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La verdadera historia de Schindler

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En “La lista de Schindler”, puede que en aras de la simplicidad dramática, se nos omitió el dato de que Oskar Schindler, además de empresario de éxito, fue un agente de inteligencia al servicio de la Wehrmacht. Es decir: no un nazi de ocasión con un pin en la solapa, sino un nazi concienzudo que trabajaba dentro del sistema.

Schindler fue todo lo que se cuenta en la película -entrepreneur con dinero de papá y mujeriego infatigable de las alcobas- pero también algo más: un tipo escurridizo y contradictorio. Yo entiendo que después de todo, a efectos prácticos, haber sido un nazi de la primera ola no le resta valor a su valentía posterior. Es más: puede que se la añada. Pero ahora, no sé por qué, me jode que en la película me lo hayan ocultado. También porque el Oskar Schindler real resulta mucho más interesante que el Oskar Schindler ficticio. Un enigma con piernas. Todo el mundo habla de él en el documental pero nadie parece conocerle en realidad: no su mujer, por supuesto, pero tampoco sus amantes, ni los judíos a los que salvó y que luego le recibieron con los brazos abiertos en Israel.

¿Es verdad que Oskar Schindler se cayó del caballo camino de Cracovia? ¿Actuó con generosidad suicida o con un egoísmo calculado? ¿Será cierto, como deslizan en el documental, que durante la guerra se convirtió en un agente doble al servicio del sionismo? Da igual. Uno de los supervivientes incluidos en su lista lo zanja con un argumento irrebatible: “El caso es que estamos vivos y se lo debemos a él”.

(Por cierto: a Spielberg, en su día, le pusieron a parir por la famosa escena de las duchas que no soltaban Zyklon B sino agua fría para asearse. Le acusaron de mostrar una imagen “optimista” de los campos de exterminio. Pero resulta que aquello sucedió de verdad: las mujeres de Schindler fueron desviadas a Auschwitz por un error burocrático y pasaron allí varias semanas hasta que fueron llevadas a la fábrica de Brünnlitz. Su tren fue el único que salió de Auschwitz en toda la guerra con un cargamento de personas vivas).




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La lista de Schindler

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Mientras veía la película recordé de pronto a mi ex cuñado, el de los bugas, el que sólo veía programas de taekwondo presentados por Coral Bistuer, allá por 1993 o 1994, explicándonos en la mesa -como explicaba él siempre las cosas, entre el heroísmo paleto y la chulería sin apellidos- que se había ido del cine a la media hora de empezar “La lista de Schindler” porque aquello era un rollo inaguantable.

- ¡Menuda puta mierda de película! ¡Y sin colores! ¡El blanco y negro, como digo yo, para los intelectuales! – explicó a la nutrida concurrencia en un tono casi de político mitinero, imitando un poco, pero sin pretenderlo, porque él no tenía ni puta idea de quién era, a Miguel de Unamuno cuando escribió aquello de que inventen los europeos, o los americanos, en su correspondencia con otros filósofos menos estomagantes.

Tras soltar su diatriba contra el blanco y negro de las películas, mi ex cuñado me miró de reojo como buscando peleílla, discusión de bajuras, seguro de que jugando en casa y rodeado de familiares que eran más o menos como él, iba a golearme con sus argumentos si yo le rebatía.

- El que diga que esa mierda de película es mejor que cualquiera de Chuck Norris es que no tiene ni puta idea...  

¿Y por qué me lo decía a mí? Porque yo, en el país de los ciegos, fui el tuerto que semanas atrás, en vez de meterme la lengua en el culo como hacía casi siempre, había recomendado ver “La lista de Schindler” ya no sólo porque era una película cojonuda, sino porque casi era un deber para toda persona civilizada: por conocer, por recordar, por no olvidar nunca lo sucedido. 

Enervado, ya iba a saltarle con algún argumento cuando mi ex cuñada, su hermana, que también había ido a ver la película con su novio el de las mancuernas -y el de la polla kilométrica, según aseguraba él mismo cuando alcanzaba el tercer cubata- soltó para zanjar la discusión y ahorrarme ya el esfuerzo de pelear:

- Sí, porque además, todo eso del Holocausto depende de las versiones. ¿Tú estabas allí y lo viste? Yo no. Así que a saber... A lo mejor nos están mintiendo. Yo no miro ni los telediarios. Soy apolítica.




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