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El otro día le recomendé
a un internauta de confianza que viera “Douglas is Cancelled”. Tras hacerle una
sinopsis no le vi muy convencido y tuve que insistirle.
- Hazme caso -le dije-
garantizándole el éxito de la empresa.
Craso error. En el manual
del seriéfilo -artículo 33, párrafo 2º- se aconseja no recomendar jamás una
serie vista a medias. Pero ya llevábamos dos cervezas virtuales y la charla se
había vuelto muy animada. Me vi con fuerzas tras ver solamente dos episodios y
la cagué. Me suele pasar. El amigo seguirá ahí el día de mañana -o eso creo-
pero hay mujeres que dejan de quererte por fallos tan catastróficos como éste.
Una serie fallida es todo lo que algunas necesitan para verte un punto negro y
descartarte. Hoy en día recomendar una serie es como desnudar el alma, o como
confesarte ante el sacerdote. Como escribir un blog abierto al público en internet.
Pintaba bien, la verdad,
“Douglas is Cancelled”, con su tono de comedia, sus maldades soterradas, sus
diálogos viperinos. La guerra de los sexos llevada por caminos que hacía años
que no transitábamos. La intención
argumental es la misma de siempre -si no no estaría en el catálogo de
SkyShowtime ni en ningún otro- pero aquí, al menos, aunque sean todos unos
cerdos patriarcales, los hombres parecían en el fondo inofensivos. Hombres que
han aprendido a sentirse culpables cada vez que hacen un chiste entre amigotes
o alaban la belleza de una mujer antes de mencionar sus cualidades
profesionales. Cosas así, indignantes e impropias, pero no especialmente
destructivas.
Pero a partir del tercer
episodio, ay, Irene Montero, que sólo resistía porque una colaborada le había
dicho “espera y verás”, empezó a
aplaudir desde su sofá de Bruselas o de Estrasburgo, y yo, por decencia,
por pura coherencia con mi recomendación, tuve que seguir hasta el final. El
giro dramático es, cuanto menos, inesperado. No es que estas cosas no sucedan: sigue
habiendo mucho Harvey Weinstein por ahí. Mi problema con “Douglas is Cancelled”
tiene que ver con el mainstream calculado, con el algoritmo del éxito que lo
convierte todo en el mismo argumento mil veces clonado y olvidable.