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Californication. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟

California, en “Californication”, es el paraíso perdido del sexo. El mismo que florecía entre el Tigris y el Éufrates y que ahora los seres humanos han recobrado mientras Dios se despistaba. Adán y Eva, aunque en los retratos salgan idealizados como caucásicos de libro, en realidad fueron los dos últimos bonobos de nuestro árbol genealógico: la mona chita y el mono chito. Los churumbeles que engendraron ya no fueron bonobos, sino “Austrolapitecus lejanensis”, y con ellos se cerró el tiempo feliz del loco fornicar.

Como los antiguos nada sabían de la selección natural ni de la mutación del ADN (que fueron las dos grandes putadas que nos convirtieron en la tristeza que ahora somos, monos vestidos y vergonzosos), los escribas se inventaron la figura poética del ángel flamígero para explicar que la fiesta se había terminado, y que ahora ya sólo quedaba apechugar, y apechugarse entre las sombras, a escondidas de los demás. Todo por el bien de la civilización.

“Californication” es una fábula moral sobre el regreso al árbol, a los tiempos prebíblicos en los que no había Dios ni escritura. Hank Moody se mueve con su coche sin faro -y su pene sin fallo- por una fantasía que limita al oeste con el océano de las surferas, y al este con las colinas de las millonarias, todas loquitas por sus huesos. Moody copula a todas horas, de noche y de día, a diestro y siniestro, a troche y moche... Mientras el amor de su vida -la tal Karen- deshoja la margarita eterna de los cien mil pétalos, Moody va por las fiestas tarareando los versos de George Michael:

Sex is natural,

sex is good,

not everybody does it,

but everybody should.

Sex is natural, sex is fun..

"Vamos a dejarnos de hostias", vino a decir don Michael en esta canción. Y es como si esa musiquilla, como si esa letra insidiosa y provocativa, flotara sobre las cabezas de todos los personajes. También sobre a cabeza de los más feos, que algunos hay, porque esto es California, y esto es “Californication”,  y en el paraíso recuperado nadie se queda sin morder la manzana del placer. 





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La lista de Schindler

🌟🌟🌟🌟🌟

Hay espectadores que terminan de ver La lista de Schindler con una lágrima en el ojo y un improperio en la boca -qué hijos de puta y tal, los nazis- pero al final suspiran aliviados porque creen que aquellos asesinos jamás volverán. Que fueron una excepción de la moral, una aberración irrepetible de la humanidad. Cuatro psicópatas que coincidieron en una cervecería de Münich para urdir un plan genocida que luego vendieron con malas artes a un pueblo civilizado que leía a Goethe, y a Rilke, y escuchaba cuartetos de Beethoven. Una especie de locura colectiva, de virus mental ya erradicado. Estos espectadores quizá no recuerdan la guerra de Yugoslavia que abría los telediarios hace treinta años, a tres horas de vuelo en Ryanair, con grupos armados que sólo se diferenciaban de las SS en que no hablaban alemán y no llevaban la calavera en el cuello de la guerrera…




    El nazismo volverá tarde o temprano. Cuando los proletarios del mundo vuelvan a unirse bajo el exhorto de Karl Marx II, los empresarios armarán otro ejército de matones para ponerlos en vereda, y descabezar a sus líderes. A hostias, primero, como hacen ahora, enviando a los antidisturbios, y más tarde a tiro limpio, como manda el protocolo, si el miedo no terminara de cuajar. Y si no funciona, montarán una guerra para hacer limpieza entre la muchachada revoltosa. La Primera Guerra Mundial se organizó para que los soldados dispararan en las trincheras a sus camaradas de enfrente, y no a sus enemigos de clase, en peligrosas revoluciones, justo cuando el socialismo amenazaba con alcanzar los centros de poder. El espantajo de los nacionalismos desvió el frenesí revolucionario a otros frentes menos peligrosos y más lucrativos. 

    Pero el tiro les salió por la culata: la guerra sólo dejó más pobreza, y más desencanto, y una revolución triunfante en la lejana Rusia de los zares. Había llegado el momento de recurrir a los psicópatas de bar, a los sociópatas de tertulia, a los tarados de los partidos marginales. Leña al mono, y caña al comunista, y pandillas en las calles. Luego la pandilla se convirtió en patrulla, la patrulla en partido, el partido en movimiento… Y el resto es historia. Liquidados los comunistas, les tocó el turno a los judíos. porque los psicópatas los tenían entre ceja y ceja desde hacía años y no se habían olvidado de ellos. El Holocausto, con toda su complejidad, y con toda su atrocidad, sólo fue el daño colateral de la lucha de clases que todavía nos ocupa, larvada, suspendida, a la espera de la próxima hambruna.

    Los nazis volverán. De hecho, ya están volviendo. Por el Parlamento ya hay unos cuantos, amenazando...
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