The Master
Boogie Nights
State and Main
🌟🌟🌟🌟
Mis sueños nocturnos:
Me pierdo por las calles de París y no encuentro la torre Eiffel aunque la veo todo el rato sobre los tejados.
Me pierdo por las calles de Oviedo y termino dando vueltas como un tonto al entorno de la Catedral. Hay muchos bares, y gente, y callejuelas sin sentido.
Estoy perdido en algún pueblo del sur y de pronto encuentro una estación de autobuses para comprar un billete y regresar a León, pero las taquillas no están abiertas, o no hay autobuses ese día, o me hago un lío con las máquinas expendedoras... Finalmente subo al autobús y resulta que va en sentido contrario, más al sur todavía, y el conductor no escucha mis ruegos de detenerse.
Me encuentro con X por la calle y me muero de celos porque su maromo luce esa cara inconfundible de los hombres satisfechos sexualmente y yo no acabo de entender cómo él es capaz de soportar su locura, su insania, su maldad de alimaña.
Camino por las calles de León a gatas, haciendo el ridículo, porque las dos piernas no son capaces de sostenerme. Llego tarde al colegio o al trabajo.
Bajo las escaleras de mi infancia sin tocar los peldaños, flotando sobre ellos, en un alarde angelical que deja flipados a los vecinos.
Mis sueños diurnos:
Estoy leyendo en la terraza de una cafetería. Una mujer de mirada chispeante y cuerpo sostenible según los cánones de la agenda 2030 se sienta a mi lado y me interroga sobre la lectura como primer paso de su estrategia.
Recibo el mensaje de un editor de Anagrama que ha leído estos escritos a escondidas y me ofrece una oportunidad para alcanzar la gloria de los canapés y los hoteles pagados.
Una coproducción internacional -que es a lo que viene lo de "State and Main- llega a La Pedanía para rodar unas escenas: algo relacionado con las boinas y el cultivo ancestral de los viñedos. Natalie Portman, que es la estrella principal de la película, se fija en mí y sólo en mí entre el gentío que atiende curioso. Justo antes de que baje la claqueta me hace un gesto inequívoco con las manos: “No te vayas. Espera a que termine de rodar...".
La última noche
🌟🌟🌟
Yo también tendría que planificar un último día si tuviera que entrar
en la cárcel mañana por la mañana. Con los amigos, con la familia, con T... O no: puede que renunciara a cualquier
despedida para quedarme en la cama yo solito, encerrado
en mi habitación. Rumiar en silencio mi nueva condición. Hacerme a la idea.
Llorar todo lo llorable. Limpiarme bien el culo. Salir a la calle solo para que
Eddie hiciera sus necesidades. Serían nuestros últimos paseos por La Pedanía.
Por ahí empezaría la
comezón de mi responsabilidad: buscarle a Eddie un nuevo dueño. Como también hace Edward
Norton en la película cuando le caen siete años y un día de prisión y al echar las cuentas comprende que ya nunca volverá a verlo. Para Eddie sería un traspaso definitivo, y no una simple
cesión hasta el final de temporada. O no, quién sabe, porque en la cárcel yo me
portaría bien, sería un tipo amable y condescendiente, de los que nunca monta
broncas y se encierra a leer tan ricamente en su celda. Así que a lo mejor, con
suerte, solo cumpliría dos o tres años de la pena impuesta por el juez. O por
la jueza. Un castigo relacionado con el bolchevismo, seguramente, con la apología justiciera
de la lucha de clases. De ser así, cuando saliera de la cárcel Eddie aún
tendría 10 u 11 añitos y nos quedarían muchos senderos por recorrer, y
muchos sofás por compartir.
Tengo un amigo que
consultado sobre este tema me respondió: “Yo, la última noche, me la pasaría
follando”. Y parece un buen plan, no digo que no, como cuando en las películas va
a estrellarse el meteorito y todo el mundo se lanza al desenfreno. Pero no sé
si mi pito reaccionaría bien ante tan estresantes circunstancias. Demasiada
presión, aparte del futuro negrísimo. Un polvo de despedida, si se tuerce,
puede ser la cosa más triste del mundo. Pero también sé que hablar por mi pito es
como hablar por boca de un completo desconocido. El pito sigue lógicas
extrañas, y jamás se comporta como uno espera con la voz de la razón. Mientras no me
traicionase dentro de la cárcel, vamos bien.
Punch-Drunk Love
Magnolia
Dentro del átomo, los
electrones giran alrededor del núcleo en una órbita estable que podríamos
llamar estado de felicidad. Allí podrían pasar eones y eones si
no fuera porque a veces son golpeados por una partícula energética que se cruza
en el tiovivo: un ángel flamígero que viajando a la velocidad de
la luz los expulsa de ese paraíso previsible y circular.
Las electrones desafortunados
pasan a vagabundear territorios inhóspitos que no les corresponden, errando en espirales
que les ponen nerviosos y cariacontecidos a la espera de que otro choque -esta
vez afortunado- les devuelva a la zona de confort. Hay mucho de ciencia en todo
esto, pero también mucho de azar, que es ese espacio indeterminado que la
ciencia todavía no puede explicar. Son las casualidades inauditas, y las regiones
de incertidumbre, que también se producen en el mundo macroscópico de los seres
humanos.
Todos los personajes de “Magnolia” -por
ejemplo- también viven fuera de su órbita placentera. En algún momento de su
pasado se sintieron congraciados con la vida dando vueltas alrededor de una
persona amada, o de un trabajo edificante. Pero ellos, como los electrones
malhadados, también sufrieron el choque con alguien que los descentró, que los
expulsó de su pequeño paraíso. Una pura mala suerte, o un destino trágico que buscaban con ahínco. Ahora caminan por la vida con el ánimo por los
suelos, y con la desazón instalada en el espíritu. Mientras esperan que el
efecto mariposa les cruce con esa persona que les devuelva la alegría, los
personajes de “Magnolia” pasan el tiempo presentándose a concursos, drogándose
hasta las cejas, dando conferencias sobre la supremacía de las pollas... Son
distintas formas de matar ese tiempo de las dudas. Unos dudan al cuadrado y
otros se inventan certezas para no sufrir más.
Cuando esa persona
especial golpee sus vidas, ellos por fin despertarán de su letargo, de su
atonía, de su falsa vida de muertos vivientes, y en la alegría del retorno
emitirán una sonrisa, o un llanto muy liberador. Es la física de la felicidad.
El hombre más buscado
Sé que dentro de unos meses, antes incluso de que termine el año, se me habrán olvidado los juegos de espías que enhebraban El hombre más buscado. Quién era el bueno y el malo, el idealista y el pragmático. El que tenía cara de listo y el que hacía de primo en la partida. Se me olvidará todo este enredo del checheno, del banquero, del agente obsesionado con abrillantar su currículum maltrecho. Sólo me acordaré del bendito frío de Hamburgo que le sonrosaba los mofletes a Rachel McAdams. El resto se me irá por el sumidero de la memoria, ay, y será como si esta tarde de verano nunca hubiese existido.
Antes que el diablo sepa que has muerto
Los hermanos Hoffman-Hawke- antes de que el diablo sepa que han muerto y pueda hervirlos en los pucheros infernales- pecan contra todos los mandamientos de la Ley de Dios. Los diez, de cabo a rabo, sin saltarse ninguno. Desde los tiempos de Bette Davis o de James Cagney, en algún clásico olvidado del blanco y negro, que no se veía una cosa igual. Por variopinta. Y por contumaz.
La guerra de Charlie Wilson
Después de muchos siglos viviendo en la Edad Media, en Afganistán, a finales de los años setenta, llegó al poder un gobierno de corte progresista que prohibió la usura, promovió la alfabetización y separó la religión del Estado. Una pandilla de reformistas que aprovecharon el impulso para perseguir el cultivo del opio, legalizar los sindicatos y establecer un salario mínimo para los trabajadores. Comunismo puro.
Synecdoche, New York
El síndrome de Cotard es una alteración muy rara de la conciencia que consiste en la desconexión mental de sentirse vivo. El paciente, o la pacienta, vive convencido de que está muerto y de que continúa entre los vivos gracias a un designio de los dioses, o a un milagro inexplicado de la medicina. Estos sujetos -que a veces son gente infortunada que se ha dado una hostia monumental en la cabeza- afirman que su cerebro ya no funciona, y que sus órganos, a los que sienten paralizados y huelen putrefactos, han dejado de servirles. Es una pedrada mental de una entre cien millones. Una que figura en las páginas más recónditas de los manuales de psiquiatría.
A partir de ahí, Synecdoche, New York es el porro mental de Caden Cotard construyendo una obra de teatro que refleje su propia vida, ya que la suya ha sido declarada fallecida. Y así se tira años y años, encaneciendo y deformándose, mientras sus subalternos, que también se dejan allí la vida, se quejan todo el tiempo de "a ver cuándo estrenamos". Lo dicho: un porro.
El gran Lebowski
Dos mil años después de que Jesús predicara en el lago Tiberíades, nació, en la otra punta del mundo, otro profeta que también predicaba la paz fraterna y el amor universal. La concordia entre los pueblos. El hombre se llamaba Jeff Lebowski y fue apodado el Nota. En sus tiempos de juventud, en la Universidad, mientras otros se aislaban en sus estudios y se preocupaban por el futuro, él salía de manifestación con una pancarta en la mano y con un porrete en la otra, para protestar contra la guerra de Vietnam. El Nota dio su ejemplo, tuvo sus discípulos, predicó entre las gentes, pero su mensaje se diluyó entre tantos profetas similares. California, en los años setenta, era como la Judea del siglo I: una tierra propicia para el sermón y para la revuelta.
Los idus de marzo
Para triunfar en el mundo de la alta política es aconsejable no ser buena persona. Cualquiera, dadas las circunstancias, podría ser el alcalde de su pueblo, o el representante local de un partido marginal, si hubiera que echar una mano a la comunidad o a los amiguetes que te reclaman. Sólo hay que leerse los papeles, firmar los documentos y manejar la suma y resta con llevadas para administrar los presupuestos. Y tener un poco de sentido común. Pero la política de verdad, la que consiste en ascender peldaños para alcanzar las esferas del poder, necesita tíos y tías con virtudes muy poco recomendables. No se puede llegar a presidente de nada, ni a subsecretario de cualquier cosa, si no se dispone de cierta habilidad para mentir, de cierta indiferencia para liquidar rivales. De tragaderas como bocas de metro para pactar con los enemigos si la situación lo requiere. Hay que manejar un cinismo de griego clásico para decir una cosa y luego sostener la contraria sin que a uno se le quite el sueño por la noche, ni el autorrespeto durante el día. Y sin que luego, delante de la cámara o del micrófono, la disonancia cognitiva altere tu gesto o tu mirada. O te haga temblar la voz. Hay que tener mucha jeta, mucho orgullo, mucho disimulo. Un autocontrol gélido que mete miedo en los votantes. Y luego hablan de la abstención...
Capote
De niño, sin haberla leído siquiera, me atraía irresistiblemente la novela de Truman Capote, que estuvo durante años encima del televisor. El libro era una edición muy cuidada del Círculo de Lectores, con tapa dura y ribetes dorados en el lomo. Había algo perturbador en aquellas palabras, sangre y fría, casi un oxímoron de siniestras contradicciones.... En la portada del libro había dos ojos que lloraban como lágrimas negras hacia arriba, o como sangre coagulada, y yo me estremecía cada vez que sopesaba el tomo para leerlo, o para hacer el amago de leerlo, antes de devolverlo a su lugar. Yo no conocía por entonces a su afamado autor, que también tenía algo contradictorio en el nombre, como de inglés y de torero al mismo tiempo. Quién sería aquel tipo, me preguntaba yo, del que tantas alabanzas se escribían en la solapa. Y qué demonios querrían expresar aquellos dos ojos sanguinolentos del dibujo, como de muerto recién asesinado, o de diosa vengativa.
El talento de Mr. Ripley
El talento de Mr. Ripley es una película que tiene doble capa de lectura, como el mismo DVD que la contiene en mi estantería. La versión oficial echa mano del carácter enamoradizo de Tom Ripley, y de su visión tortuosa de la vida, para explicar los crímenes que va cometiendo por la bella Italia: el primero para descargar su frustración de amante despechado, y los siguientes para salvar su pellejo ante las pesquisas de los carabinieri.
La familia Savages
Cuando pasaron por los cines el tráiler de La familia Savages, los responsables de la empresa distribuidora -no sé si de motu propio o si azuzados por los productores americanos- quisieron convencernos de que esto era una comedia en la que dos hermanos se hacían cargo de su anciano padre y corrían mil tribulaciones por las residencias y los asilos. Dos hermanos y un viejais, en lugar de Tres hombres y un bebé.
La duda
Misión Imposible III
Sidney
Moneyball
Visto desde la distancia de un océano, el béisbol parece un deporte absurdo, una pachanga que juegan cuatro gordos en un campo triangular armados de cachiporra y máscaras protectoras como de Hannibal Lecter. Me juran, los más pro-yanquis de mis conocidos, que el béisbol es un deporte con todas las de la ley, apasionante y estratégico, con carreras y sudores que te empapan la camiseta, o el polo ese raro como de misa de domingo que llevan. A veces, ante su insistencia, en las noches más tontas del año, uno intenta seguir algún partido de béisbol en los canales de pago, pero siempre me topo con figuras estáticas que parecen formar parte de un belén, y que de pronto, por causas incognoscibles, corren en solitario como si les hubiese pegado un siroco. Hay, además, cien pausas para la publicidad, o para el comentario experto, que me acaban sacando de quicio. Se pongan como se pongan mis conocidos, el béisbol no es un deporte exportable a la cultura europea.