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Men in Black

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¡Me lo van a decir a mí!, que existen los extraterrestres, y que pululan por nuestras calles, yo que llevo en el teléfono las cinco notas musicales de “Encuentros en la tercera fase” como tono de llamada. Re-mi-do-do-sooool... 

“Uy, qué música tan rara”, me dicen los que no vieron la película o la vieron pero ya no la recuerdan. La Pedanía entera. Pues escuchad, majos: ésta es la tonadilla que servía de saludo entre los terrícolas y los extraterrestres. Las cinco notas de John Williams que ya son el H.E.G. (Hola Estándar de la Galaxia) que usamos los iniciados en el misterio de la astrobiología. 

Hará cosa de cinco años que llegué a la conclusión de que todo el mundo que me llamaba procedía de otro planeta: las mujeres del amor, los hombres de la amistad, los familiares que viven allende los mares... Y, por supuesto, las gentes del trabajo, que parecen salidas de un planeta donde las decisiones se toman del revés y los pasillos se recorren por los techos.

Todo esto, por supuesto, es medio en broma medio en serio, pero juro que el re-mi-do-do-sooool suena en mi teléfono cuando contacto con estos seres provenientes de otros mundos que se afincaron en la Tierra. La música me sirve de advertencia: prepárate para una conversación no siempre fácil ni fluida. 

Todo esto lo cuento para advertir a la gente que “Men in Black” no es una película de ciencia-ficción, aunque lo parezca. Porque es verdad que hay aliens por nuestras calles y que los picoletos del SEPRONA se encargan de supervisarlos. Yo, en mi vida cotidiana, también los tengo muy calados. De hecho, trabajo en secreto para los Hombres de Negro. Cuando recibo una llamada en el teléfono y suenan las notas de John  Williams, ellos la escuchan al mismo tiempo en su comisaría ultrasecreta. Lo digo por si algún día vas a llamarme y escuchas un click sospechoso al otro lado de la línea, un susurro, un acople... Que sepas que sabemos. 




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Schmigadoon!

🌟🌟🌟


El pueblo de Schmigadoon es, obviamente, la parodia de Brigadoon, la aldea de la otra película, que volvía a la vida cada 100 años para echarle un ojo al mundo y luego dormitar. Si en Brigadoon cantaban y bailaban Gene Kelly y Cyd Charisse, que rompían la pantalla de puro estilosos y fotogénicos, aquí, en Schmigadoon, bailan como patos, y cantan como lerdos, una pareja de tortolitos que se perdieron de excursión.

Aunque él y ella son doctores, y del seguro americano, y cobran un pastón sólo por coserte una ceja, él es medio bobo, y poco atractivo, y ella medio lista, y poco agraciada. Pero la gracia es ésa: que alguien como usted, y como yo, que tampoco estamos para tirar cohetes -tú calla, Charlize- salga a buscar el amor verdadero y acabe atrapado en un pueblo del Far West, y en un musical de fantasía, donde brota la música del cielo y todos los habitantes se mueven como bailarines de Broadway, y cantan como triunfitos de la tele. Todo tan mágico, y tan plasta, y tan insoportable.  Y tan cursi... Ya no es sólo el ridículo de la situación, sino el ridículo de uno mismo, que recuerda, de pronto, las muchas fiestas a las que fue invitado y permaneció en una esquina con el vidrio en la mano, inmóvil, cagado de rubor, porque cada vez que cantaba llovía por los techos, y cada vez que bailaba se carcajeaba hasta el gato, y las chicas apartaban la mirada.

Schmigadoon, la serie, no es gran cosa: una curiosidad, los tres primeros episodios, y un incordio, los tres últimos. Pero ha sembrado en mí la semilla de una idea, de una adaptación al producto nacional. Sería una comedia musical ambientada en La Pedanía, que es el pueblo donde yo vivo, y que si no fuera por los coches innúmeros, y por los teléfonos de la gente, también parecería un Schmigadoon a la ibérica, un Brigadoon del Noroeste, varados en un tiempo como de película de Berlanga. El prota sería yo mismo, claro, cargado con mis películas, mis libros, mis aires de cultureta, sobreviviendo al día a día de estas gentes que no tienen ni puta idea de quién es Gene Kelly, ni Cyd Charisse, ni dónde queda el Schmigapollas de los cojones.




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Cómo conquistar Hollywood

🌟🌟🌟🌟

Para conquistar Hollywood se me ha pasado el arroz. Dicen las amistades que ahora estoy mejor que nunca, en lo fenotípico, gracias a que no uso Grecian 2000, pero ni aun así. Y luego, en lo que al oficio de actor se refiere, la verdad es que nunca he estado en condiciones. En 2ª de EGB, en la actuación de Navidad, a mí me tocó hacer de pastorcillo retraído, allá por la tercera fila del escenario, e incluso así, sin línea de diálogo, sin cuerpo expuesto a la multitud, yo sentía que me cagaba de miedo. Que me cagaba físicamente, con el esfínter abierto, y las piernas temblando, y un rezo en los labios para obrar el milagro del tiempo acelerado. Aquella tarde de invierno en León -un invierno cojonudo, de los de antes, de los de no quitarte el chaleco de borrego tras la actuación- comprendí que yo no valía para las tablas. Que esa naturalidad que se necesita para conquistar primero el terruño, y luego Madrid, y más tarde el otro lado del charco, como hizo Antonio Banderas, estaba muy lejos de mi repertorio conductual.


Para conquistar Hollywood como lo hace John Travolta en la película hay que ser, eso, John Travolta. Para empezar, tener ese par de ojos azules que son un regalo de la naturaleza. Un ventaja crucial para cualquier empresa de la vida. La laboral, o la reproductiva, o la del mero placer. Hay un monólogo maravilloso de Iggy Rubin en el que primero se queja de haber nacido con los ojos castaños y luego le achaca a su padre, que los tiene azules, que los malgaste a diario en la lectura del Marca, como un ojioscuro cualquiera, pudiendo salir a la calle para triunfar en cualquier cosa que se proponga. 


Luego, por supuesto, hay que caminar como John Travolta. Si en Fiebre del sábado noche sus andares eran demasiado chonis para mi gusto, aquí, en los felices años noventa, su andar ya es directamente materia de estudio, y de envidia, objeto de la biometría de los ligones. Cómo mueve los hombros, y las caderas, el muy jodido, con ese pequeño balanceo que a ellas, las actrices de Hollywood, las deja turulatas, y a ellos, los productores de Hollywood, los deja encandilados con sus propuestas de guion o sus promesas de financiación. Así cualquiera.



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