Zodiac
El fundador
Si esto fuera un blog de cine convencional, sujeto a las
reglas del género, y por tanto volcado hacia lectores cultos que esperan mis palabras, yo
ahora tendría que hablar de El fundador como película en sí, como decían
los existencialistas, con su narrativa, y su trasfondo, y su legado -más bien
escaso- en las retrospectivas del cine americano. Hacer, quizá, en el último
párrafo, un acercamiento crítico a estos tipejos con traje y corbata que llaman
emprender a pisar cabezas, robar ideas, evadir impuestos, chanchullar
contratos, malpagar a sus trabajadores, y que encima, para más inri, quieren introducir
el “emprendimiento” como asignatura obligatoria en la secundaria, para levantar
el país, y formar un ejército de individualistas que aspiren por encima de
todo al todoterreno, al chalet en la playa, al esquí en los Pirineos, al
internado en Estados Unidos para el retoño, o la retoña... Esa tribu urbana,
sí.
Pero yo, humano servidor, que alquilo estas páginas a un servidor
inhumano para hablar de mi vida, de mi mundo, casi siempre de mis obsesiones
políticas o sexuales, vengo a hablar de El fundador como película para
sí, que era otra categoría de los objetos, en clase de filosofía. Recuerdo
que estaba la cosa en sí, y luego la cosa para sí, aunque la cosa siempre fuera
exactamente la misma, imperturbable a no ser que le aplicaras unas leyes
físicas que se estudiaban en otro negociado: una patada, o una explosión, o el aliento
hipohuracanado de Pepe Pótamo
Yo lo que quería contar de El fundador es que la he
visto con mi hijo, que andaba de visita, y esa coincidencia ya es tan esquiva
en el calendario que se ha convertido, por sí misma, en sí, y para sí, en todo
un acontecimiento. El debate, además, ha estado muy animado, porque mi
hijo tiene a veces un ramalazo emprendedor que yo trato de podarle con mis tijeras
bolcheviques, heredadas de un abuelo que trabajaba en un koljoz: mira, hijo, y
tal, está bien que quieras ganar dinero a mogollón, como este hijoputa de la película,
pero antes está la ética, y la solidaridad, y la clase obrera que te trajo al mundo y
todavía te financia la vida. Acuérdate de nosotros, tus ancestros del tajo, o de
la fábrica, o del sueldico funcionarial, cuando hagas tu primer millón cocinando
para la burguesía.
El juicio de los 7 de Chicago
🌟🌟🌟🌟
No sé si veré Antidisturbios, la serie que ahora
cacarea Movistar + a todas horas. Me huele a blanqueo, a oportunismo. Quién
sabe si a componenda con la autoridad competente. Como cuando los americanos entran
en guerra y de pronto sus películas cantan las excelencias del ejército. Ojalá
me equivoque con todo esto, cuando ceda a la tentación. Porque Rodrigo
Sorogoyen me tira mucho...
De vigilar el toque de queda se encarga ahora la policía
normal, pero dentro de nada, cuando la gente se quede sin trabajo, habrá que enviar
a los antidisturbios a poner orden en las manifas, y al gobierno le preocupa
mucho la mala imagen que van a dar con las porras en mano. Me imagino de qué va
la serie: los antidisturbios son, en el fondo, buena gente, tipos normales como
usted y como yo, pero cuando salen a trabajar se ven en el brete de ahostiar o de
ser ahostiados, y no tienen otro remedio. Me imagino que habrá un personaje que
será un bestia, otro que será un tipo decente, y otro que anda ahí ahí, en
tensión emocional, porque se acaba de divorciar y no encuentra otra cama en la
que relajarse. No sé...
Pero yo venía a hablar de El juicio de los 7 de Chicago,
casi se me olvida... Se me ha ido la pinza porque en la película de Aaron
Sorkin -basada en hechos reales- los antidisturbios de Chicago reparten una
buena somanta de hostias entre los manifestantes que iban a la Convención
Demócrata de 1968, a pedir que cesaran los bombardeos en Vietnam. Luego, por supuesto,
los condenados, los que se sometieron a este juicio político y demencial, fueron
los rojos que agredieron a las porras con sus cráneos, y a los gases con sus
lágrimas. Una pura provocación. Terroristas de manual. Pero todo esto es
archisabido. Mola, pero no aprendes nada nuevo. A mí, en la película, lo que me
sigue maravillando es la capacidad de la izquierda para autodestruirse. Para
estar todo el puto día a la greña, consumiendo energías, desviando el objetivo.
Discutiendo sobre el sexo de los ángeles. Es un espectáculo fascinante. Lo
mismo en la América de Nixon que en la España de la Transición, donde la izquierda,
ay, siempre es transitoria...
Fargo
Fargo es una historia de maleantes metidos a estúpidos, y de estúpidos metidos a maleantes, que se convirtió, desde el primer visionado, en un clásico imprescindible en nuestras estanterías. Fargo era brutal, divertida, disparatada. Si la realidad a veces supera la ficción, Fargo superaba la realidad con creces, tres pueblos y medio de Minnesota. Y sin embargo era perfectamente verosímil, y congruente, porque la imbecilidad de los seres humanos no conoce límites, y estos personajes de la película están lejos de agotar todas las posibilidades.
La invitación
La pérdida de un hijo debe de ser un dolor insoportable. Inimaginable. Como una daga clavada en las entrañas que no puede extraerse ni aliviarse. Un padecimiento que está más allá de nuestra comprensión de padres afortunados, o de humanos no reproductores. Incluso en los tiempos anteriores a la penicilina, cuando se perdían la mitad de las camadas en enfermedades ahora remediables, el sufrimiento de los padres distaba mucho del estoicismo que a veces adjudicamos a los hombres antiguos, como si la omnipresencia de la muerte les vacunara en cada tragedia, y en cada despedida.