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El hijo del siglo

🌟🌟🌟🌟🌟


Le he puesto cinco estrellas pero reconozco que el primer episodio me descolocó. Esperaba una recreación que siguiera al pie de la letra lo escrito por Antonio Scurati y encontré una narración distorsionada en la que Mussolini rompe continuamente la cuarta pared para confesarnos sus pensamientos inconfesables: su inteligencia rastrera y su olfato político al servicio de la barbarie. 

Si Milán, en la serie, parece el Gotham City de Batman, Mussolini es el Pingüino que trata de reinar en los bajos fondos de los mafiosos. Es una pena ya irremediable que los socialistas italianos no pudieran recurrir a Batman cada vez que los fascistas los apaleaban o los apuñalaban... La historia de la humanidad hubiera seguido quizá otros derroteros. Me temo, sin embargo, que Bruce Wayne se hubiera aliado en las palizas con las fuerzas del capital. Para ese millonario asqueroso, como para todos los demás, es mejor que impongan su ley los paramilitares ociosos que los rojos que distribuyen.

La banda sonora de “El hijo del siglo” es del siglo XXI, machacona y estroboscópica, pero los planos, retorcidos y esquinados, parecen sacados del viejo expresionismo alemán. Es una mezcla extraña entre lo viejo y lo nuevo. Pasado y presente conviven en el mismo plano como si no hubiera un siglo que los separase. Y ese es el gran logro de la serie. Por eso es imprescindible y turbadora. “El hijo del siglo” cuenta cosas de hace cien años que están volviendo a suceder. Punto por punto. Mussolini dejó un reguero de migas de pan que nadie se ha comido todavía. Los pájaros no se atreven y los barrenderos pasan del asunto. Los paramilitares de ahora, por muy lerdos que parezcan, no tienen más que seguir el caminito para imponer la ley del estacazo.

Tuve que llegar al segundo episodio para comprender que “El hijo del siglo” es una serie de terror. De ahí su tenebrismo y su predilección por la noche. Su narración excéntrica y deformada.  De ahí el revoltijo molesto de mis tripas. El fascismo es una de esas pesadillas que siguen ahí cada vez que te despiertas.




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El instante más oscuro

🌟🌟

A Winston Churchill le caían bien los fascistas. Y no es un dato desconocido, de top secret para arriba, que haya que buscar en la Deep Web. Figura en todas las biografías consultadas del personaje. Una pequeña incongruencia -ups- que nadie menciona en este panegírico sonrojante que es El instante más oscuro. Lo que hace Winston Churchill envuelto en soflamas y en poses de gran estadista -con esa música estomagante que lo acompaña todo el metraje- es enjaular al monstruo que él mismo había contribuido a crear.

    A Churchill le gustaba mucho la democracia, sí, pero la democracia controlada, como Dios manda, sin rojos que dieran por el culo con los derechos laborales. Los pobres a trabajar, y los aristócratas, como él, a mandar. El orden natural de las cosas... Y los rojos, en el período de entreguerras, andaban muy revueltos con sus banderas al viento y sus huelgas generales. Querían salud pública, los muy jodidos, y sueldos más dignos, y días de descanso, y vacaciones en verano, y que los niños fueran al colegio en lugar de bajar al tajo de las minas. Hay que ser rojos de mierda... 

    Al principio del siglo XX, los demócratas como Winston les enviaban a la policía, o al ejército, a pegar cuatro tiros al aire y un par de ellos a las piernas, o al bulto, para acojonar un poco más al personal, a ver si se callaban de una vez. Pero la obrerada no se amilanaba y además quedaba muy mal en los noticieros. Así que la burguesía contrató a un ejército clandestino de matones que se ocupó de poner orden en las fábricas. Los financiaron, los mimaron, los protegieron, y un buen día, democráticamente, se los encontraron ocupando los escaños reservados. Libres ya de sus dueños. Emancipados. Y pirados de remate. Envalentonados y armados hasta los dientes. Un ejército de asesinos que hizo su calentamiento militar en la Guerra Civil española. Ésa en la que Winston Churchill mostró su simpatía por los generales sublevados, tan fascistas como entrañables. 

    Cuatro años después, tuvo que salvar a su ejército y a su pueblo de esos mismos mogwais transformados en gremlins asilvestrados. El instante más oscuro, sí, y también el más irónico.


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