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El chip prodigioso

🌟🌟🌟


Para nuestra generación, “El chip prodigioso” fue una divertida introducción al mundo de la nanotecnología. En 1987, de chavales, llegamos a pensar que cuando fuésemos mayores –o sea, más o menos como ahora- los médicos nos recibirían en las consultas, nos harían un par de preguntas protocolarias sobre nuestro achaque y luego -como Dennis Quaid en la película- se meterían en una máquina miniaturizadora para hacerse chiquititos, casi microscópicos, y así poder hurgar en nuestras entrañas después de que una enfermera cañón -por lo menos tan guapa como Meg Ryan- inyectara la nave espacial en el torrente sanguíneo o nos la metiera por el culo gracias al amable excipiente de un supositorio. 

Ese era el futuro que imaginábamos a cuarenta años vista: los médicos como navegantes de nuestro espacio intercelular, casi más espeleólogos que facultativos. Más parecidos a Miguel de la Quadra-Salcedo que al doctor Beltrán que poco después se haría famoso en Antena 3 televisión. La de chistes que hicimos, con la tontería de los médicos moleculares, o de las doctoras jibarizadas, ahora ya irreproducibles porque las ciencias políticas han avanzado mucho más deprisa que las ciencias medicinales. De hecho, si no fuera por el desarrollo de la tomografía axial computerizada, estaríamos más o menos como en 1987, sondeando el interior de nuestros organismos casi con la misma tecnología que desarrolló el matrimonio de los Curie en su laboratorio.

“El chip prodigioso” muestra otro avance de la ciencia que no tiene visos de cumplirse ni siquiera a medio plazo. Otra estafa futurista de Hollywood, aunque a ratos resulte muy entretenida. La nanotecnología, al final, resultó ser una cosa de máquinas biónicas tan pequeñas como las moléculas: robots hacendosos cortando tejidos muertos o empalmando cadenas de ADN. Una ciencia muy útil, y a su modo también muy fantasiosa, pero muy poco peliculera para hacer un éxito de taquilla con rubias guapísimas y hostiazos a gogó.





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Gremlins

🌟🌟🌟


Yo llevo luchando contra los gremlins más de media vida. Puede que justamente desde 1984, que es cuando se estrenó la película. Quizá George Orwell se refería a esta distopía mía de los cacharros... Porque yo hablo de los gremlins folclóricos, de los duendes del hogar, y no de esos monstruos imaginados por Spielberg y compañía. Desde que gano dinero para comprar mis propios juguetes, mi guerra es contra esos desgraciados que me joden la televisión, me petan el ordenador, me dislocan el iPod, me bloquean el teléfono... Los que me gafaron el primer radiocasete de la adolescencia. Esos gamusinos que llevan cuarenta años riéndose a mis espaldas. Esos cabronazos de lo tecnológico, de la obsolescencia programada, o de la chapuza del microchip.

Y luego está la película, claro, la de los gremlins de Joe Dante, que empezaba como un cuento de Disney y terminaba como un rosario de la aurora. Incluso hoy, con toda la sangre que ha llovido en nuestras pantallas, sigue chocando la violencia de algunas escenas “infantiles”, con esos gremlins acuchillados, o triturados, o reventados en el microondas. Si: en 1984 ya había hornos microondas, al menos en las cocinas de los americanos.

Y luego, por el medio, entre la Navidad y la Pesadilla, entre la sonrisa de Gizmo y la carcajada de Strike, una enseñanza moral... Una de la que solo ahora nos coscamos porque ya venimos de veinte batallas y de cuarenta decepciones: que, a veces, a las personas encantadoras basta con salpicarlas de agua, pasearlas al sol o alimentarlas después de medianoche para que se transformen en arpías que te insultan o en cabronazos que te agreden. En bichos como gremlins que saltan a la primera, malévolos y ruines. Si no te atienes a las tres reglas fundamentales estás perdido.

¿Pero cuáles son, ay, en el caso de las relaciones humanas, las tres reglas fundamentales? Porque yo he escrito lo del sol, el agua y la comida como una metáfora literaria, nada más. Como un homenaje a los gremlins. Aquí, entre humanos, lo que vale para Mengana no vale para Perengana; lo que funciona con Fulano no sirve para Zutano. Todos somos distintos. No hay quien se aclare. La metamorfosis terrible acecha tras un equívoco o una metedura de pata.



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