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El encargado. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟🌟


Ahora ya no, porque ya ves, pero antes la gente decía que yo era muy inteligente. Un poco como Eliseo, el encargado. Y yo siempre les respondía lo mismo: si fuera inteligente no estaría aquí escuchándote. Sin ánimo de ofender. Estaría, qué sé yo, en Miami Beach, con una pelirroja despampanante y traduciendo en dólares mi supuesta inteligencia. Porque la inteligencia, si no se traduce en nada práctico, en hacer la viva más confortable o más exitosa, ni es inteligencia ni es nada. Como mucho, destellos de una bombilla mal ajustada, que solo conecta de vez en cuando con la corriente. La gente confunde la inteligencia con la cultura, o con la cultureta, o con andar medianamente informado de la actualidad. Saber explicar lo del gato de Schrödinger no deja de ser una excentricidad; algo muy poco inteligente según el contexto donde lo sueltes.

Si fuera inteligente iba a estar yo aquí, escribiendo estas cosas que nadie lee.

Pensaba en esto mientras veía la segunda temporada de “El encargado”, que es mucho mejor que la primera. Y mira que la primera ya era cojonuda... Pero tenía, quizá, demasiados episodios, y además reconozoco que la vi medio empalmado, más pendiente de acariciar el cuerpo que se reía a mi lado que de entender cabalmente las peripecias de don Eliseo. El hombre y el mono se hicieron cada uno con un ojo y lo miraban todo de reojo: la serie y la gachí, lo que suele ser fatal para el balance de resultados. Ay, si yo hubiera sido más inteligente, pero inteligente de verdad. A esas cosas me refiero.

Eliseo es para el común de los espectadores un tipo inteligente: es maquiavélico, concienzudo, implacable. Le saltan chispas en la mirada. Cuando no es capaz de engatusar a los demás, los extorsiona o los desmantela. Siempre se sale con la suya. Pero yo niego la mayor: Eliseo no pasa de ser el encargado de un edificio en Buenos Aires. El tipo vive bien, desahogado, con plata en el banco, pero no es más que un solitario psicotizado. Un pobre hombre. Sus vecinos, a los que tanto subestima y zarandea, viven mucho mejor que él. Si esto es inteligencia, que bajen los dioses de la Pampa y lo vean.



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Terapia alternativa

🌟🌟🌟


La venden como una serie de Gastón Duprat y Mariano Cohn pero no lo es. Ellos figuran como “creadores” en los títulos de crédito, pero luego ni escriben los diálogos ni se ponen tras la cámara. Y se nota: a “Terapia alternativa” le falta su mala baba y le sobran siete pueblos de metraje. La serie no está mal -porque al final son argentinos verborreando sobre el amor- pero tiene un punto muy molesto de publicidad engañosa.

"Terapia alternativa" tiene, además, un error de casting a mí me dificulta mucho su seguimiento. Yo presto atención, sí, pero se me van los ojos detrás de esta chica ideal y me paso gran parte de la función comparándola consigo misma, a ver si está más guapa con el pelo suelto o recogido, con el traje de noche o con el casual de trabajar, como Dios la trajo al mundo o con los rasgos sutilmente maquillados. 

La culpa es de Max, mi antropoide interior, que llevaba meses invernando y de pronto ha sentido que comenzaba la primavera. Porque esta mujer, Eugenia Suárez, “la China”, es algo así como la mujer más hermosa del mundo, y nadie en su sano juicio, nadie, ni siquiera ese idiota que la tiene por amante, acudiría a terapia de pareja para desprenderse de su compañía. Ni por salvar su matrimonio -que tampoco es nada del otro mundo- ni por evitar que tras la muerte le aguarde el fuego de las calderas. Yo entendería a este boludo si ella, Malena, estuviera loca, o fuera imbécil del culo, o votara a Milei aunando ambas cualidades. Y aun así ya veríamos... Pero es que tampoco lo parece.

Por lo demás, cuando por fin centro la atención, me topo con la figura de la terapeuta que en realidad es el personaje principal. Como Max vive varado en nuestra  juventud, no se da cuenta de que ella, Carla Peterson, es realmente la mujer que nos convendría para remontar. Por su edad, y por su belleza sostenible. Por su carácter coñón pero agrio como las naranjas. Selva, su personaje, es una psicóloga del amor que ya no cree en el amor; o sí, pero sólo a ratos. En eso es como los curas que ya no creen en Dios, o como los maestros que ya no creen en la educación. Almas gemelas, ella y yo, ya digo.



 


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