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La misión


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En la capa de lectura más superficial, la gente recuerda “La misión” como una película muy bonita: la música de Morricone, que subraya las escenas, y los paisajes de la selva amazónica, con las cascadas, y la vegetación de ensueño, que aún no conocía la tala intensiva ni los bulldozers de Bolsonaro.

    Luego, de lo que allí se dirimía, sólo nos acordamos con detalle los rojos y los ateos. Los creyentes recuerdan una trama confusa de indios oprimidos y esclavistas sin corazón, y tienden a olvidar que quien finalmente se carga las misiones es un orondo enviado del Vaticano. Un buen hombre, en el fondo, que había desembarcado en América con la idea de lidiar con cuatro indios desharrapados y cuatro jesuitas desdeñables, y de pronto se encuentra con el paraíso comunista en la Tierra. Con el sueño hecho vergel de las primeras comunidades cristianas. Hay un momento, en la película, en que el pobre hombre duda, se le hace el ojo lágrima y el corazón pulpa, pero sabe que si dicta la supervivencia de la obra jesuítica quizá no salga ni vivo del continente. Embarcados en una guerra comercial que no admite concesiones, los españoles y los portugueses del siglo XVIII -como los chinos y los americanos del siglo XXI- no estaban para la broma de permitir un koljós eficiente de guaraníes en la selva.



    En la tercera capa de lectura de “La misión”, uno se acuerda de lo que ha leído hace pocos meses en los libros, donde varios antropólogos de prestigio afirman que el Neolítico fue una desgracia histórica para la humanidad, en contra de lo que siempre nos enseñaron en la escuela. Antes de la invención de la agricultura y de las ciudades, los cazadores-recolectores vivían más y mejor porque variaban su dieta, hacían ejercicio y follaban alegremente en las espesuras. No se reproducían como conejos, como los sedentarios, pero en lo cualitativo de vivir les daban sopas con hondas.

     “Me pregunto si estos indios no hubieran preferido que el mar y el viento no nos hubiera traído hasta ellos”, dice el enviado del Vaticano en una escena de la película, mirando con pena infinita a los mismos cazadores-recolectores que va a condenar a la masacre, y al desamparo... Un personaje trágico, definitivamente. Venía a amputar un miembro gangrenado y se encontró con el ala de un ángel, en la mesa de operaciones.



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