Mostrando entradas con la etiqueta Mandy Patinkin. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mandy Patinkin. Mostrar todas las entradas

La princesa prometida

🌟🌟🌟


Y qué es la vida, ay, sino la espera de una princesa prometida, o de un príncipe prometido. Tampoco hace falta, por supuesto, que ella sea Robin Wright, ni él Cary Elwes, en las flores de su edad, que todos sabemos cuál es nuestro valor. Pero qué les voy a contar que ustedes no sepan: que cuesta mucho dar el brazo a torcer, domeñar el orgullo que siempre nos devuelve una imagen optimista ante el espejo. Como dice Paco Calavera en su monólogo, “acabo de apuntarme a Meetic, para solteros exigentes, que digo yo que si fuéramos menos exigentes, a lo mejor no estábamos tan solteros...”

De todos modos, La princesa prometida es una película pura, virginal, que habla del amor como comunión de los espíritus, en la que es imposible imaginar al amado y a la amada practicando sexo en la cama con dosel, ella gritando de placer y él haciendo gruñidos de cerdo satisfecho. No podía ser de otra manera, claro, porque la película es un cuento puesto en imágenes: el que el abuelo le va leyendo a su nieto allá en el dormitorio de Kentucky, o de Colorado, que son todos iguales, con su póster del cochaco, y la tía buena en bikini, y un muñequito de Star Wars peleando en la repisa de los libros. El abuelo es el detective Colombo, ya retirado de sus pesquisas, y el nieto, el protagonista de “Aquellos maravillosos años”, qué dónde estarán, ay, aquellos años, aunque en realidad no fueron para tanto, todo el día enterrados entre libros, y ninguneados por las princesas prometidas, y tan mentecatos, y tan gaforros, y tan torpes para la poesía...

“Hola: me llamo Íñigo Montoya y tú mataste a mi padre” Todavía hoy, en alguna fiesta de talluditos se escucha esta letanía cuando alguien traspasa la quinta cerveza, o la cuarta mezcla poco prudente, y coge el botellín por el cuello como para batirse en duelo con el colega, ríndete, y tal, bellaco... Por la boca muere el pez, y por lo que dice, se adivina su edad.





Leer más...

Hombres armados

🌟🌟🌟

Cuando Ernesto Guevara, médico de formación, y bolchevique de corazón, tuvo conocimiento de la miseria que asolaba a los parias de Latinoamérica, cogió el botiquín, el fusil, dos bocadillos de mortadela y se tiró a los montes para hacer la revolución que todavía echamos de menos. Lo demás es historia.

    El doctor Fuentes, que es el personaje principal de Hombres armados, ni siquiera tiene muy claro qué es lo que pasa en su país, aunque ya sea un médico veterano que peina canas y ninguna parezca el pelo de un tonto. En un país latinoamericano de cuyo nombre no es necesario acordarse -pues todos vienen a sufrir en esencia los mismos descalabros-  el doctor Fuentes tiene una consulta muy peripuesta en la capital, donde atiende a militarotes de muchas condecoraciones, y a sus señoras arregladas para la fiesta que nunca termina. El doctor sabe, o lee, o le cuentan en las consultas mientras ausculta pechos y martillea rótulas, que allá en las montañas, en las selvas impenetrables, "pasan cosas". Que las guerrillas de rojos y el ejército nacional se acechan, se persiguen, toman pueblos al asalto y luego vuelven a perderlos. Pero todo este ajetreo le suena muy lejano, casi de fogueo, asuntos de indios que nunca se integraron del todo en la cultura de los criollos.


    Tan iluso vive el doctor Fuentes rodeado de comodidades, agasajado por los matarifes de la patria a los que cura y consuela, que no dudará en enviar a sus mejores alumnos de la Facultad a esos pueblos remotos para que practiquen la medicina, y contribuyan al bienestar de los compatriotas todavía por civilizar. El doctor se siente muy orgulloso de estas "misiones médicas" que constituyen su legado, así que un buen día, liberado del trabajo y viudo de la mujer, decide coger el auto y visitar a sus exalumnos en los consultorios de la montaña. Lo que el doctor Fuentes se encuentra al llegar a ese mundo es aterrador y desolador. El ejército campa a sus anchas, los campesinos yacen muertos en zanjas improvisadas, y de sus muchachos y muchachas nadie tiene noticia. Alguien, finalmente, le cuenta que los médicos están muy mal vistos en el lugar porque si ayudan a los militares, se los cargan los guerrilleros, y si ayudan a los guerrilleros, se los cargan los militares. Así que el juramento hipocrático se vuelve una trampa mortal de la que es imposible escapar. 

    Ahí empieza, propiamente, Hombres armados, con el doctor Fuentes remontando los senderos para encontrar a sus alumnos del mismo modo que el capitán Willard remontó el río Nung para buscar al coronel Kurtz. Un viaje hacia el horror. 




Leer más...