The Mandalorian. Temporada 1


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Llevo cuarenta y tantos años recorriendo los caminos de la Fuerza. Viajando en el puente aéreo que une la provincia de León con la galaxia muy lejana donde el Imperio y la República se disputaban los sistemas habitados. Donde los Sith y los Jedi se destripaban con las espadas láser que aquí en la Tierra nadie ha patentado todavía, porque serían el juguete más vendido de la historia, eso seguro, pero al mismo tiempo el más mortífero. Padres e hijos asesinándose sin querer, con la tontería... Llevo cuarenta y tantos años de carnet, de militancia, de proselitismo entre los amigos que pasan de Star Wars y prefieren ver las películas de Stallone, o las óperas de Puccini. Desde 1977 que no he parado de ver, de leer, de comprar, de contribuir a la fortuna millonaria de George Lucas bronceado en su rancho.  La de veces que habré soñado, y seguiré soñando, con subirme al Halcón Milenario si algún día aterrizara en este miserable planeta a coger provisiones, o a trapichear un poco de carbonita.

    Cuatro décadas de infantilismo y de tontuna, sí, y lo que te rondaré, morena, porque a estas alturas puedo asegurar que moriré embarcado en uno de esos viajes interestelares, frente a la tele, revisitando las películas, o asomándome a las series.. Quizá mañana mismo, quién sabe, de cualquier aneurisma traidor, mientras veo las aventuras de Mando, el mandaloriano, que es un primo de Boba Fett que se gana los garbanzos en el mundo caótico que dejó la muerte de Darth Vader, y el triunfo paleolítico de los osos amorosos. O tal vez dentro de treinta años, con suerte, de alguna cosa menos traicionera,  cuando alguien esté rodando en Hollywood la quinta trilogía sobre la familia Skywalker, o Disney + haya desarrollado la enésima serie que repase los mundos imaginados por el tío George.

 Será así, más o menos, porque el negocio no tiene pinta de detenerse. Del mismo modo que mi generación adoctrinó a sus hijos en las sabidurías de la Fuerza, ellos, nuestros padawans, adoctrinarán a los suyos en este frikismo que recorre las generaciones como la sangre fluye por nuestras venas. El día que con cinco años entré en el cine Pasaje a ver "La Guerra de las Galaxias", nadie imaginaba que aquello sólo era la primera aventura de una saga sempiterna y multiplanetaria. Una fuente inagotable que iba a saciarnos la sed el resto de nuestra vida. Aquel fue verdaderamente el día de mi segundo bautismo. El que borró todas las huellas que pudo haber dejado el primero.