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La costila de Adán

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Adam es un fiscal del distrito casado con una de sus costillas. Ella -que se llama Amanda y no Eva- es una mujer que ejerce de abogada en su mismo distrito de Nueva York, sin que ningún espectador europeo sepa muy bien qué es esto del distrito americano.

Como hasta ahora nunca se habían tenido que enfrentar en los tribunales, Adam y Amanda se llevan de puta madre, tanto como Spencer Tracy y Katherine Hepburn se llevaban en la vida real. De hecho es que ni actúan, los muy tunantes, y sólo se dejan llevar. Cuando toca arrumaco, te los crees a pies juntillas, y cuando toca discusión, solo tienen que tirar de recuerdos domésticos, quién sabe si del mismo día del rodaje. La naturalidad de Hepburn y Tracy es tan pasmosa que arranca una sonrisa en el espectador, y eso contribuye a que la película no derrape en demasía, tan tontorrona y pasada de rosca como se quedó.

Adam es un hombre de su época (bueno, y de ésta misma, porque el feminismo moderno solo es un barniz sobre el comportamiento de los hombres): Adam es dominante, de derechas, muy macho y dictatorial, y no le gusta que su mujer, tan inteligente como él, le iguale en la certeza de los razonamientos. Su costilla le ha salido ágil, muy guapa y respondona. La pesadilla de un fiscal del dichoso distrito que aspira a medrar dentro del Partido Republicano... 

En el fondo sabemos que él valora tener una mujer así, tan distinta a las demás, pero tiene que mostrar que le jode tanta igualdad para dar una imagen ante sus amigotes en el bar, y ante sus compañeros en la oficina. Pero cuando llega la hora del anochecer todo se perdona y todo se resuelve en el matrimonio de los Bonner: ella se olvida de su machismo y él de su marimandonez, y el sexo redentor desciende sobre ellos para sanar las heridas abiertas. 

Pero ay, cuando Adam y Amanda se vean abocados a enfrentarse en un tribunal... La guerra de los sexos que enfrenta al demandante y a la demandada se extenderá como un incendio hasta llegar a sus mismos pies. Ellos, que se sientan en escritorios contiguos y rivales, tendrán que tirar lápices al suelo como hacíamos en la escuela para escrutarse las intenciones. 





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