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La juventud

🌟🌟🌟🌟

Mis chistes de pre-viejo, de pre-jubilado del amor y del trabajo, tienen, por supuesto, mucho de exageración, de afán de comediante de stand-up. Pero también poseen una almendra de verdad. A mi edad, que aún no es provecta del todo, todavía estoy medio sano y medio lúcido. Me informo de lo que pasa a mi alrededor y aún no voy derrengado por las aceras, más pendiente de las obras municipales que de las otras bellezas que depara la naturaleza. 

Pero hace tiempo, desde luego, que coroné el puerto de la plenitud, y ahora mismo, con más o menos garbo, voy sorteando las curvas del descenso. Allí, en la cima de la montaña -que en mi caso nunca pasó de ser una tachuela de tercera categoría- tuve un hijo que no se parece a mí, escribí un par de libros que nadie leyó y planté varios pinos descomunales y fibrosos, muy bonitos algunos. Ahora que ya no fabrico nada de utilidad -salvo estas líneas tontas de cada día- me dejo llevar por la pendiente hasta que un día pise una enfermedad o se me cruce un infortunio y me pegue una gran hostia en la revuelta.

Paolo Sorrentino sólo tiene dos años más que yo -aunque cien vidas más en experiencias- y gracias a esa proximidad generacional he ido encontrando en sus películas motivos para reflexionar sobre la edad y el paso del tiempo. Todas sus películas, además, mejores o peores, poseen una belleza hipnótica,ocurrencias muy personales en las que yo extrañamente me reconozco sin comprenderlas del todo, como quien vive un sueño propio rodado por otro fulano.

En “La juventud”, por ejemplo, los personajes son  ancianos de verdad, no poéticos ni fingidos, pero encuentro en ellos una rara afinidad que empieza a preocuparme. 

Este par de amigos que conviven en el balneario de “La juventud” son unos septuagenarios a lo que ya les puede el cinismo y la melancolía, la pasión inútil por las cosas perdidas e irrecuperables. Yo vivo a  dos décadas de distancia y siento, sin embargo, que estos desgarros del ánimo empiezan a serme familiares. Como si la vida se hubiera terminado de sopetón y sólo quedara el paso de los días, y la simple curiosidad por los acontecimientos. 




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The Newsroom. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟

Termino de ver la última temporada de The Newsroom y sonrío de agradecimiento cuando aparecen los títulos de crédito. Es difícil hacerlo mejor. Escribir mejor. The Newsroom, además de ser una serie sobresaliente, es una serie pertinente. Ahora que en las televisiones reales ya no queda ningún informativo imparcial, uno ve The Newsroom como una nostalgia del periodismo que pudo haber sido y no fue, el americano, y el nuestro. El informativo de la ACN es el telediario que Aaron Sorkin ha escrito como una ciencia-ficción de lo ideal: uno de centro político que no es la suma de los neonazis y los postsoviéticos partida por dos, sino el pedestal ético donde las noticias se verifican y las fuentes se contrastan. Un informativo que no pretende ser republicano ni demócrata, como aquí no tendría que ser ni de izquierdas ni de derechas. Porque, además, un informativo que dijera la verdad y sólo la verdad sobre los poderes reales que nos dan por el saco, ya sería, por definición, de izquierdas. Un informativo donde el frío no fuera noticia en invierno, ni el calor en verano. Donde los avances científicos y las injusticias sociales fueran las noticias de portada, y no la cadera operada de un monarca, o el viaje de un ministro a echarse unas risas con los colegas, para no hacer nada importante a favor de la peña. Un informativo como dios manda, ahora que el otro Dios, el de los ricos, el que siempre ha llevado la letra mayúscula, manda en todos ellos. 




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