The trip to Italy

🌟🌟🌟🌟

Cuatro años después de recorrer el norte de Inglaterra en The trip, Steve Coogan y Rob Brydon vuelven a fingir que se odian para embarcarse en otra aventura gastronómica pagada por The Observer

    Esta vez, como hay más presupuesto, o tal vez mejor humor, se lanzan a recorrer los cálidos paisajes de Italia, en vez de los brumosos parajes de su tierra. Coogan y Brydon rondan ya los cincuenta años, pero siguen comportándose como adolescentes que salieran a la cuchipanda. The trip era una película más triste, más melancólica, porque entonces ellos transitaban la crisis masculina de los cuarenta, que les mordía en la autoestima, en el impulso sexual, en las ganas de vivir. Ellos se descojonaban con sus imitaciones, con sus puyas artísticas, pero se les veía dubitativos e infelices. Ahora, sin embargo, quizá porque el paisaje es radicalmente distinto, y la luz del Mediterráneo lava las impurezas y reconforta los espíritus, Brydon y Coogan aparecen más risueños, más traviesos, como si hubieran asumido que el peso de la edad es el precio a pagar por seguir viviendo.





            Mientras conducen por las campiña o degustan los ravioli en las tratorías, ellos siguen con el juego interminable de imitar voces. No podía faltar, por supuesto, la voz de Michael Caine, ya que están en Italia -y en un italian job además- y que han alquilado un Mini para rendir homenaje a la cinta clásica de los autos locos. Pero las estrellas de la función, como es de rigor en la patria de Vito Corleone, son Robert de Niro y Al Pacino, que casi llegan a convertirse en personajes principales de la película. Brydon y Coogan los imitan a todas horas, en todos los sitios, delante de cualquier comensal, como dos orates que se hubieran escapado del manicomio. 

    En una lectura superficial, podría pensarse que The trip to Italy es una gilipollez sin fundamento: dos tíos que van de hotel en hotel y de comida en comida recreando escenas míticas de El Padrino. Pero uno -quizá equivocadamente, porque la simpatía por estos dos fulanos es automática y visceral- creer ver en la película de Winterbottom una celebración de la vida y la amistad. Dos hombres maduros que abrumados por la belleza de la Costa Amalfitana hacen las paces con su destino y vuelven a sentir la alegría pura de la adolescencia, cuando nadie piensa en la muerte y todo sirve de excusa para echarse unas risas. Cuando las féminas, intrigadas por tanta felicidad, vuelven a posar la mirada con interés...


Leer más...

La fuerza del cariño

🌟🌟🌟

Si hace una semana me hubieran dicho que iba a estar delante del televisor viendo La fuerza del cariño, me hubiera echado a reír -de la incredulidad- o a llorar -del giro imprevisto y atormentado de mi cinefilia. 

    Uno recordaba La fuerza del cariño como un melodramón de sobremesa, pasado de época, de rosca, de efectos lacrimógenos. Pornografía sentimental. No entraba en mis planes, ya digo, regresar a los registros más pastelosos de James L. Brooks, del que prefiero quedarme con sus grandes contribuciones a la humanidad: el Lou Grant de mi infancia, y el universo sin par de Los Simpson, y el chalado maravilloso que encarnaba Jack Nicholson en Mejor imposible, esa película que siempre flirteaba el ridículo argumental sin caer jamás en la tentación.

    Fue precisamente él, Jack Nicholson, el culpable involuntario de que esta tarde, en los interregnos soporíferos del Tour de Francia, me internara en los asuntos internos de la familia Horton y su Suegra De Vil llamada Aurora. Porque estos días, entre otras lecturas veraniegas, he curioseado en la biografía del viejo Jack -el insaciable mujeriego, el director frustrado, el actor excesivo- y me ha ido picando la curiosidad por rescatar viejas glorias de su filmografía que tenía olvidadas o soslayadas. Cuando he llegado al capítulo de La fuerza del cariño, el autor de la semblanza se ha puesto muy pesadito, muy persuasivo, con la "magnífica" actuación de Nicholson en una tragicomedia "de las que ya no se hacen". Y me ha entrado como una duda, como una descreencia de mí mismo, y he pensado que tal vez mi recuerdo estaba contaminado de prejuicios, de poses intelectuales. 

    Pero nada de eso: prejuicioso o posante, sigo en las mismas. La fuerza del cariño no pertenece a mis inquietudes, a mi universo sentimental. No es una mala película: simplemente no me interesa, o no termino de entenderla. Sólo cuando aparece el viejo Jack para sonreír sus maldades, y lanzar sus eróticos anzuelos, me subo al carro de la narración y me dejo seducir por su personaje de astronauta rijoso y socarrón. Pero son pocos, ay, los minutos de felicidad. En La fuerza del cariño, Jack sólo es un personaje secundario, el contrapunto gracioso de la trama, y es una pena que por aquel entonces nadie pensara en rodar un spin-off con su personaje. Better Call Garrett, propongo yo. 

Leer más...

El puente

🌟🌟🌟

Hace unos meses pasó por estos escritos una película danesa que se titulaba Land of mine. En ella, un grupo de adolescentes integrados en el Volkssturm -las tropas que Hitler reclutó a última hora entre los chavales y los ancianos- era hecho prisionero por las tropas danesas, y luego, con la guerra ya terminada, obligado a limpiar las minas que la propia Wehrmacht había enterrado en las playas. 

    Unos meses antes, cuando Alemania todavía no había rendido sus tropas, otra remesa infantil del Voklkssturm fue reclutada para defender el puente sobre el río Regen, en el mismo pueblo que los vio nacer a todos. Que los vio crecer con los juegos infantiles, convertirse en muchachos, soñar con participar en la guerra como hombres de pelo en pecho... Y no como lo que eran ahora, unos tirillas sin instrucción militar que apenas podían con el peso de los bazookas, y que además no habían visto a un norteamericano de frente en su vida, más allá, quizá, de Charles Chaplin, o de los hermanos Marx, que no disparaban tiros desde el otro lado de la pantalla.

    La película se titula El puente, y es una producción alemana del año 59 que obtuvo grandes premios y reconocimientos en su momento, antibelicista y cruda, muy poco patriotera. En el primer acto conocemos la vida de estos muchachos en su pueblo de Baviera, aún intocado por los bombardeos. Sólo de vez en cuando les sobrevuela algún avión aliado para echarle un ojo al puente estratégico. Los chavales van al instituto, flirtean con las compañeras, juegan a la guerra en los descampados... Hay cartillas de racionamiento y cunde el desánimo en el ambiente, pero por lo demás la vida transcurre como si tal cosa. 

    En la segunda parte, sin embargo, la guerra aparece con toda su virulencia. Ya no hay tirachinas, ni perdigones, ni pedradas en la cocorota. En un par de días tan locos como surrealistas, los muchachos se verán reclutados a la fuerza, vestidos de uniforme, armados con fusiles de verdad. Un alma caritativa de la Wehrmacht  les destinará a defender el puente de su propio pueblo, por el que no se espera que pase ningún ejército enemigo. Pero claro: el ejército alemán, en desbandada, es como el ejército español en circunstancias normales, y al final resulta que los tanques americanos terminan deslizándose por allí, enfrentándose a la defensa numantina de los pipiolos...



Leer más...

Take Shelter

🌟🌟🌟🌟

Más pronto que tarde llegará el cataclismo devastador que arrasará la faz de la Tierra. Nos caerá un asteroide, o se elevarán los mares, o nos fumigará un virus mortal que no conocerá ni a su padre en el laboratorio. Un loco apretará el botón nuclear, o una civilización extraterrreste nos convertirá en biodiesel para seguir alimentando el vuelo interestelar de sus platillos volantes. Quién sabe.... Desde que el mundo es mundo, siempre ha habido un iluminado, un profeta, un plasta del apocalipsis que anunciaba el fin del mundo con grandes voces de lunático, o susurros insidiosos de sacerdote. En la Biblia salen muchos de estos tipos -generalmente barbudos y desaliñados- que erraron el tiro con las fechas. Ahora, curiosamente, cuando la destrucción es más probable, salen muchos menos hablando por boca de Dios. 

     Las gentes de bien nos reímos de estos tipos cuando los vemos en la televisión, y si por un casual nos los cruzamos por la vida, procuramos cambiar de acera, o de ascensor, y hacer como que no les hemos visto. Esta marginación social es la que sufre el bueno de Curtis, el granjero de Ohio, que en Take Shelter dice barruntar una gran tormenta que arrasará hogares y establos, cosechas y autopistas, hasta no dejar piedra sobre piedra. Podría aportar datos científicos sobre el cambio climático para que los vecinos se lo tomaran un poco más en serio. Pero Curtis -que empieza a volverse majareta por las noches, soñando pesadillas insoportables- también va perdiendo la chaveta durante el día, y pone caras de orate, y lanza discursos de pirado, y ya ni su mujer es capaz de seguirle la tontería. 

    Curtis, al menos, en sus ratos de cordura, tiene la decencia de indagarse a sí mismo en los manuales de psiquiatría, buscándose una esquizofrenia, una psicosis, una enfermedad tangible que le devuelva la honra y el buen nombre. Cualquier cosa menos ser considerado un profeta de la destrucción.
    
    Lo más cojonudo de todo es que Curtis, después de todo, tal vez tenga razón...



Leer más...

The Wrong Mans

🌟🌟🌟

En un cajón olvidado del portátil he encontrado la serie británica The Wrong Mans, que filibusteé hace tanto tiempo que ya ni me acordaba de tenerla. Ni siquiera recuerdo quién me la recomendó, o qué leí para lanzarme sobre ella. Son las cosas preocupantes que a veces me suceden con las series, incidentes que supongo comunes a todos los seriéfilos que no damos abasto con tanta tentación, y con tanta novedad. 

    The Wrong Mans simplemente estaba ahí, como caída del cielo, acurrucadita en su letargo informático de meses o de años. Daba como pena despertarla, con sus seis episodios tan juntitos, tan cortitos, de media hora de duración, como una camada de lechones o de perretes. Seis episodios juguetones, divertidos, que iban de dos panolis que se ven involucrados en un asunto mafioso de trascendencia internacional, con espías del MI6, agentes soviéticos, ministros corruptos, mujeres fatales y chinos muy peligrosos que persiguen maletines con dinero... Algo así como una parodia de las películas de Jason Bourne, que siempre se las apañaba para salir indemne de sus movidas con su potra inconcebible, y su habilidad de agente superentrenado por la CIA.

    La otra forma de salvarse cuando te persiguen los malos armados hasta los dientes es ser un imbécil integral, y en el caso de The Wrong Mans, estos dos tipos son bastante imbéciles, bastante impredecibles, y es precisamente esa conducta errática -como dos moscas en una habitación- la que va minando la paciencia de los asesinos mejor entrenados del panorama internacional, los británicos a un lado, y los agentes de Putin al otro.



Leer más...

Carlos Pumares. Un grito en la noche

Cuando supe de su existencia, pensé que el libro Carlos Pumares: un grito en la noche estaría descatalogado, y que tendría que volverme loco en internet para conseguirlo, pagando, tal vez, un precio desorbitado por lo que ya seguramente era un libro de culto. La Biblia Pumariana, para los cuarentones que le escuchábamos en la adolescencia, robándole horas al sueño para dedicárselas al cine, o al Monolito, a lo que surgiera de aquellos micrófonos imprevisibles, que podían ser recetas de cocina o  llamadas a la rebeldía ciudadana contra el gobierno.

    (Luego, con los años, cuando supimos algo más de política, descubrimos que Carlos Pumares era un anarquista de derechas reaccionario y vociferante, y de pronto ya no nos hacían tanta gracia sus teorías sobre la iniquidad de los impuestos, o la sacrosanta voluntad de los empresarios. Peccata minuta, en todo caso, para un tipo que nos regaló la pasión por el cine como Prometeo nos regaló el fuego en los albores. El día que empecemos de una puta vez la Revolución, al Pumares lo indultaremos, y le haremos rezar tres himnos de Riego en penitencia, y luego le investiremos como Ministro de la Cosa Ésa del Cine, como él mismo decía).


    Para mi sorpresa, encontré el libro en una sitio online que todo el mundo conoce, y comprendí que éramos muchos los que todavía sentíamos curiosidad por el personaje, y estábamos dispuestos a pagar 16 euros para satisfacer nuestra curiosidad de ex oyentes del programa. ¿De dónde venía Carlos Pumares? ¿Cómo se gestó su Polvo de Estrellas? ¿Por qué duró tan poco el experimento en la televisión? ¿Qué pintaba don Carlos haciendo el indio en Crónicas Marcianas? ¿Dónde estaba ahora el tipo que nos hizo reír como cosacos en las madrugadas de los gamberros? ¿El que malogró nuestras vidas para siempre, convirtiéndonos en trasnochadores de la radio y de la vida?  

    Pero, queda, al final, un poso triste tras la lectura. Pumares se autodescribe como un ser solitario, medio amargado, dejado de lado por todos los que una vez consideró amigos, o al menos compañeros. En el año 2007, fecha de publicación del libro, ya nadie contaba con él para nada serio: blogs ignotos de internet; paseíllos por televisiones cutres; charlas en pueblos perdidos; críticas de cine para los periódicos del facherío... Una mierda, con perdón. Pura supervivencia. Un final indigno para el hombre que muchos cinéfilos consideramos un maestro, y un referente, aunque suene todo tan manido como cursi. Pumares era divertido, culto, atrabiliario, ingenioso, didáctico, puñetero, leído, facha, insoportable, entrañable. Irrepetible. 

    Todavía hoy, siempre que termino de ver una película, me pregunto: "¿Qué opinará el Pumares de ella?"

- ¿Y el contacto con la gente?
- Me hago mayor y cada vez más raro. Y como he sido hijo único y siempre he estado a gusto solo, pues el sentimiento se agudiza. No tengo problemas por estar solo. Me gusta. 





Leer más...

Synecdoche, New York

🌟🌟

El síndrome de Cotard es una alteración muy rara de la conciencia que consiste en la desconexión mental de sentirse vivo. El paciente, o la pacienta, vive convencido de que está muerto y de que continúa entre los vivos gracias a un designio de los dioses, o a un milagro inexplicado de la medicina. Estos sujetos -que a veces son gente infortunada que se ha dado una hostia monumental en la cabeza- afirman que su cerebro ya no funciona, y que sus órganos, a los que sienten paralizados y huelen putrefactos, han dejado de servirles. Es una pedrada mental de una entre cien millones. Una que figura en las páginas más recónditas de los manuales de psiquiatría. 

    En Synecdoche, New York -que ya es un título rarito de cojones para que nadie pida luego reclamaciones- Kaufman coloca de personaje principal a un tipo apellidado Cotard con toda la intención. Caden Cotard -al que da vida el no suficientemente llorado Philip Seymour Hoffman-  es un autor teatral que sobrevive como puede en la jungla de Broadway y sus circuitos colaterales. Ya en las primeras escenas descubrimos que algo no funciona bien en su cabeza: le asaltan olores extraños, se ve a sí mismo en la televisión, le salen hipocondrías de todo tipo...  Pero cuando su mujer decide abandonarle y llevarse consigo a Olive, su hija, Caden Cotard, sin dar un grito, sin romper nada frágil que estuviera a su alcance, se enchaveta por completo y ya decide declararse muerto en vida, cotardiano perdido, como esos tipos extrañísimos de los manuales.

    A partir de ahí, Synecdoche, New York es el porro mental de Caden Cotard construyendo una obra de teatro que refleje su propia vida, ya que la suya ha sido declarada fallecida. Y así se tira años y años, encaneciendo y deformándose, mientras sus subalternos, que también se dejan allí la vida, se quejan todo el tiempo de "a ver cuándo estrenamos". Lo dicho: un porro.  

    Luego -creo- la vida real y la vida del teatro se anudan, se confunden, y lo que era real pasa a ser imaginario, y viceversa, y hay actores que hacen de los propios actores, y mujeres que interpretan el papel central de Caden Cotard, y cosas así... O algo parecido. No sé. Synecdoche, New York es un juego mental para las élites culturales en el que yo descabalgué al poco de empezar. Até mi caballo al poste, entré en el saloon a tomarme la zarzaparrilla, y desde allí, a través de los ventanales, me puse a contemplar esta extrañísima película como quien mira un cuadro abstracto, o escucha la locura alucinante de un cotardiano de verdad.




Leer más...

Proyecto Lázaro


🌟🌟

Según el evangelio de San Juan, Lázaro de Betania llevaba cuatro días muerto cuando Jesús se plantó ante su sepulcro y dijo aquello de "Levántate y anda". Como no soy dado a las series de criminólogos, desconozco el estado de putrefacción que puede alcanzar un cuerpo humano en esa etapa del más allá. Pero supongo -y más en Judea, con el calor del desierto, y las tumbas mal selladas- que Lázaro no andaría para muchos trotes cuando emergió de la oscuridad. Como milagro, su vuelta a la vida es un suceso incomparable, pero no sé hasta qué punto fue un acto caritativo de Jesús. 

    La película de Mateo Gil se titula Proyecto Lázaro no por casualidad. Marc Jarvis es un joven publicista que gana una pasta gansa y vive en una casa de ensueño junto al mar. Las titis del negocio se lo rifan para decorar sus camas solitarias... Todo es fiesta y sonrisa hasta que un cáncer de garganta, prematuro y demoledor, le condena a morir en el exiguo plazo de un año. Como en su caso hay mucho dinero, y mucha fe en la ciencia del futuro, Marc decide criogenizarse antes de que el cáncer se expanda por su cuerpo. Confía en que algún día, cuando llegue la resurrección de la carne anunciada en los evangelios, vuelva a ser el mismo Marc Jarvis de siempre, atlético y lozano, aunque el mundo donde creció se haya perdido en los sumideros del tiempo.

    Pero las ciencias de la resurrección, ay, aunque adelantan una barbaridad, todavía no están para muchas aventuras en el año 2084, que es cuando la empresa de congelados decide concederle una segunda oportunidad. Prodigy Health Corporation es una institución muy aparente, muy futurista, con mucho cristal y mucho suelo blanco. Mucho ordenador embutido en pantallas de cuarzo que relucen. Pero en realidad es una industria algo torpe, novata en este arte de devolver muertos a la vida. Sesenta años en una cuba de nitrógeno líquido, al parecer, no te garantizan estar mucho mejor que Lázaro tras sus cuatro días en el sepulcro, así que al criogenizado hay que ponerle casi de todo, desde músculos a tendones, desde órganos hasta cordones umbilicales que lo atan a una máquina. Una gran chapuza, en realidad, que Marc Jarvis soporta al principio con aire flemático, pues más vale estar así, remendado y dolorido, que no diluido en la negrura espesa del no existir.  





Leer más...