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Siempre hace buen tiempo

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Niego la mayor. Ya nunca hace buen tiempo. Cada vez que el telediario declara que por encima de 30ºC gozamos de “buen tiempo”, me dan ganas de traspasar la pantalla para protestar. Pero no hay solución: los metereólogos obedecen consignas del sector turístico, que vive de abrasar a los guiris en las playas y de abrasarlos luego en el chiringuito. Todo lo que sea sequía, quemadura y cáncer de piel es bueno para el negocio y se endulza con el lenguaje. En España, preferir el clima templado creo que ya está penado por la ley.

Diga lo que diga Gene Kelly, ya nunca hace buen tiempo. Si acaso en la última quincena de abril, o en la primera de octubre, que son los últimos bastiones del clima civilizado. A eso se han quedado reducidos el otoño y la primavera, que en nuestros libros de la EGB  duraban tres meses de bonanza. Es el cambio climático, estúpido, que ha reducido el arco parlamentario al bipartidismo del invierno y del verano. Un invierno cada vez más suave, eso es verdad, pero también un verano más insoportable y apocalíptico. Los franceses se ríen de nosotros diciendo que África comienza en los Pirineos, y lo cierto es que no andan muy desencaminados. Pero es que ahora resulta que es la puta verdad.

Y no: tampoco hace buen tiempo en lo metafórico. En la película hay “happy end” porque se trata de un musical de Hollywood, pero es evidente que a partir de cierta edad ya cuesta conservarlo todo: los amigos, el amor, el pelo en la cabeza... A cada uno según sus pecados y de cada uno según su constitución. Cada vez más viejos y más pellejos todos. 

Ni siquiera a Gene Kelly le iba demasiado bien en lo profesional cuando se puso los patines en la escena culminante. De hecho, “Siempre hace buen tiempo” fue su canto del cisne. El último clásico verdadero de sus andanzas. Aquí se juntaron los mismos que tres años antes rodaron “Cantando bajo la lluvia”: el director, el productor, los guionistas, Kelly y su entusiasmo... Pero aquello fue un milagro y esto fue un bajonazo. Jolín: trabaja Cyd Charisse y solo nos regala un número de baile. Y sin patorra ni ná. La decadencia, ya digo.





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Schmigadoon!

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El pueblo de Schmigadoon es, obviamente, la parodia de Brigadoon, la aldea de la otra película, que volvía a la vida cada 100 años para echarle un ojo al mundo y luego dormitar. Si en Brigadoon cantaban y bailaban Gene Kelly y Cyd Charisse, que rompían la pantalla de puro estilosos y fotogénicos, aquí, en Schmigadoon, bailan como patos, y cantan como lerdos, una pareja de tortolitos que se perdieron de excursión.

Aunque él y ella son doctores, y del seguro americano, y cobran un pastón sólo por coserte una ceja, él es medio bobo, y poco atractivo, y ella medio lista, y poco agraciada. Pero la gracia es ésa: que alguien como usted, y como yo, que tampoco estamos para tirar cohetes -tú calla, Charlize- salga a buscar el amor verdadero y acabe atrapado en un pueblo del Far West, y en un musical de fantasía, donde brota la música del cielo y todos los habitantes se mueven como bailarines de Broadway, y cantan como triunfitos de la tele. Todo tan mágico, y tan plasta, y tan insoportable.  Y tan cursi... Ya no es sólo el ridículo de la situación, sino el ridículo de uno mismo, que recuerda, de pronto, las muchas fiestas a las que fue invitado y permaneció en una esquina con el vidrio en la mano, inmóvil, cagado de rubor, porque cada vez que cantaba llovía por los techos, y cada vez que bailaba se carcajeaba hasta el gato, y las chicas apartaban la mirada.

Schmigadoon, la serie, no es gran cosa: una curiosidad, los tres primeros episodios, y un incordio, los tres últimos. Pero ha sembrado en mí la semilla de una idea, de una adaptación al producto nacional. Sería una comedia musical ambientada en La Pedanía, que es el pueblo donde yo vivo, y que si no fuera por los coches innúmeros, y por los teléfonos de la gente, también parecería un Schmigadoon a la ibérica, un Brigadoon del Noroeste, varados en un tiempo como de película de Berlanga. El prota sería yo mismo, claro, cargado con mis películas, mis libros, mis aires de cultureta, sobreviviendo al día a día de estas gentes que no tienen ni puta idea de quién es Gene Kelly, ni Cyd Charisse, ni dónde queda el Schmigapollas de los cojones.




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