Herida

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Perder la cabeza por Juliette Binoche es una cosa natural. Casi un deber inexcusable. Si los ángeles existen y además tienen sexo diferenciado -como defendían algunos teólogos muy barbudos de Constantinopla- Juliette Binoche sin duda nació de un padre inmortal y de una madre de carne y hueso habitante de París. O viceversa. 

Siempre habrá algún mentecato, algún plasta recalcitrante -de hecho yo conozco alguno- que dice que no le gusta su lunar en el cuello, su nariz redondeada, su mirada desangelada... “Me parece una mujer algo fría”, me dijo una vez un imbécil integral. Qué le vamos a hacer: gilipollas los hay en todos los sitios. Soportarlos sin enfadarse es una prueba de santidad. Ellos son los ciegos de la belleza y los daltónicos del encanto. Los estrábicos de lo evidente. Los eternamente equivocados. Los más graves pecadores. Mi Juliette...

Dicen que François Miterrand le tiró los tejos una vez y que Bill Clinton quiso camelársela en una visita que ella hizo a la Casa Blanca. Y que Juliette, con todo el desparpajo de su belleza, los rechazó. Que aprenda Letizia Ortiz, esa vendida al capital... Quizá por eso no nos sorprende que en “Herida” sea el ministro de Economía británico quien caiga postrado ante sus rodillas entreabiertas. Estos tipos son palabras mayores, gente de mucho caché, pero en lo tocante a los instintos son iguales que todos los demás. Lo que pasa es que ellos pueden permitírselos y nosotros no

Es justamente eso, la clase social, lo que me distancia de la película por mucha pasión que los amantes pongan en los polvazos de aquel siglo ya superado. Mi rencor bolchevique me impide sentir empatía por cualquiera de estos personajes. ¿Un ministro a todas luces conservador? ¿Su mujer, acaso, que es la hija de lord Nosequé de los Cojones? ¿El hijo de ambos -la supuesta víctima de todo este enredo- que es un pijo recalcitrante que va atronando por todo Londres con su buga descapotable? ¿Juliette, quizá, que es una perturbada emocional que va sembrando la desgracia por donde quiera que va? Bah, qué asco me dan todos...



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