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Supongo que no soy muy original si digo que en "The Bear" solo falta Alberto Chicote abroncando al personal. De hecho, para inspirarme, he leído varias críticas de los internautas y dos de cada tres mencionan lo de Chicote como chascarrillo recurrente. Pero es que su figura nos viene al pelo, jolín. Los entresijos de “The Original Beef of Chicagoland" -este restaurante de tercera generación italiana y de tercera categoría regional- son los mismos de aquellos tugurios en los que don Alberto desplegaba sus consejos de señorito Rottenmeier.
(¿Que quién es la señorita Rottenmeier?: los
teleadictos de mi generación la recordarán de la serie “Heidi”.
¿Que por qué conozco a Alberto Chicote si hace tiempo que ya dejé de ser un
teleadicto?: porque vivo en el mundo y me entero de las cosas, nada más).
“The Bear” me interesaba
por dos razones poderosas: la primera porque un buen amigo me la recomendó, y la segunda porque mi
hijo quiere ser un cocinero como el prota de la serie. De hecho ahora mismo está
en ello, formándose y trabajando al mismo tiempo. Pero mi hijo -nos ha jodido-
quiere ser un cocinero de trayectoria opuesta a la de Carmy Berzatto: empezar
por el tugurio, si no hubiese otro remedio, para terminar fogoneando en los altos
hornos de Vizcaya o en los bajos de hornos de Guipúzcoa, donde se corta el
bacalao de los profesionales creativos y afamados. Un sueño, quizá, pero un
sueño inspirador para sus 23 años de pura vitalidad.
De hecho, sin haberla
visto todavía, yo le recomendé “The Bear” con expresiones muy
entusiastas y promesas de satisfacción, por si extraía de ella algún
aprendizaje sobre la vida frenética de los fogones. Y ahora, la verdad, ya no
sé si he hecho bien. La serie está bien, pero no tanto, y quizá todo lo que ahí
se cuenta más bien tienda a desmoralizarle. O no, porque él no es tonto, y sabe
lo que hay, y tiene asumido que la fama cuesta, y que hay que pagarla con
sudor. “Fama” era otra serie de mis tiempos teleadictos.