El disidente

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A Jamal Khashoggi, que era un periodista saudí crítico con el régimen de su país, lo mataron justo antes de que al chino se le cayera la probeta y tuviéramos que vacunarnos tres veces antes de que cantara el gallo. Quizá por eso tenemos aquel asesinato un poco difuminado, perdido en el desván de los asuntos internacionales. Y como hoy andaba mortalmente aburrido en la tarde mortal, he decidido descargar este documental para refrescar.

En realidad, los sicarios del jeque no se contentaron con matar a Khashoggi. Lo hicieron... pedazos, o cenizas, no sé sabe muy bien, para así sacarlo de la embajada en bolsas o en maletines, como en una película macabra de los hermanos Coen. La cosa del cadáver no queda muy clara, pero es verdad que yo tampoco andaba muy atento. A medio metraje ya estaba bostezando con el incidente internacional y arrepentido de haberme metido en este berenjenal. Tras presentarnos al bueno de Jamal y explicarnos la naturaleza del conflicto [a) Khashoggi escribía ditirambos contra el jeque para el Washington Post; b) un día entró en la embajada saudí de Estambul para pedir un certificado; c) nunca más se supo de él y d) los que supuestamente ordenaron el crimen salieron de rositas y siguen estrechando manos por el mundo entero], todo se vuelve repetitivo y desconcertante. Desconcertante porque este documental venía muy avalado, y muy alabado también, y resulta que se agota a los veinte minutos de empezar. Todo lo demás, hasta llegar al final, es filfa, estiramiento y truculencia. Apología del personaje -que no digo que no- y condena del régimen saudí -que ya sabemos y firmamos.

Y digo que firmamos porque aquí en España ya sabemos lo majos que son estos señores de Arabia Saudí gracias a nuestra “relación especial y fraternal”, de coronado a coronado, de comisión en comisión. Sobre ruedas, vamos. Como un tren bala diría yo. Tanto que ahora mismo estamos jugando la Supercopa de España en mitad del Desierto de las Libertades, en el verde segadito del Paraíso de las Mujeres. Si el rey emérito puso una pica en La Meca, sus lameculos institucionales, o los lameculos de su hijo, no se iban a quedar a la zaga.