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Tony Manero

🌟🌟🌟

Raúl Peralta se ha tomado demasiado en serio los mensajes de la publicidad. La retórica de los emprendedores, que anima a alcanzar tus sueños con sólo los cojones de la voluntad. Porque Raúl Peralta, imitador de Tony Manero en un local de mala muerte, ya va para cincuenta años, y baila como si bailara yo, en la fiebre del sábado noche ponferradina, y ni de lejos alcanza los brincos, los quiebros, la flexibilidad más de caucho que de hueso de John Travolta, que deslumbraba a las señoritas entre luces de colores.

    Raúl Peralta podría haberse quedado en eso, en un imitador de barrio, gracioso y conmovedor, pero él se tiene por mucho más, y decide presentarse a un concurso de la tele donde se imita a los famosos de tronío, y donde si ganas te llevas el aplauso del público, y el beso de una azafata muy guapa, y creo que también un jamón muy nutritivo, y digo creo porque en la película no se entienden muy bien algunos diálogos, quizá por culpa de los acentos, o quizá porque Tony Manero es una película inencontrable por el océano, y hay que apañarse con lo que buenamente se piratea.



    Estamos en Chile, en 1978, y la dictadura de Pinochet aprieta mucho en los barrios populares. Hay mucha miseria moral, pero también mucha miseria económica, mientras la Escuela de Chicago recompone las finanzas que el terror rojo distribuyó entre los desharrapados. En lo que voy leyéndoles, los gafapastas de la crítica profesional afirman que la miseria moral del régimen se ve reflejada, metafóricamente, en la miseria moral de Raúl Peralta, que es un psicópata que va dejando cadáveres literales en su afán de alcanzar la gloria televisiva. Pero a uno, estas metáforas siempre le dejan algo frío, como si las rebuscaran para quedar bien, y darle enjundia a sus escritos, porque psicópatas engañados por la publicidad los ha habido toda la vida, en las democracias y en las dictaduras, y uno sospecha que varios años después, con el regreso de la democracia a Chile, nuestro Tony Manero de pacotilla siguió haciendo de las suyas, embarcado en otro autoengaño, y ya con sesenta tacos en la mochila.



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