Solos en la madrugada

🌟🌟🌟

Un año después de triunfar con el fenómeno sociológico -y pechológico- de Asignatura pendiente, José Luis Garci repitió fórmula con Solos en la madrugada. En esta segunda parte de "La Transición según José Sacristán", Pepe, de día, vestido, llama al deber ciudadano de los demócratas, mientras que Pepe, de noche, desnudo, comparte sábanas con bella señoritas a las que les habla del amor en los tiempos del cólera.

Su personaje es un locutor de radio que hace fortuna maldiciendo los tiempos perdidos y las oportunidades robadas. Pero que anuncia, a cambio, los nuevos horizontes que están por venir y por disfrutar. Los nuevos aires de libertad que a los cuarentones de su generación, ay, ya les van a coger un poquitín tarde, atados a los hijos, a la mujer, a la suegra, al trabajo aburrido pero insoslayable que les da de comer y les paga las facturas.

    Fueron ellos, la generación castrada del franquismo, los que convirtieron Solos en la madrugada en una película de culto para los progres, porque se veían reflejados en las cuitas y en los sueños rotos. Y sobre todo -no vayamos a engañarnos- porque Fiorella Faltoyano y Emma Cohen, como las actrices francesas de Perpignan, comparecían largos minutos con el pecho descubierto tras el orgasmo. A solos en la madrugada sólo le faltó el desnudo de María Casanova para convertirse en un concurso de Miss Tetas 78, en el que la señorita Emma Cohen, a mi modesto entender, hubiera merecido el máximo galardón. 

    El final de los setenta fue un tiempo de despelote, sí, y de socialismo promisorio. Si alzabas la nariz al viento casi podías respirar la libertad sexual, que venía de Francia, y la sociedad del bienestar, que venía de Suecia, como las suecas. En las películas de José Sacristán y sus amantes encamadas parecía inaugurarse un tiempo próspero y venturoso. Y hubo una pequeña fiebre de euforia, sí, cuando Felipe y Alfonso se asomaron al balcón en aquella noche electoral. Pero las aguas del nuncafollismo y del capitalismo volvieron rápidamente a su cauce. El mismo José Luis Garci, que iba de erotómano y de progresista, terminó años después riéndole las gracias al megalómano del bigote, al que imagino con los pies reposados sobre un puff mientras lo recibía en la Moncloa, y lo remiraba de arriba abajo mientras preguntaba a un asesor: "¿Éste no era el progre que antes hacía películas donde se pedía el voto para Tierno Galván?"



Leer más...

Macbeth

🌟🌟🌟🌟

Sólo era cuestión de tiempo que alguien versionara el texto de William Shakespeare con la estética arrolladora de Juego de Tronos. Porque qué es, en el fondo, Juego de Tronos, sino un enredo muy shakesperiano de reyes y espadas, familias y honores, en una tierra brumosa de los Siete Reinos que se parece sospechosamente al mapa de la Gran Bretaña.

    Los textos de William Shakespeare -o de quien los firmara con su nombre- siguen de rabiosa actualidad porque describen pasiones eternas, y personajes arquetípicos, y en cuatro siglos nada ha cambiado en la evolución de los homínidos, que seguiremos con los mismos defectos y las mismas virtudes hasta que las ranas críen pelo, en otra evolución paralela y lentísima. Todos los días, en el periódico, viene algún señor Macbeth cometiendo tropelías porque la señora Macbeth, allá en el dormitorio, le ha prometido noches de blanco satén si traicionaba al amigo o se pasaba la ética por el forro. Detrás de un gran hombre suele haber una gran mujer, dicen, y detrás de cada chorizo o de cada mentiroso suele haber, también, una pájara de mucho cuidado que sueña con un chalet en la playa o con una universidad americana para los hijos. El matrimonio Macbeth está muy presente en la alta política, y en las altas finanzas, y hasta dicen que el mismísimo Caudillo vivía malmetido por doña Carmen, la lady Macbeth de  El Pardo. Que él, Paquito el asesino, dejado a su libre albedrío, se hubiera quedado tan feliz en la cabila, compadreando con los legionarios y disparando a los moros de vez en cuando por matar el gusanillo patriótico y echar unas risas en el cuartel.

    Qué decir, entonces, de esta nueva versión de Macbeth, que es a lo que yo venía. Pues que hay hostias como panes, y muertos a gogó, y extrañas imágenes que son muy hermosas de ver, lo mismo en el remanso de la paz que en la salvajada de la guerra. Y que sale Marion Cotillard haciendo de lady Macbeth, y que yo, por una mujer así, como el bueno de Fassbender, también cometería fechorías sin nombre. De las que luego, claro está, habría que arrepentirse con un mínimo de decencia, pero con el cuerpo ya muy bailado.




Leer más...

Trumbo

Cuando veo una película de rojos perseguidos por el poder, me sale la vena bolchevique que tantos disgustos me ha dado, y que tantos lectores -porque aquí seguimos los cuatro gatos de siempre- me sigue costando. Para mí, cuando insultan a un buen izquierdista en la pantalla, es como si apalearan a un perrete, o robaran el bolso de una anciana, y mi cuerpo astral -no el otro, ya muy baqueteado, que se queda de brazos cruzados en el sofá- salta como un energúmeno para defender al pobre hombre, o a la pobre mujer, que sólo quería una sociedad mejor repartida, o que le pagaran un sueldo digno por su trabajo.



    Después de ver Trumbo, que es la caída y auge de Dalton Trumbo en el apartheid de la Caza de Brujas, yo venía aquí para soltar un discurso muy encendido en defensa del izquierdismo norteamericano, en plan Howard Zinn o Noam Chomsky. Denunciar el silencio, la marginación, la persecución incluso de quienes se atrevieron a cuestionar el sueño americano, que ha sido prodigioso en sus avances tecnológicos, y aberrante, en sus repartos de la riqueza. Yo venía aquí para cagarme en la Caza de Brujas, en sus oscuros promotores, y en sus execrables chivatos. Y quedarme insatisfecho, pero relajado. Pero todo esto ya está muy contado, e insultado. Los escasos lectores que me siguen son personas cultivadas que ya conocen de sobra tales desmanes, y sólo venían aquí por la curiosidad de saber algo más sobre Trumbo, y por verme armado de florete, lanzado estocadas a mi diestra, para defender el honor de las causas perdidas.
    Y para causa perdida, ahora que ya pasaron los grandes premios, la actuación de Bryan Cranston. Soberbia. De Oscar, si este año, para enmendar errores anteriores, no hubieran agasajado a Leonardo DiCaprio. Por salvar a un justo, jodieron a otro.  



Niki: Papá, ¿Eres comunista?
Dalton Trumbo: Sí
Niki: ¿Está prohibido eso?
Dalton Trumbo: No
Niki: La señora del sombrero grande dijo que eras un extremista peligroso. ¿Es verdad?
Dalton Trumbo: ¿Un extremista? Puede ser... Yo amo nuestro país. Y el gobierno es bueno. Pero todo lo bueno puede ser mejor, ¿no te parece?
Niki:¿ Mamá es comunista?
Dalton Trumbo: No
Niki: ¿Y yo?
Dalton Trumbo: Hagamos la prueba oficial, ¿quieres? Mamá te prepara tu almuerzo preferido...
Niki: Sandwich de jamón y queso...
Dalton Trumbo: Y en la escuela, ves a alguien que no tiene almuerzo. ¿Qué haces?
Niki: Lo comparto
Dalton Trumbo: ¿Lo compartes? ¿No le gritas que vaya a trabajar?
Niki: No
Dalton Trumbo: ¿O le ofreces un préstamo al 6%? Eso sería inteligente.
Niki: Papá...
Dalton Trumbo: O ignoras a esa persona y ya...
Niki:¡No!
Dalton Trumbo: Bueno, bueno... Eres una pequeña comunista.




Leer más...

Asignatura pendiente

🌟🌟🌟

Si hacemos caso de lo que cuentan las portadas de los periódicos y las tertulias de la radio, parecería que la gente está muy pendiente de la actualidad política, y de los vaivenes de la bolsa. Pero no es cierto. Estas cosas sólo interesan a los que viven del momio, o a los que invierten en valores. Al común de los mortales, aunque sigan los acontecimientos con curiosidad,  lo que les preocupa cada mañana al despertar es saber si van a follar o no. Saber si la novia aceptará, si la mujer estará de buenas, si aparecerá, por fin, una mujer en el horizonte. Todo lo demás sólo es contexto y divertimento.

En Asignatura pendiente, mientras el caudillo se muere en la cama y los demócratas afilan las leyes, y los nostálgicos los cuchillos, José y Elena, Elena y José, recuperan el tiempo perdido follando como macacos a espaldas de sus cónyuges. Al otro lado de la ventana se escuchan amenazas de muerte y gritos de libertad,  pero ellos, ensordecidos por la pasión, sólo escuchan el frufrús de las sábanas, y el respirar agitado de la pareja, que les sirve de guía para ascender las cordilleras.  Mientras saborean el cigarrillo postcoital les importa tres pimientos el momento histórico que están des-viviendo. Desnudos de cintura para arriba -lo que hizo de Asignatura pendiente un fenómeno pechológico allá en 1977- José y Elena conversan sobre su romance de juventud, allá en los veranos de la sierra, cuando él le cogía la mano en los senderos y le palpaba los pechos en las penumbras, siempre por encima de la rebequita, claro está, que no estaba el franquismo para bollos.

Así vivirán José y Elena las primeras semanas cruciales de la Transición, despachando con celeridad los asuntos de la oficina, o las meriendas de los niños, para arrejuntarse en la cama y olvidar el mundanal ruido de sables y altavoces.  Pero la rutina, ay, lo mismo carcome los matrimonios que los adulterios, porque es un insecto que no hace distingos con las maderas, y hasta los polvos, si vienen muy seguiditos, se convierten en obligaciones que hay que despachar con fastidio. Sólo entonces, en la calma de los instintos, volverán nuestros tórtolos a ser conscientes de la realidad. Ciudadanos lamados al deber de comportarse como demócratas, y como fieles esposos, cada uno en su redil.




Leer más...

Las verdes praderas

🌟🌟🌟

La crisis de los cuarenta es una neurosis que pertenece al mundo moderno y desarrollado. Antes de que Alexander Fleming se topara con el Penicillium notatum en su laboratorio, la gente, por lo común, se moría antes de llegar a los cuarenta, y los pocos que trascendían tenían cosas más importantes en qué pensar. Si los antepasados pudieran ver nuestras depresiones por un agujero espacio-temporal, nos tomarían por unos pusilánimes indignos de llevar los mismos genes, y los mismos apellidos. Sólo cuando uno tiene la barriga llena y la salud controlada se pone a lamentar las calvicies y las pitopausias. El tiempo perdido, y los sueños rotos. 



    Inmerso en mi propia cuarentanidad, voy topando por doquier con este subgénero cinematográfico de los hombres en caída libre. A veces lo hago a sabiendas, porque conozco al personaje, o lo intuyo, y sé que voy a extraer una sabiduría de sus andanzas. Otras veces, sin embargo, es el subconsciente quien me susurra un título sin advertirme que allí mora otro cuarentón en crisis, otro ejemplo de superación, o de hundimiento, que de todo hay en la viña del Señor.

    Esta noche, por ejemplo, ha aparecido en los canales de pago una película de José Luis Garci que yo nunca había visto, Las verdes praderas. Y como ahora ando reconciliado con él, y la película pertenece a su época pre-ridícula y pre-pepera, me he arrellanado en el sofá para consumir la última atención del día. Yo esperaba la típica película de españolitos en la Transición, con la movida política, la apertura de las costumbres, el despechamen de los escotes. Pero si hacemos caso omiso del Seat 131 Supermirafiori que conduce Alfredo Landa, y de algunas efemérides madridistas como la retirada de Pirri o los cabezazos de Santillana, Las verdes praderas podía ser una película rodada hoy en día, con su cuarentón deprimido, su trabajo aburrido, sus hijos mediocres, su esposa decepcionada. Porque la crisis de los cuarenta -esa depresión maldita que le debemos a la puta penicilina- es un mal que no distingue década ni lugar. Una bomba de relojería que se pone en marcha cuando se acortan los telómeros, y se van recortando al mismo tiempo las energías, y las alegrías.


Leer más...

Harold y Maude

🌟🌟

Nueve de cada diez cinéfilos consultados recomiendan ver Harold y Maude, la comedia que Hal Ashby rodó en los tiempos del amor libre y de la relajación de las costumbres. Allá en América, claro, porque aquí, por un simple beso prematrimonial, o por una mirada bajo las faldas, todavía te corrían a porrazos por los callejones, y a hostiazos por las sacristías. 

    Harold es un primo lejano de la familia Addams que se entretiene fingiendo suicidios ante su madre, una fría millonaria que ya no le hace caso, y que busca, desesperadamente, una nuera que se lo lleve. Aficionado a comparecer en entierros que ni le van ni le vienen, Harold, en uno de los sepelios, conocerá a Maude, una mujer octogenaria que también vive fascinada por la muerte. Maude ha decidido disfrutar sus últimos años a cien por hora, hasta que el cuerpo aguante, y medio loca o medio lúcida, encuentra la adrenalina robando coches, visitando desguaces o posando sus arrugas denudas ante los artistas conceptuales.

    Dos pirados como Harold y Maude estaban, cómo no, destinados a entenderse y a compenetrarse. Y a penetrarse, incluso, en un amor loco que hace cuarenta años debió de provocar ascos y soponcios, pero que hoy en día, curados de espanto gracias a los programas del corazón, y a las categories de las páginas porno, ya casi vemos como una travesura, como una filia sexual de las muchas que pueblan el deseo. 

    A uno le han caído en gracia estos personajes enfrentados al qué dirán de las gentes, y al qué narices pondrán de las leyes. Pero la simpatía por Harold y Maude no es suficiente para que la película consiga levantarme el ánimo, ni distraerme de los quebraderos. Quizá fue el fin de semana, que vino atravesado, o quizá fue la propuesta experimental, que me cogió a contrapié. Sea como sea, me siento desautorizado para juzgar. Uno de cada diez cinéfilos consultados no recomienda ver Harold y Maude, pero yo, la verdad, no quisiera decir tanto. 



Leer más...

Sherlock. La novia abominable

🌟🌟🌟🌟

Ahora que voy a releer las aventuras completas de Sherlock Holmes, ya no tendré que imaginarme a sus protagonistas como si estuviera en La vida privada de Sherlock Holmes, la gran película de Billy Wilder. Voy a echar de menos a Robert Stephens y a Colin Blakely, que me acompañaron en la primera lectura de juventud. Tipos sólidos, perfectamente británicos, que daban el pego y la medida. Pero desde que Mark Gatiss y Steven Moffat parieran su serie para la BBC, Benedict Cumberbatch y Martin Freeman se han ganado el primer puesto en el imaginario. Ellos serán a partir de ahora los rostros, los andares, los gestos de reflexión o de recochineo, aunque sus personajes vivan a un siglo de distancia de las andanzas originales.

    Enredando por internet, leo con pesar que Sherlock no tendrá una cuarta entrega hasta el año 2017. Debe de ser que estos dos actores tienen problemas de agenda, o que los guiones, tan enrevesados, necesitan varios meses de urdimbre. Ante nuestro desconsuelo, Gatiss y Moffat nos han hecho el regalo de La novia abominable, un caso de ultratumbas en el Londres victoriano de los orígenes literarios. La novia abominable se podía haber quedado en un simple divertimento, en un hueso de goma para entretener nuestro hambre canina. Pero Gatiss y Moffat son dos tipos generosos que nunca defraudan. Que saben, además, que nos hemos vuelto muy sibaritas, y muy pijos, y que no les íbamos a perdonar que La novia abominable fuera un episodio de relleno, o un aperitivo para glotones. Y pardiez que no lo ha sido. Entre los crímenes, las deducciones y los chistes socarrones, han vuelto a conseguir que me quedara clavado en el sofá. Que la realidad del día no se colara por ningún resquicio en la ficción. He vuelto a sentir esa gozosa presión en las meninges cuando trato de no perderme, de no quedarme atrás. De anticiparme a un desenlace que al final siempre me sorprende y me supera. Y bendita sea, mi cortedad, que me depara tales alegrías. 




Leer más...

Carlos Pumares. Polvo de Estrellas

La muerte de Gaspar Rosety ha revuelto los recuerdos de mi desván. Buscando su voz cuando cantaba los goles del Madrid en las remontadas, o de la Selección Española en los Mundiales, he ido a topar con un archivo sonoro de Antena 3 Radio, aquel nido de alianzapopuleros que se decían independientes y montaraces. Estos hijos de mala madre, nostálgicos de una derecha que pusiera en vereda al rojerío campante, aprovechaban cualquier programa, político o no, para atizar al PSOE y clamar de paso contra el poder del Estado, que maniataba a los emprendedores, subía los impuestos y construía trenes innecesarios de alta velocidad.

    Carlos Pumares -que a eso venía- era uno de los locutores más vocingleros. Su programa de cine -que luego era de cualquier cosa- venía después de Supergarcía, y los adolescentes que ya trasnochábamos por los estudios, y por las ganas infinitas de vivir, nos quedábamos hasta las tantas de la madrugada oyendo sus monsergas de rancio conservador. Pero nos daba igual, su facherío. Nosotros estábamos a lo del cine, o la que surgiera, que podía ser una receta culinaria o la última crónica de una multa en carretera. Pumares, en aquel magacín encubierto, en aquel showtime de la madrugada, era mi pequeño dios de las ondas, un fulano tan cínico como divertido, tan faltón como seductor.

    Y eso que Pumares, cinéfilo de otra generación, odiaba a muchos cineastas que yo adoraba. Y no sólo los odiaba: se mofaba de ellos, los ponía a caldo, los ridiculizaba en antena si algún oyente se ponía pesado defendiéndolos. Pero yo me meaba de la risa, y me daba lo mismo no coincidir. Pumares era un fulano directo, vitriólico, que tenía muy pocos filtros en el paladar. Y una gracia de la hostia. Aunque sufría chifladuras de crítico arqueológico, Pumares me transmitió su pasión por el cine. Una pasión que yo traía de serie a su programa, pero que él mantuvo viva en los años idiotas de la adolescencia, cuando todo pudo haber sucedido. Pumares fue, aunque suene manido y resobado, mi maestro.

    Casi tres lustros después escucho de nuevo sus programas, en el ipod, mientras camino por los montes, y me sigo descojonando yo solo con sus paridas, con sus desplantes, con sus arranques de genialidad. Un personaje único.

Oyente: Pumares, es que mis amigos dicen que la película X es muy mala.
Pumares: Pues cambia de amigos


Leer más...