían los diálogos, y las películas dejaban de ser un reflejo de la vida real o imaginada -pero siempre coherente- para convertirse en un sueño, en un delirio de quien coreografiaba los bailes o componía las canciones. Me daban por el culo, hablando en plata, los números musicales que de repente dejaban al protagonista con la frase colgando -o colgada, si vives en Cuenca- y lo ponían a bailar como si le hubiera dado un pasmo, o un siroco, rompiendo el pacto no escrito de “esto es una ficción, pero vamos a conseguir que no te enteres”. Yo iba al cine a aprender cosas, a tomar notas, a vivir otras vidas más interesantes que la mía -no el marasmo sin aventuras ni desventuras que yo sobrellevaba de casa a los estudios, y de los estudios a casa- y cuando los personajes se ponían en trance bailongo o engolaban la voz para cantar, a mí aquello me parecía una estafa, un  fuera de lugar. Un vodevil muy respetable e imaginativo, pero no cine en realidad.



    Luego, con los años, he comprendido que la vida real se parece más a un musical que a cualquier otro género. Si hubo un hito fundacional para inaugurar esta certeza fue precisamente una película de Bob Fosse -pero no Chicago, que es la que me ha traído hasta aquí, y que está entretenida sólo porque sus dos  malandrinas están de muy buen ver, cada una con su encanto y con su fenotipo-, sino All that jazz, la obra maestra que nunca se marchitará. “¡Comienza el espectáculo!”, se decía cada mañana el personaje de Roy Scheider sonriéndose ante el espejo, como quien dice “A tomar por el culo todo. Bailemos, sonriamos, apuremos hasta la última gota. Carpe diem”. La vida, bien mirada, es como la veía Bob Fosse en la película: no exactamente una tragedia, ni una comedia, ni siquiera la  tragicomedia que bebe de ambas fuentes y mezcla los licores a capricho de los dioses. La vida es una farsa, una representación, y quizá lo más serio que hay en ella sean precisamente las películas, que nos engañan, y nos ponen en plan trascendente cuando en realidad todo es baile y liviandad.


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