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Silvio (y los otros)

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El problema de la izquierda -de cualquier izquierda que se presente a las elecciones en Italia o en el resto del mundo- es que en realidad no entiende al votante de a pie. Yo soy de izquierdas, y voto a la izquierda, inquebrantable y contumaz, cada domingo electoral por la mañana, a primera hora, haciendo cola con las monjas del asilo y con los católicos de la misa tempranera, que me ganan por goleada con sus papeletas. Si un candidato de la derecha me prometiera un chalet con piscina a cambio de votar a su partido, apenas tardaría dos décimas de segundo en rechazar la propuesta. Yo soy así: un jacobino del modelo escandinavo, un comunista rebajado con muy pocas gotas de agua. Pero no me engaño sobre la gente, sobre el cuerpo electoral.

    La gente quiere que funcione la sanidad pública, la escuela pública, que el autobús llegue a su hora y que las carreteras para ir al pueblo no estén llenas de baches. Pero les gustaría que todo eso lo sufragara el Espíritu Santo, o un fondo mágico de Bruselas, y que el dinero no tuviera que salir de los impuestos. Por eso, cuando estos hijos de puta les prometen que el país va a funcionar igual, o incluso mejor, pagando menos a Hacienda, los votantes se vuelven locos de contentos, y se hacen de derechas de toda la vida, y a este lado de la barricada nos quedamos los cuatro soplagaitas de siempre, los cuatro intelectuales dando la matraca. 

    Y para sostener el engaño, y que la gente no piense, la derecha les vuelve aún más gilipollas poniendo basura en la televisión. La gente no quiere programas didácticos, ni culturales, ni informativos que cuenten la verdad. A la gente se la sopla, directamente, todo ese rollo, porque además no es necesario para medrar en el tejido social.  La gente enciende la tele para ver concursos, colorines, tetas, o atisbos de tetas. O promesas de tetas. Y fútbol, claro, que yo a eso sí que me apunto, comunista y todo. El cuerpo electoral tiene el nivel de un chaval de instituto que no se entera de gran cosa, allá por la quinta fila de los pupitres. Lo dicen en Silvio (y los otros), y es una verdad muy terca que la izquierda no termina de asumir. Quedan varios eones para que el homo sapiens evolucione en votante responsable, y mientras tanto, para atraer el voto sólo van a funcionar la codicia y el erotismo. El dinero y el sexo. Silvio Berlusconi lo entendió perfectamente, y partiendo de la nada alcanzó las más altas cimas de la miseria, que dijo una vez Groucho Marx.



 


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