🌟🌟🌟
La prensa apodó "El gafe" a Robert Durst porque cada vez que cambiaba de domicilio aparecía un cadáver a su lado o desaparecía una persona para siempre. A true story. La casualidad, que decía Ignatius Farray. Primero fue su esposa, luego su amiga y más tarde un vecino medio tarado de Galveston.
Ahora que Robert Durst ya no mora entre nosotros acaban de estrenar la segunda temporada con “sorprendentes revelaciones”. Pero yo no la veré. He saciado mi curiosidad. Estaba claro que Robert Durst tenía cara de culpable, ojos de asesino y pinta de pirado. Y una voz de reverso tenebroso. No sé cómo pudo engañar a tanta gente durante tanto tiempo. Pero claro: yo venía del futuro con un almanaque bajo el brazo. Es lo que tiene ver “The Jinx" casi una década después de su estreno, cuando el bacalao ya está cortado y cocinado.
La verdad es que da un poco igual. Si la cosa interesa no importa que ya sepas quién es el asesino. Es como releer una buena novela negra. Es el relato lo que te atrapa, el morbo, el interés antropológico. Y a mí, lo de Robert Durst me interesaba porque a los ricos les tengo mucha manía y tengo por seguro que cuando no asesinan con revólveres asesinan robando millones o contaminando el ecosistema. Hay tantas formas de matar... Unas son más espectaculares que otras y por eso merecen una serie como ésta. Otros crímenes son más silenciosos, menos “televisivos”, pero matan con la misma eficacia y además a mucha más gente. Basta con reducir el presupuesto del Ministerio de Sanidad, ya ves tú, qué tontería...
Robert Durst pertenecía a una familia de magnates inmobiliarios de Nueva York y sólo por eso, en un régimen bolchevique como Dios manda, ya lo tendrían que haber encarcelado de por vida. Lo de conculcar los mandamientos de la Ley de Dios es que lo llevan en la sangre. Los precog de “Minority Report” se volverían locos en este mundo real del capitalismo, previendo una media de doscientos asesinatos por segundo. Insisto: hay muchas maneras de matar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario