Bichos

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Ya no sé si lo dijo Robespierre en la Revolución Francesa o Vladimir Ilich en la Revolución Rusa. O quizá, ahora que lo pienso, fue el abuelo Carlos en su exilio londinense... Da igual. El que lo dijo tenía mucha razón cuando afirmó que la masa hambrienta no era revolucionaria, pero la masa famélica sí. Y que sobre esa escuálida diferencia se sostenía el sistema de explotación del hombre por el hombre. Un casteller sustentado sobre un fulano que a lo mejor lleva dos días sin comer... Es una diferencia pequeña, de apenas unas kilocalorías, la que separa el hartazgo del cabreo, la queja en el bar de la manifestación en la calle. La que convierte la abstención irresponsable en voto comprometido. Te dejan sin segundo plato, o sin futuro para tu hijo, y te vuelve a entrar un comunismo por las venas que ya no se contenta con lo verbal y con lo simbólico. Aquel mono de Kubrick que blandió el hueso de Zaratustra lo hizo acuciado por la sed.

Si los grillos de “Bichos” supieran leer -o, sabiendo leer, leyeran  libros de historia- no hubieran cometido este error básico que se enseña en 1º de Politología. Su sistema de esclavitud daba buenos resultados porque dejaba a las hormigas lo justo para sobrevivir, y montar una verbena de vez en cuando. Pero cuando a Hopper, el líder de la pandilla, se le pela el cable en plan rey absolutista y decide apretar un poco más las clavijas, estalla el descontento y se enciende la revolución. Y las hormigas, por supuesto, son muchas, la hostia de ellas, una masa proletaria que puesta en marcha se convierte en una marabunta de hormigas rojas. Es todo un simbolismo...

En el mundo real, los pobres también somos millones, miles de millones, muchos más que nuestros explotadores, pero cuando nos revolvemos nos mandan a los antidisturbios, o a los marines, o a los aviones de la OTAN, y así no hay manera, claro. O eso, o nos convencen de votar contra nuestros propios intereses con propaganda muy elaborada. En el prime time de la tele, sin ir más lejos, hay un programa de humor llamado “El hormiguero” que se dedica a presentar a nuestros esclavistas como tipos guays y decentes, cercanos al pueblo.