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WALL-E

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Decía Charles Bukowski que algún día los seres humanos naceremos sin culo. Que no lo vamos a necesitar con tanto automóvil y tanta escalera mecánica que usamos sin raciocinio. Me acordé de él cuando WALL-E descubre a los seres humanos del futuro, holgazaneando en su nave espacial. Todos gordos y con culos enormes, pero inútiles en el mismo sentido del que hablaba el poeta borrachín. 

Cuando la Tierra sea un basurero global y haya que emigrar a las estrellas, sólo lo harán los que tengan muchos millones para comprarse los billetes. Una vez allí, ya sin yates y sin paraísos fiscales, todo será calma chicha y aburrimiento. Los deportes de la élite -el golf, el polo, la Fórmula 1- perderán todo su sentido al no haber pobres a quienes poder escupírselos. Así que los afortunados de la nave espacial se entregarán al epicureísmo de la carne para entretener los muchos años -posiblemente generaciones enteras- que la Tierra tardará en volver a ser habitable. Como esto es una película de Pixar diseñada para todos los públicos, nuestros tataranietos de dibujos animados optan por los placeres culinarios y se ponen cebones y asquerosos. Si esto fuera una película más apegada al instinto de los humanos, habría salido un porno duro de orgías interminables que me río yo de las que organizaba Calígula en su palacio.

Aun así, WALL-E es un prodigio del cine animado que esconde un mensaje positivo para la chavalada: el planeta, queridos amigos, y queridas amigas, se va a tomar por el culo si no detenemos el consumo desenfrenado. Un par de siglos más y aquí solo podrán vivir los robots que recopilan la basura. Aunque sean, eso sí, robots enamorados. El amor entre WALL-E y EVA queda muy bonito en la película, pero sospecho que esconde la génesis de un mal renovado. Porque el amor no deja de ser, stricto sensu, una competición por ver quién se lleva a la robota mejor diseñada, o al robot con más transistores en los cataplines. El amor es una fuerza atractiva que lo va destruyendo todo a su paso. Requiere demostraciones de estatus, chulerías varias, consumos locos otra vez. El ciclo de la vida, supongo.



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Bichos

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Ya no sé si lo dijo Robespierre en la Revolución Francesa o Vladimir Ilich en la Revolución Rusa. O quizá, ahora que lo pienso, fue el abuelo Carlos en su exilio londinense... Da igual. El que lo dijo tenía mucha razón cuando afirmó que la masa hambrienta no era revolucionaria, pero la masa famélica sí. Y que sobre esa escuálida diferencia se sostenía el sistema de explotación del hombre por el hombre. Un casteller sustentado sobre un fulano que a lo mejor lleva dos días sin comer... Es una diferencia pequeña, de apenas unas kilocalorías, la que separa el hartazgo del cabreo, la queja en el bar de la manifestación en la calle. La que convierte la abstención irresponsable en voto comprometido. Te dejan sin segundo plato, o sin futuro para tu hijo, y te vuelve a entrar un comunismo por las venas que ya no se contenta con lo verbal y con lo simbólico. Aquel mono de Kubrick que blandió el hueso de Zaratustra lo hizo acuciado por la sed.

Si los grillos de “Bichos” supieran leer -o, sabiendo leer, leyeran  libros de historia- no hubieran cometido este error básico que se enseña en 1º de Politología. Su sistema de esclavitud daba buenos resultados porque dejaba a las hormigas lo justo para sobrevivir, y montar una verbena de vez en cuando. Pero cuando a Hopper, el líder de la pandilla, se le pela el cable en plan rey absolutista y decide apretar un poco más las clavijas, estalla el descontento y se enciende la revolución. Y las hormigas, por supuesto, son muchas, la hostia de ellas, una masa proletaria que puesta en marcha se convierte en una marabunta de hormigas rojas. Es todo un simbolismo...

En el mundo real, los pobres también somos millones, miles de millones, muchos más que nuestros explotadores, pero cuando nos revolvemos nos mandan a los antidisturbios, o a los marines, o a los aviones de la OTAN, y así no hay manera, claro. O eso, o nos convencen de votar contra nuestros propios intereses con propaganda muy elaborada. En el prime time de la tele, sin ir más lejos, hay un programa de humor llamado “El hormiguero” que se dedica a presentar a nuestros esclavistas como tipos guays y decentes, cercanos al pueblo.






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