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Brian y Maggie

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Los días que Margaret Thatcher iba a ser entrevistada por Brian Walden ya no se limpiaba el culo en la ducha o en el bidé. No le hacía falta. Ya estaba Walden para dejárselo como los chorros del oro ante la audiencia televisiva. Pero antes de la limpieza, porque estamos entre gente que se ama, un poco de conversación agradable para ir relajando el esfínter y ejercitando la punta de la lengua. Un espectáculo "liking granny’s ass" que sin embargo se colaba sin censura en los hogares de los votantes. Un beso negro mucho más indecente que los que salen en el Pornhub, porque ahí, al menos, no se dilucida el bienestar económico de los espectadores.

Brian Walden fue diputado laborista hasta que descubrió en Margaret Thatcher una heroína de los ricos que le bajaba los impuestos. Deslumbrado por su verborrea libertaria, Brian se cayó del caballo, dimitió de su escaño y abrazó la fe del neoliberalismo para poder comprarse otro Rolls Royce y ampliar la piscina de verano en su mansión cojonuda de las Midlands. Otro hijo de puta, vamos. Otro imbécil de la Tercera Vía. Otro que confundió la meritocracia con las témporas, y al emprendedor con el culo.

Al poco de abandonar su escaño, Walden fue contratado por la London Weekend Television para que entrevistara a sus excolegas políticos en profundidad. No sabemos cómo se comportaba con los demás, pero con Maggie era todo arrobo y colegueo. Maggie soltaba sus peroratas sobre el mensaje demoníaco del socialismo y Walden aplaudía con sus orejas depiladas de lacayo. Un día, sin embargo, allá por 1989, los directivos de la cadena decidieron apretarle las tuercas a esa hija de fruta y obligaron a Walden a que le hiciera un par de preguntas incómodas. No más que eso: una insistencia boba sobre la dimisión de un colaborador. Por mucho que exclame la publicidad, esta mierda rodada por Stephen Frears no es más que un panegírico de esa sociópata deleznable, y no supone para su honor más que un mordisquito en el esfínter.





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