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Buena Vista Social Club

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Personas muy queridas que habitan el mundo real -y también algún mundo virtual- me han recomendado durante años, con una insistencia impropia de su templanza, que vea Buena Vista Social Club y me deje llevar por el son cubano, y por la “maestría” de Win Wenders. Que me deje arrastrar por su “paleta de emociones”,  al calor de lo caribeño. Son amigos sorprendidos, casi alarmados, de que uno, que se las da de cinéfilo provinciano y lleva gafas de pasta para dar testimonio, siempre reniegue de este director idolatrado diciendo que es un plasta, que sólo en París-Texas llegó uno a emocionarse. Que el fulano sólo sabe hacer documentales y que para ver documentales mejor pongo los de La 2, para dormir la siesta, o los del Canal Historia, para entender nuestro pasado como una intervención subrepticia de los alienígenas.

    Hace unas semanas me topé con Buena Vista Social Club en mis navegaciones por internet y tengo que confesar que me pudo más la vergüenza que la pereza, el deber que el instinto. Las voces de los recomendadores resonaban en mi cabeza cono ecos de pesadilla. ¿Qué tengo que ver yo con la música cubana?, me seguía preguntando cuando en la película Ry Cooder ya buscaba a sus abueletes perdidos por el malecón de La Habana. ¿Qué me importan a mí los avatares vitales de Compay Segundo, la ubicación olvidada del Buena Vista Social Club, la investigación musicológica de Ry Cooder por el ancho mundo de las guitarras…? Nada, en realidad, pero reconozco que a veces, repantigado en el sofá, se me ha ido la punta del pie en algún ritmo irresistible, y hasta confieso que he prestado atención cuando hablaban estos músicos que ya tocaban sus cacharros mucho antes de que Fidel Castro encendiera su primer puro y se afeitara su primera barba.

   No he perdido el tiempo, finalmente, con el experimento de Wenders y Cooder. Pero tampoco lo he ganado, a decir verdad. El enésimo experimento de Win Wenders ha sido otro ni fu ni fa que mi televisor ha digerido como una cena ligerita. Sopita y tortilla de jamón york. Un día más en la cinefilia. O un día menos, según se mire, con tantas cosas que hay que ver antes de que llegue la imposibilidad, en cualquiera de sus formas.




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