Mostrando entradas con la etiqueta Janus Metz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Janus Metz. Mostrar todas las entradas

Borg McEnroe

🌟🌟🌟

Hubo un tiempo en el que al tenis se jugaba con los sacudidores de alfombras que usaba doña Jaimita para azotar en el culo a Zipi y a Zape. Las pelotas eran blancas, el Ojo de Halcón una quimera, y Rafa Nadal, por incomparecencia existencial, no había ganado todavía su primer Roland Garros. Era el tenis de mi infancia, el que daban por la vieja Philips en blanco y negro, donde todas las pistas parecían de color gris: la tierra de Roland Garros como ceniza, y la hierba de Wimbledom como agostada.  

    Ése era el único tenis que yo conocía, el de las grandes estrellas de la ATP, porque de niño, en León, sólo jugaban al tenis los niños pijos y los fantasmas. Los que eran socios de un círculo recreativo y se pegaban una buena sudada antes de lanzarse a la piscina, o los que se construían una cancha en el chalet para darse el pisto ante los vecinos. La vida de provincias...


    Cuando tuve conciencia de ese deporte televisivo llamado tenis, Borg y McEnroe eran los campeones que se disputaban los grandes torneos del circuito: uno hierático como buen sueco, el otro rebelde como buen americano. El tipo educado y el chico protestón. El rey a destronar y el príncipe heredero. El que te imaginabas en el palco de la Ópera de Estocolmo y el que te imaginabas pegando botes en un concierto de Bruce Springsteen. Recuerdo que en aquellos lances históricos yo iba con Borg, instintivamente, sin una razón concreta. Yo aún no sabía que Bjön procedía de un socialdemocracia ejemplar, y que McEnroe era el embajador de un Imperio que predicaba la esclavitud de los proletarios. Si lo hubiera sabido, me habría alborozado mucho más en las victorias de Borg, y deprimido con más dolor en las derrotas. 

    De todos modos, mi pasión por el sueco habría durado casi nada: un suspiro de seis o siete torneos, porque con veintiséis años, harto de la presión, del no-vivir del tenista profesional, el sueco del pelo largo y la cinta en el pelo se retiró de las pistas para ganarse la vida en otros menesteres, publicitarios e inversores, en los que fue mucho menos hábil que con la raqueta.


    El que siguió dando por el culo fue el otro, McEnroe, que duró muchos años en el circuito ganando trofeos y protestando a los árbitros, encarándose con el público, destrozando raquetas en los descansos... Un impresentable que al final nos terminó cayendo simpático por culpa de aquel anuncio de las maquinillas de afeitar BIC. "¡La bola entró...!", le gritaba al juez de silla, y éste le respondía que muy apurada, como su afeitado, y tal... Joder, fue mítico, aquel anuncio. En el colegio nos pasábamos todo el día diciendo "la bola entró", jugando al fútbol, o al baloncesto, o las canicas en el gua, con aquel acento texano del tipo que le doblaba, y que luego Aznar, nuestro Ánsar, imitaría a la perfección cuando visitó a George Bush hijo y puso sus patas innobles sobre la mesita del café.




Leer más...