Mostrando entradas con la etiqueta Javier Fesser. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Javier Fesser. Mostrar todas las entradas

Camino

🌟🌟🌟

Vivir enamorado de una mujer llamada María es un peligro para cualquier ateo moribundo. Porque te puede suceder como a la pobre Camino, que enamorada de Jesús, su compañero del colegio, pregunta por él en su lecho de muerte y dice amarlo más que a nadie, confundiendo a esos cuervos del Opus Dei que velan su agonía, y que la toman por santa cuando en realidad ella ya había emprendido el camino contrario antes de su enfermedad: el sendero de la hormona y del deseo sexual.

No quisiera yo que en la UCI del hospital pensaran que estoy invocando a la Virgen María -que Madre nuestra es y tal- cuando yo llamara a María en la última lucidez de mi amor, buscando su caricia y su consuelo. Así que, o nos cambiamos de nombre, o lo elegimos mejor, o empezamos a llamarnos con el diminutivo cariñoso.

Porque además, en los hospitales, con esta mierda del concordato que nunca se deroga, siguen pululando las sotanas a la caza de los últimos alientos, por ver si ganan un alma para la causa. Y yo, para más inri, porque en el fondo soy un comodón y un pequeñoburgués, tengo mi seguro concertado con una clínica privada que pertenece a un consorcio controlado por la Iglesia. Hay mucha monja y mucho curilla rondando por los pasillos cuando voy a hacerme los análisis o a pasar consulta de los achaques. Estos te ven tumbado en una cama diciendo “María, María...” y ya montan allí el tenderete apostólico, a ver si se aparece la Susodicha en forma de pájaro en el alféizar, o de brisa que trae la fragancia de las flores.

En fin, tonterías mías. Miedos muy profundos y particulares. Cualquier cosa con tal de no abordar de frente esta película. Primero porque esta vez -quince años después de su estreno- me ha parecido muy larga, muy ñoña, solo emotiva a ratos y musicada hasta el exceso. Y porque ahora mismo, en la vida real, tengo que vérmelas otra vez con estos fanáticos religiosos que interfieren en mi trabajo. Ocurre que... Pero no, no puedo contar nada. ¡Vade retro! Hasta aquí puedo leer, como decía Mayra Gómez Kemp en el “Un, dos, tres”. 






Leer más...

Historias lamentables

🌟🌟🌟🌟

Toda la vida pensando que mis historias son lamentables -las amorosas, las laborales, las del ocio y tiempo libre-, todo tan tragicómico y tan largo de explicar, tan descacharrado que yo creo que mis amigos no lo son por amistad verdadera, sino por simple curiosidad, porque nunca conocerán a nadie con este relato de las mil gilipolleces y las mil alcantarillas abiertas, y de pronto, en Navidad, cuando todo se vuelve más lamentable todavía, en contraste con la felicidad que desborda las mascarillas de la gente, porque se nota, la guay, incluso tras el disimulo de lo textil, descubro esta película de Javier Fesser titulada “Historias lamentables” y en una transformación como de Gregorio Samsa a la leonesa me convierto en una luciérnaga atraída por el fanal. Caer en ella ha sido algo imperativo e irremediable.

    Si en el mundo real existe alguna historia lamentable al estilo de Javier Fesser -me digo-, yo las tengo a pares, a decenas incluso, si hiciera un buen ejercicio de memoria. Toda mi vida es así, al completo, un lisérgico tebeo de Bruguera. Tanto los leí, de chaval, que ahora ya ves: todo se me pegó. Podría haber leído los cómics de “El gran Follarín”, que era un fanzine muy de moda por la época, y yo ahora no estaría aquí lamentándome de todo. Si de Javier Fesser hablamos, está “El milagro de P. Tinto” por un lado y “El despelote de A. Rodríguez” por el otro. Está mi tontuna consustancial, mi mala pata, mi don bíblico de la oportunidad, y también, claro, porque no va a ser todo yo, todo endógeno y cromosómico, la estupidez reinante en el medio ambiente. Y la maldad, claro, porque al final no existen las “Historias lamentables”, así, en abstracto, ni las de Fesser ni las mías, sino gente lamentable que las crea. Y la gilipollez, cuando entra en contacto con la ruindad, produce una reacción química de la hostia. Un cóctel explosivo. Pasa en la película, y pasa en la vida real.

    Un par de conocidos que me conocen muy poco me han dicho: “Vaya imaginación que tiene el Fesser, con las historias lamentables de su película”. Ay, si yo les contara...







Leer más...

Campeones

🌟🌟🌟

Yo paseo todos los días con cuatro campeones por las calles de la pedanía. Forma parte de mi trabajo. Les enseño a cruzar la calle, a comportarse en el supermercado, a permanecer sentados veinte minutos en una cafetería sin dar voces o pegar saltos. Ya formamos parte del paisaje, y del paisanaje, y nadie se extraña de nuestra presencia en los lugares. Hemos alcanzado lo que yo llamaría una normalidad presencial. A veces, por supuesto, hemos dado la nota, y hemos tenido que abandonar la escena tras pedir perdón al respetable. Pero eso también lo hacen los niños normales: dar po'l culo cuando les niegas unas patatas fritas o tardas un poco de más en terminar una conversación. Es por eso que al día siguiente, si ya escampó el temporal neurológico, lejos de sentir vergüenza o culpabilidad, volvemos al lugar del crimen como vecinos de toda la vida. No sé si somos aceptados o simplemente tolerados, pero la verdad es que no tengo queja de nadie. Jamás he vivido una escena vergonzante como la del autobús de Campeones.

     Los viejetes más despistados de La Pedanía -los que me toman por un padre coraje y no por un maestro del colegio- me han dicho alguna vez que qué desgracia la mía, que cuatro hijos así, tan seguiditos, con lo que han avanzado las ciencias... Alguno ha llegado a decirme que me falta uno más para formar, precisamente, un equipo de baloncesto. Porque sucede, además, que mis cuatro alumnos son unos tallos de la hostia, espigados y fortachones. Pero estos campeones míos no juegan al baloncesto, ni a nada que se le parezca. Ni siquiera entenderían el concepto de juego colectivo. Ni la diferencia entre una victoria y una derrota. Están mucho más incapacitados que los personajes de la película. Viven en barrios más periféricos de la campana de Gauss. No salen representados en Campeones. Ni podrían serlo. No son dramatizables. Apenas hablan, no responden a preguntas, a veces sufren crisis nerviosoas, o agresivas... Su rollo es muy distinto. Daría para una película muy diferente y posiblemente no producible. 

    Campeones ya está bien como está, moviéndose en un terreno más amable. Más asumible para el gran público. Es una película imperfecta pero muy digna. Sortea la pornografía sentimental como un concursante de Humor Amarillo pisando las zamburguesas sobre el agua: parece que se va a pegar un hostiazo en cualquier momento pero consigue llegar a la orilla con sólo unos resbalones por el camino. La historia avanza con alguna trampa evidente de guion, y con una música horripilante que subraya las escenas. Pero la primera hora -la de Javier Gutiérrez enfrentado a su nueva realidad deportiva- es cojonuda. Impecable. Este tío borda la caída a los infiernos... Sin él la película sería mucho peor. Menos convincente. Más americana. Hoy he puesto muchas cursivas...





Leer más...