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El disidente

🌟🌟🌟


A Jamal Khashoggi, que era un periodista saudí crítico con el régimen de su país, lo mataron justo antes de que al chino se le cayera la probeta y tuviéramos que vacunarnos tres veces antes de que cantara el gallo. Quizá por eso tenemos aquel asesinato un poco difuminado, perdido en el desván de los asuntos internacionales. Y como hoy andaba mortalmente aburrido en la tarde mortal, he decidido descargar este documental para refrescar.

En realidad, los sicarios del jeque no se contentaron con matar a Khashoggi. Lo hicieron... pedazos, o cenizas, no sé sabe muy bien, para así sacarlo de la embajada en bolsas o en maletines, como en una película macabra de los hermanos Coen. La cosa del cadáver no queda muy clara, pero es verdad que yo tampoco andaba muy atento. A medio metraje ya estaba bostezando con el incidente internacional y arrepentido de haberme metido en este berenjenal. Tras presentarnos al bueno de Jamal y explicarnos la naturaleza del conflicto [a) Khashoggi escribía ditirambos contra el jeque para el Washington Post; b) un día entró en la embajada saudí de Estambul para pedir un certificado; c) nunca más se supo de él y d) los que supuestamente ordenaron el crimen salieron de rositas y siguen estrechando manos por el mundo entero], todo se vuelve repetitivo y desconcertante. Desconcertante porque este documental venía muy avalado, y muy alabado también, y resulta que se agota a los veinte minutos de empezar. Todo lo demás, hasta llegar al final, es filfa, estiramiento y truculencia. Apología del personaje -que no digo que no- y condena del régimen saudí -que ya sabemos y firmamos.

Y digo que firmamos porque aquí en España ya sabemos lo majos que son estos señores de Arabia Saudí gracias a nuestra “relación especial y fraternal”, de coronado a coronado, de comisión en comisión. Sobre ruedas, vamos. Como un tren bala diría yo. Tanto que ahora mismo estamos jugando la Supercopa de España en mitad del Desierto de las Libertades, en el verde segadito del Paraíso de las Mujeres. Si el rey emérito puso una pica en La Meca, sus lameculos institucionales, o los lameculos de su hijo, no se iban a quedar a la zaga.





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Ícaro

🌟🌟🌟

Los pueblos civilizados ya no se hacen la guerra a cañonazos. Clausewitz -que lo he buscado en la Wikipedia y es un militar prusiano de las guerras napoleónicas- afirmaba, en sus tiempos sanguinarios, que la guerra era la continuación de la guerra por otros medios. Cuando los diplomáticos no llegaban a un acuerdo para repartirse el mundo, ellos les tomaban el relevo con mucho gusto para llenar los campos de muertos. Éste fue el consenso de las naciones hasta que finalizó la II Guerra Mundial y los mandatarios del mundo empezaron a cuestionar la sociopatía de Clausewitz. Matar extranjeros a bayoneta calada era una cosa, y liquidarlos con un misil nuclear otra muy distinta, porque eso también garantizaba la autodestrucción de quien lo lanzaba, así que hubo que poner freno a la guerra caliente, inventarse la guerra fría, y darle la vuelta al dicho prusiano para afirmar que la política debía ser la continuación de la guerra por otros medios. Esto lo dijo Foucault, concretamente, que también lo he mirado en la Wikipedia y es un filósofo francés de discurso muy complejo para los no iniciados como yo.



    Desde los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, el deporte también ha sido la continuación de la política -y de la guerra- por otros medios. Hitler quiso que la raza aria dominara los Juegos Olímpicos saltando más alto, golpeando más fuerte y corriendo más rápido. Y aunque esas imágenes suyas en el palco del Estadio Olímpico producen grima y espanto, uno piensa que ojalá hubiera quedado ahí su racismo, y su locura: en unas medallas colgadas del cuello y en unos himnos acompañando las banderas. En unas cuantas puyas maliciosas dedicadas a Jesse Owens, celebradas por los gerifaltes del nazismo que rodeaban al Führer.

    Del mismo modo, uno, cuando ve a Vladimir Putin en el documental Ícaro, tapando el escándalo del dopaje en el deporte ruso, también se indigna y se pregunta cómo es posible tanta jeta y tanta impunidad. Pero al mismo tiempo piensa que ojalá, todo su daño se quedara en eso: en unos frascos abiertos, en unas orinas adulteradas, en unos tipos que ganan medallas injustas descendiendo por una pista de bobsleigh. Que a quién narices, le importa el bobsleigh. 



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