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Amanecer

🌟🌟🌟


En la Escuela de Jóvenes Comunistas de León -la añorada EJCL- veíamos en bucle las obras maestras del cine mudo soviético: “El acorazado Potemkin”, y “Octubre”, y “La madre” ya olvidada de Vsevolod Pudovkin. Pero las películas del cine mudo americano, salvo las comedias de Chaplin y de Buster Keaton, no venían incluidas en el currículum oficial enviado por Moscú. El corazón se nos volvió rojo como un tomate pero la cinefilia se nos quedó cojitranca para siempre.

Es por eso que años después, en la Universidad, ya mezclado con los jóvenes que provenían de los institutos capitalistas, quise sacarme el carnet de cinéfilo y me suspendieron por culpa de aquellas lagunas formativas. Me dijeron que viera por mi cuenta el cine mudo americano y que volviera a examinarme cuando me creyera preparado. Y como yo era un chico educado en el tesón estajanovista me dediqué a ello con ahínco. Pasé muchas horas en el cineclub universitario de León y en la Obra Cultural de Caja España, alternando los sueños de cinéfilo con los sueños de seductor. El ojo derecho siempre atento a la pantalla y el ojo izquierdo siempre atento a las chicas solitarias de la platea.

Fue entonces cuando vi “Y el mundo marcha”, y “El nacimiento de una nación”, y “La reina Kelly”, y “Alas”, y “El gabinete del doctor Caligari”, y el “Nosferatu” de Murnau, que es por cierto el mismo director de “Amanecer”. Y muchas más películas que ahora no recuerdo... Pero mis esfuerzos -y con muchas “obras maestras” había que esforzarse de verdad- no se vieron recompensados. Cuando me presenté al segundo examen la oficina de cinéfilos ya no existía. La habían trasladado a Oviedo, o a Tegucigalpa, ya no recuerdo bien, pero en cualquier caso  al otro lado de las cordilleras y de los mares.

(¿"Amanecer"?: una cursilada. Bonita y tal. Dicen que es la cumbre del cine romántico y yo no veo el romanticismo por ningún lado. Diez minutos después de que su marido haya intentado asesinarla, ella le perdona y se van de cuchipanda por la ciudad. Groucho Marx habría pedido un niño de cinco años para que le explicara este sinsentido argumental).  




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Fort Apache

🌟🌟

Voy a decirlo ya, antes de que se me acabe el folio: Fort Apache se ha quedado vieja. Lo suyo es militarismo rancio, humor tonto, amor ñoño, música horrísona. Secundarios idiotas, protagonistas envarados, y Shirley Temple que no nació para ser una pecadora de la pradera. A Fort Apache le han caído los años como losas, o como arenas del Mojave, o del desierto que sale en la película, que no voy ni a buscarlo en la Wikipedia. La “quincuagésima segunda obra maestra de John Ford” vale como cine para cinéfilos, para ponerse en su contexto, para presumir de cultura, para alimentar este blog, para decir que uno sigue a John Ford, para epatar con las gafas de pasta… Vale para seguir con esta tontería del cultureta provinciano que ha vuelto a joderme el mes de agosto en lo cinematográfico, por empecinamiento tonto, y fustigamiento consentido. Fort Apache es rancia, filofascista, aburrida, y además dura demasiado: dos horas y pico para contar un amorío y una carga suicida del Séptimo de Caballería, que la pena es que quedaran supervivientes para seguir con el genocidio, entre la potra que tenían, que los indios no daban una con los rifles, y que al final siempre llegaban refuerzos de Fort Laramy, o de Fort Hostias, con el puto corneta al comando del pelotón, y esos caballos de los buenos -de los cristianos, de los hombres decentes- que siempre trotaban frescos y bien alimentados.



    Fort Apache ni siquiera está rodada a lo ancho, como Dios manda, y Manitú consiente, sino que es cuadrada, como las teles de nuestra infancia, y lo único interesante de la película, que son esos paisajes selenitas del Far West donde no sé entiende a qué viene tanta lucha entre indios y blancos, tanta sangre derramada por un secarral que ahí sigue siglo y medio después, seco, sólo apto para turistas con Land Rover, pues eso, que sale constreñido, el paisaje, y tapado por los cabezones, y ni para hacer turismo por Estados Unidos nos vale la película.

    Lo otro único decente de Fort Apache es que sale John Wayne rellenando algunos fotogramas, y cada vez que lo veo me recuerda más a mi padre, no porque se parezcan, pero sí porque reconozco en él un cierto aire de familia, como de Wayne-Rodríguez, o de Rodríguez-Wayne, que hubiera sido la hostia, en el colegio, apellidarse así, Rodríguez-Wayne, con guion, como los aristócratas, de industrias Wayne, el puto amo, en aquel Far West que también eran los recreos y las salidas de clase.



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