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Sinceramente Louis CK

Hace unos meses, en la radio, le escuché decir a Juan José Millás que las personas no envejecen gradualmente como si bajaran una rampa, sino que lo hacen descendiendo escalones, de tal modo que un día te las encuentras y están como siempre, o de puta madre, y al mes siguiente te las vuelves a encontrar y ya cargan con los años que estaban esperando que una desgracia, o que una enfermedad, les abriera la puerta del castillo.



    Yo mismo, no hace mucho, me miré un día ante el delator y me vi de golpe con los casi cincuenta años que me corresponden, arrugoso, canoso, desmejorado, cuando el día antes todavía lucía un rostro que aún se podía presentar en sociedad. Y más aún: ayer me reencontré con el cómico Louis C.K. después de dos años de ostracismo y es como si a él le hubiera caído encima una década completa. Supongo que es el castigo que los dioses le enviaron... Yo le tenía mucho cariño a este hombre. Me reía mucho con sus ocurrencias porque es el tipo de cachondo que siempre me seduce, jugando con los límites, con la provocación, con la ofensa a los ofendiditos… Una de sus vetas preferidas, de la que extraía chistes y anécdotas sin fin, era su virtuosismo con la masturbación, y mira tú por dónde, por la polla murió el pez, masturbándose donde no debía, y ante quien no se atrevía a denegárselo.

    Louis C. K. reconoció los hechos, desapareció tras la cortina y todos sus admiradores, sorprendidos y defraudados, asumimos que el tipo había cumplido su periplo profesional. ¿Borrar su serie del disco duro del ordenador? Eso nunca. Pero verla, a modo de homenaje, tampoco. Sin embargo, ayer descubrí en internet que había vuelto a los escenarios con un monólogo titulado “Sinceramente Louis CK” y me picó la curiosidad. Y por qué no decirlo: una cierta melancolía. Me noté incómodo durante los diez primeros minutos. Como si yo no debiera de estar ahí, en el sofá, riéndole la gracia al personaje. Pero luego me fui diluyendo en las sonrisas, y luego en las carcajadas, porque el tipo sigue en plena forma, y al llegar al minuto 50 de la actuación, cuando ya sólo quedaban diez para el final, Louis empezó, de verdad, a sincerarse... Pero a su modo, claro, con ironías, autoironías, cilicios entre disculpas. Había mujeres entre el público que se partían de risa con sus tonterías. ¿Justifica eso que los hombres ya podíamos liberarnos de la vergüenza de sonreír? No lo sé. Ha sido todo muy confuso. ¿Los amigos dejan de ser amigos cuando hacen cosas terribles?



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