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Cautivos del mal

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Hubo gente que nos quiso mucho y nos malogró. Y gente que no nos quiso nada y nos aupó. La caricia, a veces, nos tiró al suelo, y la zancadilla nos hizo saltar como Bob Beamon. Es todo un poco confuso... Recordamos con desagrado a la gente egoísta que sólo nos ayudó porque en el mismo esfuerzo se ayudaban a sí mismos. Personajes de nuestras pesadillas -maestros, amantes, jefes del trabajo- que al abandonarnos nos hicieron sufrir, y nos dejaron tirados con una cornada, o con un intento de renuncia definitivo. Pero luego, al revivir, comprendimos que gracias a su traición estábamos de pronto en un escalón superior, con cicatriz, pero rehechos, reforzados incluso, para volver a aventurarnos en la jungla de vivir.




    Cautivos del mal es un título resonante, difícil de olvidar, para nombrar una película en la que no hay ni cautivos ni malvado. Hay un tipo egocéntrico, eso sí, el personaje de Kirk Douglas, que partiendo de la nada se convierte en un productor de Hollywood que todo lo convierte en éxito y en taquillazo, como un rey Midas de California. Jonathan Shields es capaz de encontrar la flor del talento donde otros sólo ven cardos borriqueros, y así, fichando los jugadores que otros no quieren fichar, y encima a precio de saldo, va rodeándose de escritores que firman guiones enjundiosos, de directores que saben llevar el tempo de una historia. De actrices bellísimas que yacían en un charco de alcohol, en un basurero de autodesprecio, y que gracias a sus lisonjas mezcladas con gritos sacaron el orgullo, alzaron la cabeza y se plantaron ante la cámara para dar un recital de lloros y sonrisas. “¡Ahí queda eso, hijo de puta!”… Como yo, en aquellos exámenes de mi escolaridad, cuando clavaba los contenidos con una furia grafológica incontenible: “¡Ahí queda eso, so cabrón, o so cabrona…!”.

    El Jonathan Shields de Cautivos del mal es un tipo que va a lo suyo: al orgullo, al dólar, al autobombo. Pero yendo a lo suyo, te lleva consigo en su globo con vistas panorámicas. Cuando se cansa de ti te pone unas alas y te tira por la borda. ¿Es bueno, es malo? Es imposible de definir. Las películas antiguas no eran en blanco y negro, como suele decirse, sino en infinitos matices de grises. No eran así por casualidad cuando el color ya estaba inventado.



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