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Cada veinte películas que disecciono en esta autobiografía aparece una sobre la que no tengo nada que decir. Una película tan ajena a mi vida conventual que no puedo introducir ninguna experiencia propia que me sirva de apoyo o de contraste.
Para decir si son buenas o malas ya están las estrellas de los críticos y los comentarios de otros internautas. Yo no soy más que un monje que escribe sobre sí mismo aprovechando la película que pasan cada día en el refectorio. Un pecado de orgullo, sí, pero también un ejercicio de autoconocimiento. Lo que Dios castiga con una mano lo perdona con la otra.
(Sucede, además, que el abad es un hombre muy estricto que nos pide escribir un pergamino al día para merecernos el sustento, y al final, sea como sea, tengo que emborronar esta superficie sobre la que a veces se proyecta la luz divina y a veces, ay, la sombra difusa del Maligno, que se carcajea a mis espaldas).
¿Qué escribir, por ejemplo, sobre “Collateral”? Pues nada: ante ella solo puedo oponer mi meninge plana, mis neuronas de vacaciones, el nasti de plasti de mis dedos escribanos. “Collateral” es una película enviada por el demonio para dejarme sin armas dialécticas. Un desafío a mi espíritu crítico y a mis chascarrillos habituales. Una lanza clavada en mi orgullo de pecador.
¿Qué tiene qué ver un monje de La Pedanía con los taxistas de Los Ángeles, con los mercenarios molones, con los narcos bigotudos de Colombia? ¿Qué tienen que ver estos viñedos de La Pedanía con los paisajes urbanos donde todo es coche y asfalto y falta preocupante de respiración? ¿Dónde se ha visto -¡oh, engañoso prodigio!- una abogada buenorra vaya dando su número de teléfono a los pelanas pobretones que la pretenden?
"Collateral" es un unicornio de ficción. Es entretenida y molona, pero más falsa que una tentación moderna del diablo. Tom Cruise ni siquiera sale morenuco y bajito como el Señor lo concibió, sino que le han puesto alzas en las sandalias y teñiduras de escandinavo en la cabellera. Es lo mismo que le hacen a nuestro señor Jesucristo en los cuadros de los bazares. Daños colaterales cometidos por la fe.
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